En tiempos de pandemia…

Foto: José A. Cortiñas Friman
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Hace solo unos días, cuando regresaba de una gestión, me interceptó una señora, que a pesar de su amplio nasobuco; logré identificar de inmediato. Era alguien a quien conozco desde hace mucho tiempo y con la cual sostuve una estrecha relación.

Allá por el año 1997, comencé a estudiar en la Universidad de Camagüey, la Maestría en Trabajo Social. Mi tesis para obtener dicho título fue “La incidencia del trabajo cultural en la rehabilitación de pacientes psiquiátricos”; por lo que aprovechando que mis tutores eran los Doctores Olga García Yero y Luis Álvarez Álvarez, quienes laboraban, por aquel entonces en el Centro de Investigaciones Nicolás Guillén y ofrecieron esa posibilidad; me vinculé a un grupo de mujeres de la tercera edad, pacientes psiquiátricas, neuróticas específicamente, que allí sesionaban para aplicar mi investigación.

La experiencia

Lo que aprendí en ese período fue incalculable, en todos los sentidos, pues además de la amplia bibliografía que revisé, y de la que tomé los conocimientos necesarios, pude conocer las particularidades de esas personas que eran atendidas por el Psiquiatra, Doctor Alfredo Muñoz Volivar, y la Psicóloga, Yoicet Acevedo Estrada, además de la Licenciada Yarilda, quien simultaneaba en ocasiones.

Durante aquellos encuentros de psicoterapia sistemáticos a los que asistí. Compartí disímiles historias, la mayoría lacerantes, impactantes, que provocaban dolor y hasta pena. Me solidaricé hasta el punto de lograr una compenetración y amistad con algunas de estas personas, la cual conservo hasta hoy.

Por eso ese día, cuando me encontré a Raquel, sentí alegría primero; porque hacía mucho tiempo no la veía. Después porque me comentaba que no nos había olvidado, refiriéndose al equipo que trabajaba con ellas y desde luego, me incluía por la cercanía que teníamos.

Luego porque me comentaba la utilidad de aquellos encuentros y como ahora cuando estaba un poco decaída, era capaz de aplicar las técnicas que le enseñaron y de esa forma salir a flote nuevamente.

También me comentó que, por estos tiempos de pandemia, un encuentro de este tipo, con alguien que te haga recordar lo poco o mucho de bueno que hiciste por ella, siempre resulta muy gratificante. Constituye un premio más de los que la vida ofrece.

Sirva este comentario entonces para felicitar, una y otra vez a esas personas que curan no solo lo tangible sino también el espíritu, y más por estos días de aislamiento en que todos vivimos un poco más alta la dosis de estrés.

Por eso les dejo aquí este bello pensamiento de alguien que seguirá siendo nuestro gran Maestro: José Martí, y con el cual comencé mi trabajo de tesis de Maestría, a él acudo cada vez que tengo una oportunidad:

“Hay que poner hospital de almas como se pone hospital de cuerpos. Y que se cure la enfermedad con la mayor ternura…”

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