Gaspar Betancourt Cisneros: curiosidades de un “Lugareño”

Foto: Cortesía de la autora
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Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, fue uno de los intelectuales cubano más importante del siglo XIX. Amante de su terruño, se convirtió en unas de las voces y plumas más agudas en la defensa de los proyectos progresistas para el Camagüey.

Si usted indaga por un intelectual camagüeyano del siglo XIX que firmaba como Narizota o el Varón, algunos acudirán a la memoria para asociar a grandes hombres de la “patria chica”, que tal vez emplearon esos seudónimos, y los más atrevidos por esta forma singular de firmar, nombrarán otros a con el ánimo de acertar.

Sin embargo, casi nadie asocia a Gaspar Betancourt Cisneros, más conocido por El Lugareño, con estos sobrenombres que utilizó para burlarse de un defecto físico suyo – nariz grande perfilada – en la correspondencia con José Antonio Saco y remarcar su hombría y galanteo entre las damas locales, con Domingo del Monte.

Así era su carácter, fuerte en los propósitos y juicios, espontáneo y franco en los afectos, campechano y sincero en la escritura, de allí que el epistolario con Domingo del Monte, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, entre otros y sus textos periodísticos, devuelven al amigo leal, al camagüeyano relloyo, y al excelente periodista.

Recibió Ell Lugareño una educación esmerada en su ciudad natal que complementa en los Estados Unidos, donde emigra desde joven. Allí cultiva amistades que marcaron su vida como el argentino José Antonio Miralla, el guayaquileño Vicente Rocafuerte –luego presidente de la República de Ecuador-, el peruano Manuel de Vidaurre, Oidor de la Audiencia de Puerto Príncipe y más tarde Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Republica de Perú y el cubano José Antonio Saco.

Algunos desconocen que partió a Venezuela el 23 de octubre de 1823, para entrevistarse con Simón Bolívar, -gestión infructuosa-y promover un movimiento insurreccional en Cuba. Le acompañaron entonces los coterráneos Fructuoso del Castillo, José Ramón Betancourt y José Agustín Arango.

Colaboró en el periódico el Mensajero Semanal en Nueva York, entre 1828 y 1831, estrechó relaciones con José Antonio Saco y Félix Varela desde su labor intelectual desde una perspectiva más nacional. Participó en la Polémica Filosófica donde se manifiesta a favor de las posiciones independentistas de su amigo José de La Luz y Caballero. A Domingo Del Monte le comenta el 11 de junio de 1840.

«¡Que indecentes han andado con Pepe de La Luz hombres que no son capaces ni aún de desplegar sus labios, cuanto menos su corazón delante de ellos!»”

A través de su labor periodística, en las Escenas Cotidianas, publicadas en La Gaceta de Puerto Príncipe entre 1838-1840, se erigió como adalid del progreso camagüeyano. Criticó las costumbres retrógradas de su ciudad natal, aleccionó a los incrédulos antes los proyectos renovadores y enfrentó con su pluma sagaz a los detractores del adelanto económico y social de su ciudad.

Las propuestas modernizadoras sobre agricultura, economía, cultura, educación, industria, y entre ellas la más importante: el ferrocarril de Nuevitas- Puerto Príncipe; fueron sus denuedos constantes, por ello escribió:

«Quiero ser los ojos del Camagüey para ver todo lo que le sobra o falta; […] los oídos […] para estar siempre de escucha; las narices […] para olfatear todo lo que le pueda servir de alimento o deleite; la lengua […] para cacarear la verdad y pedir cuanto necesite; las manos […] para agarrar todo lo que le adorne o derribar lo que le desaire; las piernas del Camagüey para traerle siempre en movimiento»

Sin lugar a dudas uno de los proyectos más trascendentales y difícil fue lograr la construcción del Camino de Hierro principeño, que tardó casi dos décadas en hacerse realidad; batalla que inició con los estudios preliminares y que costeó con su fortuna personal. La obtención de la segunda concesión en el país para estos fines y la llegada final a la ciudad ocurrió el 25 de diciembre de 1851.

Hoy a 220 de su natalicio, su ejemplo debe inspirar a quienes debemos amar al Camagüey, al que le fue leal el Lugareño: «Yo no tengo más que una amiga, Da. Camagüey; y una querida, la Camagüey; y una madre, mamá Camagüey; y la quiero sabia y virtuosa para mi consuelo, y la quiero lindísima para mis placerse; y la quiero sana y opulenta para que no se muera de consumición»

Referencias

Betancourt, G (2017). Escenas Cotidianas. Camagüey, Ediciones El Lugareño.

Córdova, F. (1951). Cartas del Lugareño. La Habana, Ministerio de Educación.

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