Historia de una alfabetizadora camagüeyana

Foto: Cortesía de la autora
Share on facebook
Share on twitter

Hace mucho que quería contar esta historia, mi tío varias veces me la dio como sugerencia para mis crónicas, pero por escucharla tantas veces; pensaba conocerla de memoria y no imaginaba cuánto más guardaba.

Llegué a la casa y Roxy entrevistaba a su abuela para una tarea escolar, con motivos del aniversario 60 de la campaña de alfabetización, que este diciembre rememora aquella hazaña de la juventud cubana. Me incorporé a la conversación sin intervenir, solo como oyente y de mi escucha les cuento.

La Alfabetizadora

Miriam Teresita Socías Zaldívar es la protagonista de esta historia de jóvenes mujeres que aportaron mucho a la educación. Solo tenía 13 años cuando a su secundaria llegó el llamado para ser parte de aquella gesta, entonces nadie entendía la connotación que acarreaba y que 60 años después sigue sorprendiendo con sus anécdotas.

La primera pregunta fue sobre la decisión a participar y sin pensarlo asegura que, era la tarea que debía asumir la juventud de su tiempo, para ayudar a tantas familias que no sabían ni escribir sus nombres.

Para poder inscribirse sus padres debieron firmar una planilla y ofrecer además de conformidad, el apoyo a la tarea. Unos días después partieron rumbo a Varadero, donde recibieron los uniformes, la cartilla y el farol chino, junto a las instrucciones necesarias,  para ser distribuidos por toda las regiones de la isla.

Comenzaron las clases

Ya ubicada en la comunidad del central Elia, en una colonia ubicada 16 km hacia dentro llamada Santa Ana, inició sus labores como maestra, no fue nada fácil llevar a todos a las aulas, pero muy pronto fue aceptada y querida por los vecinos, que le demostraban su afecto obsequiándole la mejor fruta de su cosecha.

Fueron cerca de 6 meses viviendo lejos de su casa, compartiendo con esa familia de campesinos, que la cuidaron como a una hija. De día preparaba las clases y de noche a la luz de su farol las impartía a seis alumnos adultos.

Con emoción recuerda a su discípulo  más pintoresco, era un haitiano muy mayor, que tenía el mejor interés en aprender, pero sus gastados años en el trabajo duro del campo ya no le permitieron asimilar las letras, solo llegó a su escribir su nombre y apellidos, lo que para él fue un regalo de la Revolución para dejar de rubricar con sus huellas.

El resto aprendió con facilidad y avanzaron según los pasos de la cartilla, llegó diciembre y su tarea debía terminar, fue difícil dejar atrás a esa nueva familia de la que se convirtió en un miembro más.

El gran día

Dado el aviso recogieron a todos los brigadistas y en tren partieron a rumbo a la capital,  allá el reencuentro con sus compañeros y el intercambio de las diversas experiencias, fue el tema del día.

Estaban eufóricos, felices, la tarea había concluido con éxitos. Así lo hizo saber El Comandante, cuando habló para ellos y desde la plaza de la Revolución de la Habana,  declaraba al mundo que Cuba era el primer país libre de analfabetismo en América.

En el tiempo

Mirando en el tiempo los progresos en  la educación, Miriam piensa que valió la pena su entrega, gracias a eso todo el que participó vio la educación diferente y muchos continuaron estudios y se transformaron en maestros, otros elegimos caminos diferentes, pero todos el servicio de la revolución, que  gracias a la visón adelantada de nuestro Comandante en Jefe Fidel, desterró para siempre de nuestro pueblo la oscuridad de la ignorancia.

Pido la palabra

Sigo presente y callada, me emocionó mucho el curso de la entrevista que una y otra vez había escuchado desde niña, pero guiada por mi hija ha sonado diferente, al contarla para ustedes, creo saldar una deuda con mi tío y con otros alfabetizadores de la familia, que como mi madre: “llevaron con las letras la luz de la verdad”.

Más relacionados