En la vanguardia de las luchas: Concha Agramonte.

Foto: Cortesía del autor
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Quedan zonas por sondear en la historiografía regional del Camagüey, una de ellas, en el papel revolucionador de la mujer en sus luchas por la emancipación plena. María de la Concepción (Conchita) Agramonte y Boza fue una de esas mujeres de la vanguardia social y política, sumada a la batalla por un nuevo país.

Desmitificar paradigmas ancestrales.

Ni “bello sexo” ni “mujer dedicada a quehaceres propios de su sexo”. Con el fragor de planes conspirativos en la Mayor de las Antillas en la década gloriosa de 1820-1830, la historiografía colonialista, y la republicana luego, invisibilizó o negó el rol protagónico de esposas, hermanas, novias y demás parientes féminas de los principales líderes de las conspiraciones secretas organizadas a lo largo de Cuba. Conspiraciones que tenían por objetivo iniciar las luchas contra el colonialismo español y lograr la independencia.

Si bien el secretismo de planes fue asunto propio de hombres, como mismo los viajes al exterior de la Isla; nadie puede negar en absoluto que todo fuera estrictamente secreto, cuando en reuniones y otros encuentros de patriotas debió dársele responsabilidad y participación a la mujer de la casa. La mujer fue una confidente segura. Menos sospechable de las autoridades y de militares hispanos. Ciertamente, fueron féminas valientes y osadas que saliendo de sus moradas recorrían la ciudad de un punto a otro para trasladar mensajes comprometedores. En ese punto resulta prácticamente imposible saberse con exactitud la cantidad de colaboradoras que tuvo el proceso liberador en Puerto Príncipe en ese período.

Una de las más importantes organizaciones secretas creadas en Camagüey hacia el año 1821 resultó la Cadena Triangular o Soles y Rayos de Puerto Príncipe. Su junta directiva fue formada por el sector Ilustrado de la sociedad principeña, y aunque 12 fueron sus líderes, alrededor de un centenar comenzaron a actuar por toda la urbe camagüeyana y en otras regiones del país. Los apellidos de las familias troncales entrecruzadas se descubren en los documentos históricos, y con ellos deducibles los apellidos de esposas y familiares simpatizantes y colaboradoras féminas que siguieron sus pasos. Las simpatías tenían justificante, por el hecho de que se buscaría romper con la superchería ancestral, la mojigatería de la educación hogareña, los tabúes epocales, superar la cultura dominante y los prejuicios y la discriminación por motivo de sexo.

Como en la etapa anterior ocurrió parecido en la década del ʽ40 al crearse la Sociedad Libertadora de Puerto Príncipe (S.L.P.P.), entidad patriótica a la que se integraron muchos de los individuos de ideas y aspiraciones demo-liberales, separatistas e independentistas, que en la segunda década conspirativa (1820) habían optado por el ideario emancipatorio bolivariano. Esta vez se sabe que alrededor de dos veintenas de seguidores pasaron a responder el llamado de su junta y nuevamente, casi la misma cifra de sus esposas, hermanas y familiares les respaldaron y colaboraron en la divulgación de variados servicios y de “hojas volantes” repartidas por la ciudad, militarizada por las autoridades coloniales. La esposa del patriota Joaquín de Agüero, Ana Josefa de Agüero y Perdomo, encabeza la lista de aquellas féminas que ayudaron a confeccionar la bandera tricolor de los insurrectos, trasladaron “recados”, se reunieron en silencio en las iglesias, confeccionaron ropas, les aportaron medicinas y vendajes para primeros auxilios, entre otros aprestos.

La continuidad del amor y del valor.

La epopeya del ʽ68 fue la continuidad del amor y del valor, también de la prueba de la audacia, de las féminas del Camagüey.  María de la Concepción (Conchita) Agramonte y Boza, de cuna rica y culta de lo mejor del Príncipe, fue esta mujer. Como sus contemporáneas pasó a la manigua y a la insurrección, dejando atrás bienes y comodidades y la espléndida casa familiar ubicada en la calle de la Contaduría, adornada de jardinería perfumada y de tinajones en su patio. Casa en la que desde 1852 residiera junto a su amado compañero Francisco Sánchez y Betancourt, de no menor linajudo historial familiar. Allí en la manigua ubicada en territorio de Guáimaro y Najasa, bajo constante asedio de las guerrillas españolas y de los voluntarios, el matrimonio tuvo los primeros vástagos libres. Y disfrutaron de los días de constituyente en abril en Guáimaro, hasta de la quema digna del poblado, para no caer en manos enemigas. Después, la dura emigración sin perder el anhelo de ver el suelo libre. Lejos en el Norte, Concha ni perdió el sentido de pertenencia natal ni la identidad hogareña. Tras el Pacto del Zanjón ella y Francisco Sánchez con la descendencia retornaron al Camagüey.

En la nueva epopeya del ʽ95, fue de las primeras que junto a Francisco Sánchez, -al borde de la muerte por causas de la tisis-, respondió afirmativamente a José Martí para la preparación y el reinicio de la gesta libertadora. Su casa fue lugar de reunión con agentes martianos. Concha tuvo seudónimo para las labores secretas encomendadas. Y respondió con lealtad, audacia y valor a las misiones que todavía están por saberse. Un agente martiano comentó en carta a Martí, que en el Príncipe (Camagüey) obtuvo de la camagüeyana mensajes afirmativos a la revolución. El encuentro tuvo lugar en la plaza de Armas frente al Casino Español y la Farmacia de Diego Xiqués.

Concha había puesto hijos al servicio de la causa independentista. Juan de la Cruz Sánchez murió a consecuencia de heridas mortales sufridas en lance con el enemigo, en 1873. Sus hermanos Benjamín y Calixto ocuparon su puesto. Y recibieron ascensos a generales de brigada e integrados al Cuartel General bajo las órdenes directas del General en Jefe Máximo Gómez, Armando y Eugenio Sánchez. Estas solas menciones destacan la entereza política de la heroína y su lealtad a Cuba, a Martí y a la revolución. Concha Agramonte es una constante apelación a las jóvenes camagüeyanas a seguir ese ejemplo de altruismo de mujer.

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