Por: Ricardo Muñoz Gutiérrez
El Golpe de Estado en enero de 1934 contra el gobierno de Grau San Martín-Guiteras no significó el fin de la lucha revolucionaria a lo largo del país. Las fuerzas revolucionarias encabezadas por el Partido Comunista, la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), algunos sindicatos y los combatientes liderados por Antonio Guiteras continuaban empeñados en derrocar al gobierno impuesto por el coronel Fulgencio Batista, quien, como jefe militar del país al servicio de la oligarquía criolla y los intereses imperialistas, maniobra desde Columbia y persigue con saña a todos los que se oponían.
Aunque estas condiciones caracterizan el inicio del año 1935 en el país, las organizaciones opositoras, con más o menos coordinación, preparan para el mes de marzo una huelga general con la pretensión de derrotar al gobierno reaccionario.
El Camagüey, donde el presidente Mendieta había suspendido las garantías constitucionales desde el 7 de febrero, no es una excepción. Estudiantes, maestros, jóvenes, obreros miembros o no del Partido Comunista, la Joven Cuba, el Ala Izquierda Estudiantil, el ABC y el Partido Agrario Nacional integran un Frente Único. Se realizan paros y mítines relámpagos en fábricas, talleres y otros centros laborales donde se repudian los atropellos del régimen y tiroteos e incendios de tranvías.
El gobierno declara el estado de guerra en la provincia. La ciudad es tomada militarmente, se registran casas y locales, se despiden obreros, encarcelan revolucionarios, emplean rompehuelgas, se ocupan centros estudiantiles y se designan supervisores militares en las fábricas más importantes.
La huelga fracasa. En las semanas y meses siguientes, Batista, con el Ejército y la Policía a sus órdenes persigue, detiene, encarcela o asesina a los opositores que no se someten a la falta de libertad.
El fracaso de la huelga y la muerte de Guiteras en mayo de ese año significan el fin de la Revolución del 30; pero no el fin de la represión contra el quehacer de muchos revolucionarios en el país y en Camagüey.
Uno de ellos es el joven estudiante camagüeyano José Rodríguez Zunzunegui, Rodriguito, como le llamaban sus compañeros por sus “grandes afectos y simpatías”. Había tenido una importante participación en la lucha contra Machado y mantenido una actitud combativa, por lo que era muy conocido por el pueblo.
En agosto de 1935, en el antiguo hotel Camagüey, hoy Museo Provincial, donde reside la máxima autoridad militar de la provincia, el teniente coronel Desiderio Sánchez Varela -designado por el coronel Fulgencio Batista que comandaba el Ejército en el país- se efectúa una reunión con el responsable del Servicio de Inteligencia Militar y otros oficiales del Ejército y la Policía. Se acuerda eliminar, entiéndase asesinar, a todos los jefes de los grupos de acción identificados por sus “confidenciales”.
Esta decisión la conocieron los revolucionarios por un empleado del hotel y orientaron varias medidas de seguridad, como ausentarse de los lugares habituales y evitar salidas nocturnas. Sin embargo, Rodriguito, que se caracteriza por despreciar el miedo y poseer gran confianza en sí mismo, no las cumple. Cuando regresa a su casa, la noche del 26 de agosto, es sorprendido y asesinado.
Según un manifiesto titulado Al pueblo de Cuba y en particular al de Camagüey del 30 de agosto de 1935 y firmado por Los Rebeldes, a José Rodríguez Zunzunegui había que quitarlo del medio; lo velaron varias noches y se situaron convenientemente escondidos en un lugar despoblado y oscuro, para agredirlo y dejarlo abandonado. En este documento se identifican con nombres y apellidos a los asesinos y exigen a los jueces actuar.
El sepelio fue una manifestación de duelo popular y rechazo al régimen. Los asistentes expulsan del cementerio a los esbirros comandados por un capitán que había sido enviado a “mantener el orden”.
El coronel Batista cobraba otra vida al pueblo cubano, la del camagüeyano Rodriguito, un joven que no temió a la muerte gloriosa, pues “morir por la Patria es vivir”.