Enrique José Varona, una palabra viva, un ejemplo imperecedero

Foto: Archivo OHCC
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Enseñar es fecundar. No quiero ante mí cerebros esponja ni cerebros piedra berroqueña; si no que embeban ideas y las transformen.

Enrique José varona

Los primeros valores del filósofo, psicólogo, periodista, literario, lingüista, Doctor en filosofía y Letras, presidente de honor de la Academia de Historia y miembro de la Academia de Artes y Letras; Enrique José Varona de la Pera, los descubrí con el estudio del compendio “Desde mi belvedere”, texto de 1907. Lejos estaba de interpretar la magnitud cultural de una obra, en la que pocos historiadores se han detenido para evaluar el retrato sociocultural que hace de Cuba, quien percibió el papel de la identidad cultural como un proceso de autoconciencia más allá del individuo, para visibilizarlo como nación.

Más tarde, mis modestos conocimientos progresarían con otros textos suyos que se desplazan por diversos ámbitos, desde lecciones éticos-morales hasta históricas; todas caracterizadas por la sagacidad del lenguaje y sus agudas observaciones. Las reflexiones de los doctores Luis Álvarez y María Antonia Borroto me convidaron también a repensar la obra varoniana, -extensa e insuficientemente estudiada- y en el hombre con posturas políticas que contrastan entre sí, en medio de dos siglos definitorios, complejos y dinámicos para Cuba: la formación de la nacionalidad en siglo XIX hasta la efervescencia revolucionaria de la década de 1920.

Su obra: pensamiento y contexto

Varona muestra su inteligencia, capacidad para los idiomas y sensibilidad cultural tempranamente. A los 18 años ganó el concurso dedicado a la figura de El Lugareño y era un asiduo participante en las tertulias de la Sociedad Popular Santa Cecilia. En 1868 se incorpora a la lucha independentista, la cual abandona prematuramente, más tarde asume una posición contraria a la emancipación y se afilia al partido autonomista hasta 1886, en que se retira del mismo.

Durante la preparación de la guerra necesaria vuelve sus pasos hacia la independencia, con una responsabilidad que refleja en «Dos voces en la sombra», zarpazo a la creación adolescente, “la hija prodiga” que muchas críticas le valiesen durante su vida por la intención españolizante, sin que se cuestionaran sus detractores cuántos cubanos fueron independentistas sin haber recorrido antes otras corrientes ideológicas. Matices del proceso de la formación de la nacionalidad, que en reiteradas ocasiones se pretende ignorar o se descontextualizar.

Su relación con José Martí discurre entre los intereses intelectuales y políticos que comparten. En 1895 en Nueva York, después de la muerte del Apóstol, Varona lo sucede en la dirección del periódico Patria.

En la intervención norteamericana fue Secretario de Hacienda e Instrucción Pública, en la convulsa República Neocolonial se desempeña como vicepresidente desde 1913-1917, para retirase posteriormente de la vida pública, circunstancia que no le impide abrir las puertas de su casa a la nueva generación. Junto a ellos estuvo en la fundación de la Federación de Estudiantes Universitarios y fustigó a la dictadura de Gerardo Machado, convencido, según sus propias palabras, que «Cuba republicana parece hermana gemela de Cuba colonial»

Varona el pedagogo

En su condición de pedagogo mostró una capacidad excepcional para advertir la necesidad de cambios inmediatos en la educación, labor que se conoce como el Plan Varona. Sus reformas impulsaban la enseñanza con la perspectiva de garantizar competencia profesional en cada nivel y con ello un proceso docente integrado entre sí, apoyado por recursos y valores modernos y científicos.

Varona concibe la creación de la Escuela Pedagógica no solo con la intención de formar docentes, si no con el acierto de garantizar las investigaciones científica sobre los problemas de la enseñanza. La labor renovadora en el ámbito educacional y su excelso magisterio lo convirtieron, según las palabras de Merardo Vitier en «Maestro de juventudes», o en «Maestro de Cuba» de acuerdo a Pedro Henríquez Ureña.  Estos criterios nos convierten en deudores de Varona, no con monumentos o consignas, sino en el ejercicio creativo de la docencia.

Una vida de contrastes y aciertos

Enrique José Varona muere en La Habana el 19 de noviembre de 1933, su sepelio estuvo acompañado por los jóvenes, que a pesar de la avanzada edad de maestro, lo tomaron como símbolo imperecedero. Sus restos fueron velados en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, sitio donde la admiración y el dolor se conjugaron en un discurso apasionante, ofrecido por Raúl Roa. Nuevamente persisten interrogantes que debemos formular: ¿Qué servicios prestó a la Patria el intelectual cubano que lo convirtió, ya octogenario, en representante de la fuerza juvenil renovadora, audaz y revolucionaria de una sociedad?

Las respuestas solo podemos encontrarlas cuando develamos su vida y obra, llena de contrastes y aciertos. Los camagüeyanos le debemos más estudio a sus textos, mayor promoción a su labor, dentro y fuera de las aulas. Pocos conocen que la popular arteria de San Ramón, desde el 30 de enero 1899 a propuesta del Ayuntamiento, lleva su nombre. Tampoco es muy conocido que una placa señaliza en la calle Lugareño su casa natal, ni que en uno de los parques más importantes de la ciudad existe un modesto busto, realizado para el Centenario de su natalicio por Fernando Boada.

Luchar contra el olvido de los grandes hombres, será siempre responsabilidad y honra.

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