La última vez que las cámaras camagüeyanas captaron la imagen de Eusebio fue durante su visita a la provincia el año anterior, durante los festejos por el aniversario de fundación de la villa.
Su paso ya no era tan rápido, ni tan constante, como lo fue alguna vez en sus recorridos por la urbe agramontina, pero había que escuchar ese verbo claro y apasionante, que te hacía sentir orgulloso de tu tierra.
Leal fue un enamorado del patrimonio, por eso su amor a Camagüey, a sus calles adoquinadas, a sus tejas de barro, a su arquitectura ecléctica y a sus iglesias.
Mientras la salud se lo permitió, estuvo presente en los Simposios Desafíos en el Manejo y Gestión de Ciudades, que se celebran cada año en la ciudad de los tinajones. Más que un evento teórico, para Leal era un encuentro de amigos y la posibilidad de hablarle al pueblo camagüeyano sobre la preservación de su patrimonio, de dar esperanzas sobre proyectos aparentemente imposibles, de convencer, enamorar, contar.
Por eso es que Eusebio habita en cada centímetro de las 64 hectáreas que conforman el área declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, en la mesita en que comía en sus visitas a la sede de Oficina, en esas fotos inmortales junto a Elda Cento y otros grandes de la historiografía cubana y en cada proyecto social de la Oficina del Historiador.
Hijo también de la tierra de El Mayor, rendirle tributo a Eusebio es fácil, porque está en muchos lugares, en muchas personas, en muchos sueños futuros para construir una mejor ciudad y una mejor Cuba.