A la altura de 1873, méritos militares y triunfos en alrededor de un centenar de combates, a más de su arquetípica personalidad, decían mucho del Hombre del Camagüey; el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, como para que ocupase responsabilidades superiores en cualquiera de los puestos de la Revolución.
Por demás, sabidas sus sobresalientes virtudes, aunque vale aclarar, que nada lo hacía sentirse autosuficiente por encima de los primeros en la Revolución y ni dispuesto a descabezar o a usurpar puestos inmerecidos.
Lamentablemente, una bala enemiga apagaría su vida el 11 de mayo de ese año. A simple mirada, ningún otro oficial parecía reemplazarle.
Buscando entre los jefes del Camagüey
El Brigadier Julio Sanguily no tenía ni el grado militar, ni la pericia, ni las dotes de mando para ese desempeño. Por su lado, el Comandante Rafael Rodríguez si bien era el primer oficial de Estado Mayor requería de más conocimientos del arte militar y de dotes políticos.
Otro Brigadier, Henry Reeve, poseía experiencia de guerra de su nación empero para ocupar esa vacante debía tener la aprobación de la Cámara de Gobierno, la del General en Jefe y la propia del Presidente Carlos Manuel de Céspedes, quienes, debían declinarla debido a su origen norteamericano. Y no se debe perder de vista que esos méritos y cualidades del principal caudillo del Camagüey tornaban más difícil disponer del jefe idóneo del puesto.
La decisión del jefe del Camagüey nació en el Oriente
Fue el Presidente Carlos Manuel de Céspedes a quien tocó aprobar para dirigir al Camagüey al Mayor General Máximo Gómez Báez. Gómez no sustituiría al Mayor, en todo caso, vendría a desempeñar esa jefatura con la misma pasión y fuerza como lo había hecho Ignacio Agramonte.
Era urgente evitar la paralización de la Revolución por la pérdida del caudillo, y que el enemigo aprovechase ese estado para arremeter al mambisado y avanzar hacia el Oriente. Ese era uno de los objetivos que traía el Mayor General designado, y sabría cómo levantar la Revolución con los hombres del Mayor.
El Mayor General Gómez no es el Mayor Agramonte
Gómez arribó el 1º de julio a la finca San Diego, “después de una marcha tan larga y fatigosa”, finca en la que tuvo su primer encuentro verbal con el patriota y constituyentista Francisco Sánchez Betancourt quien le comunicó las primeras “confidencias” relativas a la situación del territorio, es decir, los datos recogidos por los agentes comunicantes secretos diseminados en por toda la región en pie de lucha.
Tras la plática dirige “con hombres prácticos y de toda confianza que me proporciona Betancourt” oficio urgente al jefe interino del Cuartel Brigadier Julio Sanguily dándole cita en el campamento ubicado algo distante, finca La Horqueta, el día 7 de julio.
Después de conversar con Francisco Sánchez, el día 5, Gómez fue recibido “con una atención y cortesía oficial admirables”, -anotaría en su Diario-, en el campamento de La Crimea por el Brigadier Henry Reeve, desde donde seguiría ese propio día al Cuartel General del Regimiento Caballería, en la finca La Aurora.
El teniente coronel Federico Diago dio aviso de la llegada del “Mayor”. Reeve, en el acto, lo que quedaría registrado para la historia de las luchas cubanas, subrayó que: “el Mayor había sido uno y había caído en Jimaguayú”.
Creemos que no fue expresión para rebajar la jerarquía y méritos del nuevo jefe; la frase le brotó sincera por el hombre que había intentado, fatalmente, sacarle de la emboscada cuando se hallaba rodeado de españoles en Jimaguayú, el 11 de mayo. Más bien fue el énfasis hacia el líder que aún se tenía presente.[1]
El Mayor General Gómez asume el Camagüey
En la finca La Horqueta Gómez recibió el Departamento Militar del Camagüey, el 7 de julio. Ese día anotó en su Diario: “Después que he presentado a Sanguily las órdenes del Gobierno he quedado hecho cargo del mando, sin ceremonias, del Departamento. Hago formar toda la fuerza y me propongo dirigirle la palabra, pero me siento impresionado y apenas puedo coordinar las ideas”.
En la mañana del 8 pasó revista a las tropas, y anotó: “A la vista de este pequeño cuerpo de Ejército, pero bien ordenado y organizado, no era por menos sentirse vivamente preocupado con el vivo recuerdo del General Agramonte (…) Agramonte inspirado en puro patriotismo dejó asegurada la Revolución en esta parte (…)”.[2]
Finalmente, a Antón de Guanausí, el 10 agosto. Tras esto el “Mayor” Gómez intensificó la campaña para desalojar a los españoles. Y para esa tarea debió invocar el recuerdo del invicto Mayor Agramonte.[3]
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[1] Souza, Benigno: Máximo Gómez. El Generalísimo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, p. 83. Vale destacar que mientras José Martí preparaba en Nueva York la nueva jornada heroica de 1895, destacaría lo mucho que se hablaba del Mayor Ignacio Agramonte: “(…) Y al recordarlo, suelen sus amigos hablar de él con unción, como se habla en las noches claras (…)”. (En: Pastrana, Juan Jiménez: Ignacio Agramonte. Documentos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, p. 375).
[2] Las notas han sido tomadas de: Diario de Máximo Gómez. Colección Centenario, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968.
[3] Gómez lamentó no haber conocido personalmente a Ignacio Agramonte si bien sabía de sus triunfos y del tipo de hombre que era, al punto de escogerlo para la invasión a Las Villas. Véase este comentario: “!Ah, cómo no nos unió el destino en el campo de batalla! Como nos hubiéramos completado quizás y quién sabe si yo lo hubiera hecho vivir para la Patria antes que morir para la Gloria”. En: Pastrana, Juan Jiménez: Ob., cit., p. 347.