Si usted se acerca a la biografía de Tula o La Peregrina, seudónimos con los que se conoce a Gertrudis Gómez de Avellaneda, tal vez sienta curiosidad por esa mujer transgresora en su vida personal y literaria. Tan incomprendida por los prejuicios sociales de la época que, a pesar de sus méritos incuestionables, se le niega su entrada a la Real Academia de la Lengua Española por su condición de mujer.
Por otra parte, hasta la fecha sobresale la disparidad de valoraciones sobre su obra, figuras con posturas apasionadas, polémicas y en reiteradas oportunidades desacertadas, cuestionan hasta su cubanía, posiciones alejadas de los criterios martianos y de Dulce María Loynaz.
Nada de ello amilanó a Tula o La Peregrina, seudónimos empleados por ella que siempre se sintió principeña y cubana; por eso en la carta del 3 de enero de 1868 dirigida al periódico habanero El Siglo, se honraba de haber sido distinguida como «escritora cubana».
Homenajes para una excelsa cubana
Sin lugar a dudas hace referencia a los homenajes que recibió en la Isla en 1860, uno en la capital, organizado por su coterráneo José Ramón Betancourt, presidente del Liceo artístico y literario, donde le entregan la corona de oro macizo, imitación de dos ramos de laurel recogidos en una cinta esmaltada del mismo metal con la inscripción: El Liceo de la Habana a Gertrudis Gómez de Avellaneda enero de MDCCCLX.
¿Qué ha sido de la pieza? Es una interrogante que muchos intelectuales se hicieron desde el siglo XIX. Se conoce la donación realizada por la Avellaneda a la iglesia Nuestra Señora de Belén en la capital, pero luego no se ha sabido más detalles de su paradero.
Por su parte la sociedad de instrucción y recreo La Filarmónica, espacio cultural principeño de significación la nombra Socia de Mérito el 1° de enero de ese año; mientras en mayo adquiere un retrato de la Avellaneda para situarlo en los locales de la Sociedad como “premio a nuestra distinguida paisana por su esclarecido talento”.
De esta forma continúan los preparativos en su tierra natal, la ceremonia se realiza el domingo 3 de junio de 1860. Se engalana el teatro del edificio de la Filarmónica con adornos naturales, guirnaldas de flores en forma de medallón, en el centro contenían en letras de oro sobre un fondo de terciopelo carmesí, los nombres: Sab, Saúl, Egilona, Baltasar, Alfonso Munio, personajes simbólicos de sus obras.
La poetisa fue acompañada desde su casa por una comisión de señoras miembros de la sociedad, la reciben en la entrada a las nueve de la noche doce caballeros con antorchas, y al pie de la escalera la Sra. Marquesa de Santa Lucía escoltada por un grupo de señoritas que portaban corona de flores para agasajar a la Tula.
Francisca Loret de Mola lee unos versos de Esteban de Jesús Borrero y le entrega una corona de flores blancas, a la cual iba atado el diploma de Socia de Mérito de la Sociedad Filarmónica.
El programa artístico fue amplio, comenzó el concierto con la Orquesta de San Fernando, constó de cuatro partes con una selección cuidadosa de poemas, danza y música, especialmente, destacan las óperas de Rossini y Verdi. Amalia Simoni, de voz extraordinaria interpretó la romanza “Caro nome” de la ópera Rigoletto.
Hubo lectura de poemas, por Antonio Nápoles Fajardo, Francisco Agüero, Pamela Fernández, Antenor Lescano, Augusto Barrinaga y Esteban Agüero, también se dio a conocer un poema de Juan Antonio Frías, poeta negro.
Sus palabras…
La Tula, emocionada leyó, «Señores: Un gran poeta ha dicho que las esperanzas y los recuerdos se cantan, pero que la felicidad presente solo se goza en silencio. Yo reconozco ahora la verdad de estas palabras. Al verme entre vosotros, entre los nobles hijos y las bellas hijas de mi suelo patrio; al escuchar los halagadores acentos de vuestro fraternal cariño». Posteriormente se retira.
Es Gertrudis Gómez de Avellaneda una figura que provee de prestancia y orgullo a Camagüey como cuna de la Literatura cubana «merece ser atrapada por las miradas al futuro, para el bien del presente».