En torno a la presunta “fundación” de la villa insular de Santa María del Puerto del Príncipe y sus traslados

Foto: Archivo OHCC
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La guerra total de rapiña

La guerra es guerra. De la Española procedió el destacamento naval que arribó a la Mayor de las Antillas y penetró en ella por Baracoa, todavía sin ser “Nuestra Señora de la Asunción de…”. A Cuba Diego Velázquez vino capitaneando esa expedición, que dirigió desde el centro de la Isla después de recorrer su litoral sureño y distante de riesgos mayores para su vida, no solo ante la presunta amenaza que significaban sus “enemigos” aborígenes, sino por sus envidiosos y codiciosos tenientes, entre otros, Vasco Porcallo de Figueroa, Pánfilo de Narváez y Francisco de Morales. Según sus cartas de relación de la conquista dirigidas al rey Fernando el Católico por esa fecha, -fíjese que se trató de un proceso de conquista violenta y ocupación militar permanente de la Isla-, revelan la crudeza de la expansión colonialista, sus órdenes fueron determinantes: “pacificar”. Lo que se traduce en neutralizar a sus ocupantes y tomar su hábitat a la fuerza, ocupar plenamente, conquistar y crear enclaves militares para continuar la misión colonizadora de la ínsula, que por informes de navegantes se sabía alargada y estrecha, descartada ya que fuera parte de un continente.

Un difícil empeño

En el trayecto terrestre llevado por la banda guerrera, centenares de aborígenes de los territorios de Maniabón, Bayamo y el Camagüey fueron fulminados por la superioridad de las armas de los invasores. Sin embargo, los militares parecieron temer a la resistencia que ya presentaban los aborígenes a sus matadores. Precisamente en Bayamo, sabida la resistencia, la tropa de tierra dirigida por Pánfilo de Narváez, Diego de Ovando y “asesorada” por el joven de veinticuatro años Fray Bartolomé de Las Casas, rearmó con 50 jinetes el contingente de 100 soldados que debía incursionar el Camagüey. A pesar de la superioridad, la resistencia continúo.

Villa o enclave militar costero

Las Casas, en su condición de asesor de la banda guerra, sugirió a su jefe que la villa colonial militar, ciertamente, nunca dispuesta en esa coyuntura por vecinos y vecinas españolas, debía ser enclavada en territorio aborigen nombrado “Yumaysí”, al norte de la región histórica del Camagüey, y no distante del mar. Según el fraile, era territorio abundante de recursos de pesca, caza y de fértiles arroyos. Así lo refirió en su carta al rey, en agosto de 1515, a la par de negarle posibilidad de desarrollo en el litoral, en su criterio donde “allí no se aprovecha nada”.

No hay la menor duda en reconocer el conocimiento que reunió Las Casas, de los territorios recorridos hasta esa primera quincena de diciembre de 1513, por valerse del nativo Dieguillo que trajo de Bayamo. De modo que siguiendo la esencia y letra del proyecto colonizador, el punto costero, -en el que habitaban aborígenes de las islas lucayas (Bahamas) desde siglos atrás-, pareció preferido para los militares como punto estratégico de conexión con las expediciones navales de apoyo, en tanto para continuar el avance hacia el extremo este de la Isla. Llegado al sitio en ese diciembre Pánfilo de Narváez, Ovando y Las Casas, seguidos del resto del contingente; esto hacía dominante y oficial la creación del cuarto poblado o “villa” insular (sin civiles). No se sabe si fue obligado levantar “acta” para dar crédito legal a ese instante histórico, motivo de controversias.

La premura para hacer efectiva la derrota o “pacificación” de los aborígenes, y con ello dar por culminado el proyecto colonizador, por demás acompañada de la tradicional arrogancia del mando y de la mentalidad codiciosa de aquellos aventureros, todo pone en duda que así se hiciese con el polémico documento o acta fundacional; por cierto, hasta hoy invisible. De todo, lo importante que merece dilucidarse es la rebelión de aborígenes en Caunao o Caonao, aldea donde desde noviembre de 1527 los rebeldes arreciaron los ataques para expulsar a la docena de militares dejados allí por sus colegas, que habían marchado a La Florida en busca de la supuesta fuente de la juventud y más oro.

El Camagüey

Los vientos del norte debieron favorecer el incendio de la villa y de ello servirse los caciques para poner en fuga al “cabildo fantasma” colonial, que debió regir en ese segundo emplazamiento, al que habría arribado en 1516. Por manera que apenas iniciado un nuevo año 1528, los rebeldes obligaron a correr a los españoles hasta alcanzar estos el centro de la región del Camagüey, sitio en que tampoco tendrían paz. Lo ocurrido aparece en el informe que enviara el Gobernador Manuel de Rojas al Rey, un año después. Claro es, con ausencia de la desmoralización militar de los colonialistas por nativos dotados de armas rústicas, guiados por sus corajudos caciques del Camagüey. Así las cosas, merecerá evocarse ese acto heroico que obligó al desplazamiento de la primigenia villa o enclave militar español, en ese enero victorioso. Modifiquemos el modo de reflexionar en torno a nuestra verdadera historia.

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