En cualquier rincón del Camagüey la herencia africana está latente. Si transitas por la carretera de Santa Cruz y llegas hasta el km 10 a una comunidad conocida como La Pata, allí podrás encontrar a una señora muy querida por todos, que lleva con orgullo su piel morena y muchas otras virtudes.
Les hablo de Ángela Gutiérrez, o mejor pregunten por Yiya, que es su nombre de batallas. En la pequeña salita de su apartamento, ubicado en el primer piso del edificio número 4, siempre encuentras a dos o tres vecinos, lo mismo van a compartir un café, que, a buscar una hoja medicinal, a que le curen el empacho, o simplemente a recibir un consejo, pues esta solicitada mujer es una suerte de alcaldesa.
El respeto y cariño se lo ha ganado con su actuar, pues suele ser muy justa y bondadosa, su puerta siempre está abierta para ayudar y para empujar cualquier obra del pueblo. De sus ancestros yorubas heredó la fe y la gracia para curar o asistir a los que sufren, esa es su mayor riqueza.
Los orígenes
Su bisabuela Catalina Torres y su abuelo José Vejarano, vinieron de Angola, compraron un terreno en tierras Santacruceñas, cerca del central Macareño y comenzaron a trabajar por salir adelante.
Según nos cuenta, su abuelo era un negro guapo, una vez en una pelea con un mayoral, le dio un tiro y lo mató, desde entonces creció su fama de valiente y justo, virtudes que hasta hoy ostenta la familia.
Solo por fotos y anécdotas familiares Yiya conoció al abuelo, sin embargo, sin que nadie se lo inculcara, por inspiración propia heredó la religión, su bonito altar acoge las peticiones por la salud de cualquiera, conocido o no. Durante la pandemia de la Covid, cada amigo o vecino que enfermó, estuvo en la lista de peticiones que cada mañana, iluminadas por una vela, aclamaban por la pronta recuperación del paciente.
Una pausa para curar
Mientras conversamos llegó Samuel, el pequeño de la esquina, que tiene mala digestión y solo Yiya lo mejora con sus oraciones, disculpe, me dice, pero este remedio no puede esperar. Lo mide con una toalla y sentencia, está empachado, hay que curarlo. Después de unas oraciones y tres buchitos de agua, el niño se va contento. Le pregunto si ya no le duele y sin mirarme, como apenado le da un beso y dice…ya estoy bien, mientras se aleja corriendo.
Yiya
Retomamos la conversación, se ve feliz por haber ayudado y a modo de confesión bajando la voz comenta: yo le pido mucho a mi abuelo José, el siempre me asiste cuando necesito un remedio para la salud de alguien, él y sus orishas me dan el aché para curar.
En su inocencia de pequeña, Ángela, pensaba que su misión en la vida era matar a un mayoral como hizo su abuelo, pero que Dios la libre, dice, mal no hace a nadie, sus peticiones a los santos son para bien, pues sabe del placer que reporta tender su mano a quien toca la puerta.
Con esa bella imagen de bondad agradezco a la Alcaldesa del 10, por su tiempo, mientras me propone tomar una botella de pru, bien frío que es muy digestivo, la vela del altar se va apagando, sus plegarias ya fueron atendidas y el pequeño Samuel y otras intervenciones recibirán alivio, porque la sangre de Catalina y José abonaron con trabajo esta tierra y ahora iluminan desde la eternidad a su nieta Yiya que tiene un Don para escuchar y ayudar en cualquiera circunstancia.