Desde la otrora Puerto Príncipe: El Indio Bravo

Fotos: José Antonio Cortiñas Friman
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Cuentan que allá por el año 1800 apareció en la jurisdicción de Puerto Príncipe un singular bandido, sin nombre ni apellidos; todos le llamaban el “Indio Bravo”.

Reseña el escritor Roberto Méndez que, a diferencia de otros, no se dedicaba simplemente a robar fincas y sacrificar ganado; tampoco era un salteador de caminos.

Se decía que era un indio legítimo, descendiente de los aborígenes que hallaron en la Isla exterminados a fuerza, trabajo y malos tratos los conquistadores españoles. Le atribuían fuerza excepcional y una crueldad primitiva, además de destreza especial en el uso del arco y la flecha, armas olvidadas incluso en la conservadora Puerto Príncipe.

De boca en boca…

La leyenda añade que tras sí dejaba una estela de reses a las cuales les arrancaba la lengua, pues era ese su alimento esencial. Pero los rumores comenzaron a subir de tono: ya el Indio era un caníbal que robaba niños para alimentarse con ellos, o simplemente para devorar su corazón y beber su sangre.

Las mujeres recogían a las criaturas antes del oscurecer; trancas y pestillos parecían poco para proteger las viviendas del acoso del bandolero; y hasta los festejos del San Juan se suspendían, pues no estaba el ánimo para diversiones.

 Cronología de una historia

Los intentos por apresar al Indio Bravo parecían vanos, y en 1801 el Ayuntamiento prometió 500 pesos –cifra elevadísima entonces— a quien capturara al bandido.  Se dice que por esos días el delincuente asesinó a un negro esclavo.

En junio de 1804 secuestró al hijo de un vecino principal de la villa, posiblemente para reclamar un rescate; pero todos dijeron que era para devorarlo. Esto, unido a la recompensa, sirvió para apresurar la persecución del criminal.

El 11 de ese propio mes, fue atrapado y muerto el Indio Bravo; a manos de don Serapio de Céspedes y don Agustín Arias. Aunque se dice que fue un esclavo de este último quien realmente lo ultimó; pero por su condición no fue incluido en la gratificación. Según la tradición, el cadáver llegó a la villa en horas de la noche, más las campanas fueron echadas al vuelo y de inmediato comenzaron las fiestas del San Juan.

La romántica condición de rebelde solitario del singular bandolero hizo que años después, el periódico clandestino de un grupo de jóvenes independentistas, encabezado por Raúl Acosta León; tuviera por nombre El Indio Bravo.

 

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