La nueva etapa de la guerra por la independencia se abrió paso con su voz terrible y su fuerza liberadora, el pueblo cubano se hallaba en mejores condiciones para emprender la batalla que en 1868.
Primaba la incompatibilidad con los intereses de la metrópolis. Sentía una aversión impenitente contra la administración colonial encanallecida, estaba harto de las exigencias de soborno, del robo y la malversación de los atracadores del erario. De otra parte, al cubano le escandalizaba la negación de los recursos para la mejora de sus condiciones de vida, la falta de escuelas, la situación lastimosa de los maestros a quienes se les debían meses de salario, las pésimas condiciones sanitarias, la falta de caminos y el desdén por la creación de otras obras de infraestructuras.
Le resultaba odiosa e insoportable las represiones en su propia tierra, la falta de libertades, los abusos de la guardia civil, la opresión que sentían casi sobre cada acto suyo, la preterición en su patria a la hora de ocupar cargos públicos y muy pocos estaban posibilitados de ser electores en los comicios a los diversos cargos en municipios, provincia y a las cortes. Pero mientras, tenían que pagar los más de 50 000 pesos oros que percibían anualmente los Capitanes Generales de la Isla o los más de 96 000 de los ministros de Ultramar, y también la nómina de toda la paria de funcionarios que enviaba la Península.
Junto a todo esto, el pueblo cubano iba tomando conciencia de sí, porque la revolución de antaño le había dado orgullo y sentido a una historia propia. Sabían que podían sostener una guerra contra un adversario muy poderoso, y si fuera necesario durante mucho tiempo.
El sentimiento de pertenencia en una tierra dada y su aspiración a dirigirse por sí mismo, era reflejo de los rasgos de una nación y en la cual se ha forjado su nacionalidad. El antagonismo, definitivo e irreversible, tenían que solucionarse entre colonia y metrópoli.
Para lograr el estallido de la Guerra Necesaria el 24 de febrero de 1895, fruto de la labor de organización de José Martí, habían sido calve la creación de los clubes revolucionarios, el Partido Revolucionario Cubano con sus bases y estatutos y la creación del periódico Patria. El 25 de marzo de 1895 se da a conocer el documento clave de la contienda en Cuba, elaborado por Martí y calzado con la firma de Máximo Gómez: el Manifiesto de Montecristi; en él se exponían ante el pueblo cubano (y ante el mundo) los objetivos de la guerra recién comenzada.
Con la catástrofe en las confluencias del Cauto y el Contramaestre, como lo calificara Enrique Collazo la caída en combate el 19 de mayo del propio año 1895 de José Martí, su figura irremplazable y su falta resultó desgracia de tal magnitud como para retrasar los planes aprobados.
Después de las órdenes oportunas a Bartolomé Masó, el generalísimo Máximo Gómez continuó con muy pocas fuerzas hacia Camagüey. Región que en virtud de su experiencia militar estimaba de vital importancia para asegurar el éxito de la contienda. Camagüey que parecía dormida desde el estallido, al no ser por varias partidas que operaban de forma errante en la región, no se había involucrado completamente en la guerra. No sería hasta el arribo de Gómez el 5 de junio, que se estimularía realmente el alzamiento en el Camagüey.
Allí lo aguardaba, para lanzarse y fundirse en un abrazo de lucha, aquel viejo y gallardo revolucionario de la Guerra de los Diez Años: Salvador Cisneros Betancourt. Para el marqués, a sus 67 años, no había valido el saboteo de quienes intentaron impedir la lucha en Camagüey. De Cisneros Gómez escribiría “El viejo guapo, el de la buena cepa, el marqués fue el primero que acompañado de unos cuantos jóvenes se alzó”.
Junto a salvador Cisneros, 20 jóvenes camagüeyanos emularon los tiempos de Clavellinas y se lanzaron a la lucha. Los jóvenes, hijos de veteranos y de familias casi desaparecidas en las llamas de la guerra pasada, que habían crecido escuchando los relatos de aquella guerra, fueron los que tomaron las armas. El encuentro de Gómez con el patricio camagüeyano fue casi inmediato. El 11 de junio se fundieron en un abrazo que garantizaba la lucha por la plena independencia.
Nombres como los de Luis Suárez y Miguel Varona Guerrero cerca del Ingenio Senado, en Nuevitas; Mauricio Montejo en la zona del Ingenio Lugareño, también en Nuevitas; en Santa Cruz del Sur, Francisco Recio y Mario García Menocal; Rafael Labrada en Sierra de Cubitas. También Oscar Primelles Cisneros, Francisco Mendizabal, León Primelle Agramonte, entre otros revivieron la tradición independentista del Camagüey y garantizaron la continuidad histórica de aquella contienda libertadora.
Foto: tomada de www.acn.cu