La madre de agua

Foto: Cortesía del autor
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Joseph Hernández la vio mientras caminaba cerca de una algarroba.

A ese majá lo llamaban  madre de agua, era  invulnerable, incluso a las balas, y cuando tenía hambre podía comerse hasta un ternero.

A hombre le dijeron que el animal podía vivir centenares de años, y morir quien intentara capturarlo o matarlo.

Él era una excepción de incredulidad para su época, no creía en nada de lo dicho al respecto, y estaba decidido a acabar con el depredador de sus terneros mientras bebían en el río.

Llegó con un arcabuz, de más de una vara de longitud, y amplia recarga de  municiones, mecha y pólvora.

Sabía que el arma tenía tiro efectivo a unas 41 varas y pensó que la distancia resultaba suficiente para abatir al majá, cuando transitara cerca de la orilla.

El río tenía árboles frondosos, la luna estaba llena y el rocío arreciaba. Eran las dos de la madrugada cuando descubrió a lo que buscaba. Ya tenía preparada el arma, excepto encender la mecha.

Apretó el gatillo y le perforó la cabeza, pero la madre de agua continuó su desplazamiento.

Los cuatro monteros acompañantes de Joseph hicieron blanco también casi al mismo tiempo.

El animal se revolvió, pero siguió vivo y escapó.

Hernández y sus hombres continuaron vigilantes.

Nuevamente vieron a la madre de agua y le hicieron cinco descargas,  sorpresivamente todas mortales.

Joseph Hernández, muy sano y vigoroso, estaba rebosante de alegría por la muerte de la presa, y escoltado por los cuatro monteros la llevó a para su casa, enlazada en la montura del caballo Alazán, alto y robusto.

Almorzó mucho: masas fritas de puerco, harina de maíz con grasa de cerdo, arroz fuertemente condimentado, ensalada, casabe y varias jarras de agua de su pozo, famoso por el líquido fresco y cristalino.

Fue a dormir la siesta, pero no despertó y  el mayoral, José Castellanos, le cerró los ojos.

En este relato confluyen la realidad y la fantasía.

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