Invasión de auras en la plaza de armas

Foto: Tomada de internet
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–Señor alcalde, la Plaza de Armas está repleta de auras.

–A ver Blas de los Santos, explíquese, explíquese, ¿pero hay algún animal muerto?

–No señor alcalde, ninguno, y hay tantas auras allí que no se puede caminar.

–¿Qué no es posible caminar?

–No, señor alcalde, todas están en el suelo.

–Pues organice una partida y acabe con ellas.

Blas de los Santos, jefe de los guardias, fue con una escuadra y las acribillaron con los arcabuces, pero ninguna se movió.

Volvió a conversar con el gobernante para ofrecerle la nueva noticia.

–Le dije que acabara con las auras.

El jefe de los guardias y la escuadra regresaron a la Plaza de Amas de la villa de Santa María del Puerto del Príncipe, y otra andanada de disparos, pero sucedió lo mismo.

Blas de los Santos estaba desconcertado y temeroso de que lo cesantearan en su puesto.

Ordenó nuevos disparos contra esas aves de plumaje color marrón oscuro hasta negro, la cabeza y el cuello sin plumas, rojos, pico corto ganchudo y de tono marfil…pero nada.

Otras oleadas de las aves llegaron a la zona, y ya no solo ocupaban las calles aledañas, sino también los techos de las casas de los alrededores.

El vecindario permanecía temeroso y rezaba para que terminara la invasión.

El cielo estaba rojizo, el viento soplaba fuerte, los perros ladraban y se desplomó el techo de guano de una vivienda, lo cual provocó la muerte de un anciano que la habitaba solo.

La situación caótica llevaba tres días, y el sacerdote de la Parroquial Mayor no cesaba de implorar al cielo la conclusión de la desgracia.

La india Graciana comentó con su familia que acabaría con la invasión.

Se acercó hasta donde pudo a la Plaza, roció el piso de la calle con agua coloreada de rojo, levantó los brazos y en alta voz exigió a las aves que se fueran.

Poco a poco se fueron retirando, ante la presencia de Blas de los Santos, para quien el espectáculo resultaba increíble, pues el asunto no había podido resolverse con los múltiples disparos de arcabuz.

El jefe de los guardias le informó al alcalde cómo concluyó la presencia de las auras.

–Eso es superstición, dijo el gobernante.

–Yo lo presencié, señor alcalde.

–Retírese, Blas de los Santos.

Unos decían que fue obra de la india, y otros lo atribuyeron a la casualidad.

Pero aún así, de Santa María del Puerto del Príncipe no pudo borrarse el

recuerdo de Graciana conjurando a las auras.

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