Todavía no me he explicado cómo, con los años que hace que la conozco, no se me había ocurrido hacer un comentario sobre ella. Confieso que es algo imperdonable, por eso, ahora lo haré.
Corrían los años 70 del pasado siglo, y a pesar de ella tener un año y medio menos de edad que yo, coincidimos en aquellos campamentos de las escuelas al campo que les llamaban “Campamentos culturales’’. Los estudiantes que allí nos reuníamos poseíamos algunas inquietudes artísticas y las practicábamos como aficionados, guiados por los distintos instructores de arte que nos ofrecían sus saberes sobre las diferentes manifestaciones. Eso ocurría en la sesión de la tarde, pues a trabajar en la agricultura íbamos en la mañana.
Así vinieron los festivales de distintas instancias y en los nacionales siempre coincidíamos, aunque en especialidades distintas; pero todos representábamos a la provincia y formábamos una delegación compacta que pocas veces dejábamos de traer algún premio, para orgullo nuestro.
Después dejamos de vernos con tanta frecuencia, pues el hecho de irme a estudiar a la Capital nos alejó un poco. Durante ese período ella continuó por los caminos del arte, pero de manera profesional y con mucha preparación, por cierto.
Reencuentro
A mi regreso nos volvimos a ver y la vida hizo nos uniera el trabajo. Primero tuve la suerte de, como Secretaria Docente del Centro Provincial de Superación de Cultura, extenderle el título de Instructora de Arte en la especialidad de Artes Plásticas; luego, compartimos cargos directivos en ese propio organismo, del que formamos parte de su Consejo de Dirección por varios años, de los cuales poseemos no pocas anécdotas.
En esa misma etapa fui también afortunada, pues uno de mis hijos fue su alumno. A él logró quererlo como a uno de sus más cariñosos, revoltosos y fieles discípulos a pesar de que no siguió sus pasos; pero sí lo hizo en otra rama artística. Entre ambos la relación siempre se mantuvo.
Pero aquí no queda el vínculo, no, continuó cuando siendo ella ya toda una artista consagrada y formando parte yo del ejército de trabajadores de la Oficina del Historiador de esta ciudad de los tinajones, nos vuelve la vida a ofrecer la oportunidad de trabajar juntas desarrollando uno de los proyectos más hermosos que, desde mi punto de vista, ha existido en nuestra Villa: la creación del Conjunto Artístico Arlequín; ese que cumple años de nacido al igual que ella cada septiembre, y con el que ha colaborado desde siempre.
Ileana y la ciudad
Exposiciones personales, colectivas, murales en espacios públicos y centro docentes; actividades diversas en jornadas, eventos, delegaciones, brigadas; el proyecto de la pintura de los bicitaxis Andariegos con la colaboración desinteresada de algunos de los artistas de la plástica del territorio, en fin…, tantos otros proyectos donde el nombre de Ileana es imprescindible.
Esta mujer, artista por sobre todas las cosas, es incansable, amiga de sus amigos, buena cocinera, sincera y maestra por excelencia, pues busca siempre la ocasión para ofrecer alguna enseñanza a cuantos la visitan. Inquieta y para algunos peleonera, pero camagüeyana hasta las últimas consecuencias, es Ileana de la Caridad Sánchez Hing, la que vive frente al Parque Agramonte y cree que le pertenece; hecho que de alguna manera es cierto, pues ella forma parte de esos dueños que posee ese emblemático espacio, otorgado por su fidelidad, compromiso y eterna defensa para con ese entorno y la ciudad.
Eterna gratitud
Ella, a la que hoy he dedicado este comentario, es y será siempre nuestra buena amiga Ileana. La gran artista, la de los gatos y los proyectos con pinceles y niños, la de la casa frente al parque a la que todos gustan visitar, la también ferviente defensora del patrimonio: la Ileana de Camagüey.


