Benedicto García vivía en un bohío a orillas del Hoyo de Bonet, en la Sierra de Cubitas, al norte de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.
Su vida era prácticamente la de un ermitaño y le decían el Loco del Hoyo, pero eso era una exageración, pues solo tenía algunos trastornos en su conducta, como esa de residir aislado.
Hablaba con total coherencia y le agradaba sostener largas charlas con habitantes de la sabana al borde de la serranía, o con otros clientes de la bodega de donde se abastecía, o en las múltiples ocasiones en que allí dialogaba con los compradores de los productos de sus prósperas colmenas.
En primavera y verano se ocupaba de extraer miel y cera, y en el invierno –receso de la producción–, reparaba y construía nuevas armazones de madera rústica para las colmenas.
Cuando el ciclón que en 1712 arrasó con el caserío aledaño a las elevaciones, en cuanto sintió el silbido extraño del aire y el inicio de una lluvia arremolinada, trasladó todo el colmenar y sus principales pertenencias hacia una pequeña cueva en el fondo de la furnia.
La casa solo sufrió leves daños, por la protección de los árboles.
Él pensaba que no había mejor lugar para sus abejas que el Hoyo de Bonet, a unos 24 kilómetros de la Villa.
La depresión, en forma de embudo en medio de blancas rocas calizas, de 80 metros de profundidad y 140 de diámetro, no era un obstáculo para su trabajo.
Construyó tres escaleras de troncos de madera dura, de dos metros de ancho, y colocó cada una en uno de los salientes rocosos, todas amarradas entre ellas y a árboles robustos de la oquedad.
Una de sus mayores satisfacciones era ver, en las paredes inclinadas, la frondosidad de la vegetación, por lo cual, a causa de esa posición, podía admirar la formación de una especie de sombrilla para dejar pasar muy poco la luz del sol y provocar, en el fondo de la furnia, un clima y una humedad más frescos que en el exterior.
Benedicto García vivía y se sentía feliz allí, rodeado por plantas como el tibisí, dagame, jagua, cedro, yamagua, jagüey, ébano real, yagruma, ocuje, roble prieto, caoba de hacha, jocuma y ceiba.
También lo rodeaba una gran variedad de flores para libar las abejas –dentro y en los lugares cercanos— y, entre otros animales, jutías, majaes y pájaros.
Benedicto imaginó que ese paraíso lo acompañaría hasta la muerte, y jamás le preocupó si lo encontraban mucho tiempo después hecho carroña.
Un día muy soleado, el dueño de la bodega le preguntó si no temía que eso sucediera.
–Después de vivir en el paraíso, que más me da que me encuentren las auras, afirmó, y aspiró una fuerte bocanada de su pipa, con la cazoleta en forma de león y tallada en San Cristóbal de La Habana.
–Benedicto, ¿sabe usted lo qué dice la gente?, que por estos lares anda un aparecido, preguntó el tendero.
–Yo no creo en muertos que salen.
–Pues mire, que muchos dicen que lo han visto rumbo al Hoyo y anda con un hacha.
–Ya le dije que no creo en muertos que salen.
Benedicto se marchó a las 10 de la mañana.
Al acercarse a la vivienda vio pisadas humanas sobre la tierra húmeda por la llovizna.
Cargó el trabuco naranjero, lo puso en posición de apuntar y soltó al perro.
Rastreó ampliamente, dentro y fuera de la casa, y no había nadie más.
Dos días después, en la bodega, le contó el suceso al bodeguero.
–Yo te lo dije, Benedicto, te lo dije…
–Pero yo te repito que no creo en muertos que salen.
Retornó a la vivienda, y nuevas huellas. No había nadie más.
Benedicto se sentó en el tronco de un jagüey caído cerca del borde del Hoyo de Bonet, y se puso a meditar. Llegó a la conclusión de que lo acontecido no tenía explicación racional.
Coló café endulzado como siempre, con miel de abejas, y siguió con las cavilaciones sentado en un taburete recostado a la pared del bohío.
Al anochecer encendió los candiles y comió poco, un pedazo de jutía asada y una tajada de boniato hervido.
Se fue a dormir a las ocho de la noche y despertó a las seis de la mañana.
Quedó estupefacto: frente a su cama había un hacha, y no era la suya, la cual estaba colgada de una pared.
Benedicto García se sintió temeroso e imploró la protección de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Desde entonces dormía con el trabuco naranjero bajo la almohada, puso dobles los cerrojos, y amarró al perro, con una larga cuerda, de la cama.
Nunca más percibió los hechos inexplicables y Benedicto García, el dueño de las colmenas del Hoyo de Bonet, comenzó a pensar que el aparecido del hacha lo había dejado en paz, a pesar de haber reiterado que no creía en muertos que salen.
*P.D. Benedicto García vivió en el siglo XVII en la Jurisdicción de Santa María del Puerto del Príncipe, según un documento eclesiástico original. Un testimonio histórico afirma que un ciclón arrasó en 1712 el caserío aledaño a la serranía. El Hoyo de Bonet está en la Sierra de Cubitas y por su variedad de plantas en tan reducido espacio es único en su tipo en la provincia de Camagüey.
(Relato tomado del libro inédito De lo que fue y pudo ser en Santa María del Puerto del Príncipe, en el cual confluyen la realidad y la ficción).