Se le debe justicia y se le deberá siempre a ese insigne guerrero y esclarecido patriota: los cubanos se la hacemos plena y cumplida. Gómez es una figura resplandeciente en la historia por la libertad de nuestro país. Durante la guerra de los Diez Años, como durante la contienda preparada por José Martí en 1895, Máximo Gómez ocupó sin contradicción de nadie el más alto puesto del Ejército Libertador. Los hechos de armas más famosos de la cruenta lucha en la Guerra del 68 fueron concebidos y ejecutados por él, y él fue el que pudo sostener, durante un decenio, una contienda en la que la mayoría de las ventajas estaban de parte de España.
Cuando en abril de 1895 se supo del desembarco de General Gómez en unión del ideólogo de la Guerra Necesaria, José Martí, por el extremo oriental del país; un estremecimiento eléctrico recorrió todo nuestro cuerpo social, porque todos se dieron cuenta inmediatamente de que a partir de ese día memorable iba a cambiar, como cambió, el curso de la contienda. Con la llegada de viejo soldado se acabaron las vacilaciones y el Grito de Baire se trocó en un poderoso movimiento revolucionario. Su llegada al Camagüey en junio del 1895, después de la fatídica caída en combate de José Martí el 19 de mayo, fue lo que convenció a los camagüeyanos a la lanzarse a la lucha definitivamente; consternando así a España y a su alto mando en la Isla, tanto como regocijó a Cuba y a los patriotas.
Al intervenir los Estados Unidos de América en nuestra gesta independentista en 1898, la potencia desconoció el triunfo innegable de las fuerzas libertadoras. En la búsqueda de solución a la situación precaria en que se encontraba el Ejército Libertador con sus más de treinta mil hombres en cálculo estimado, se decidió por los representantes a la Asamblea de Cerro, licenciar al mismo. Esta fuerza de hombres, muchos veteranos de la guerra pasada, era vista por el gobierno estadounidense como un peligro a sus intereses. Por ello el Presidente McKinley le propuso a los enviados de la comisión, guiados por el Mayor General Calixto García quien moriría en suelo norteamericano, la cantidad requerida de 3 millones de dólares en donativo: donativo no aceptado. La negativa del viejo General a aceptar el empréstito que garantizaría el licenciamiento, le trajo en 1899 la animadversión de la Asamblea; Asamblea que terminó destituyéndolo como General en Jefe de Ejército Libertador y le echó en cara su condición de extranjero.
En 1902 da su apoyo a Tomás Estrada Palma para ocupar la primera magistratura de la naciente República. Presidencia a la que se había negado, ha sabiendas de que su participación como candidato en las elecciones sería un triunfo rotundo. El distanciamiento con el presidente no se hizo esperar. Estrada Palma celoso de su autoridad, no podía permitir que en la tribuna los aplausos y los más grandes elogios estuvieran dirigidos al insigne guerrero. La luz que irradiaba la mera presencia de Máximo Gómez opacaba la imagen de cuantos le rodeaban, incluso la del Presidente.
Con el tiempo las visitas a palacio disminuyeron y los encuentros que sostenía con Estrada Palma dejaron de efectuarse. El acercamiento del presidente al Partido Moderado en sus intenciones reeleccionistas y el apoyo dado por Gómez al general Emilio Núñez, lo alejaron más de Tomasito, como él le decía desde los tiempos de la manigua.
En abril de 1905, tratando de llevar sus quehaceres políticos y la vida privada, partió hacia Santiago de Cuba para estar en casa de su hijo Urbano. A la estación de ferrocarriles fue el pueblo a despedirlo, dicho suceso fue un acontecimiento por la cantidad de personas que querían ver y despedir al viejo General. Gómez se vio visiblemente eufórico: estrechó la mano, vertió esperanzas y prometió estar de regreso para el 20 de mayo. En cada estación de tránsito el pueblo lo vitoreó.
Resultaba innegable la huella que había dejado en los cubanos a todo lo largo de la Isla aquel hombre. Una noche se queja el General de un dolor en la mano derecha, que tantos han insistido en estrechar. Un dolor que se manifiesta justo donde días antes se había hecho una pequeña herida. Hay infección y sobreviene la fiebre. Había caído para no levantarse. Se dispone su regreso a La Habana en un tren especialmente habilitado para él y todo el sequito que lo acompaña: su esposa Manana, sus hijos, los doctores Pareda, Guimerá y Martínez Ferrer; una enfermera y los Generales Valiente y Nodarse de Ejército Libertador.
En Matanzas abordan el tren miembros del gabinete de Estrada Palma, los Generales Freyre de Andrade, Rius Rivera y Montalvo junto a Domingo Méndez Capote. Sube también el general Emilio Núñez. En la Habana una multitud compacta lo espera en la estación de Villanueva.
Empeora por horas, sube la fiebre, desvaría, son insoportables los escalofríos; persiste la debilidad general y se detecta un absceso hepático a punto de supurar. El día 11 de junio su estado era de gravedad extrema y el Generalísimo estaba consciente del final irremediable.
El 17 de junio de 1905 el hombre que había desafiado la muerte en más de 200 combates, en los que solo había recibidos dos heridas de no gravedad, dejaba de existir. El acontecimiento tan privado como la muerte de un hombre, transcendía las paredes de la casa para convertirse en un acontecimiento público.
Los días 18, 19 y 20 de junio fueron declarados luto nacional y se dispuso que los cuerpos armados guardaran Duelo Oficial durante nueve días, se dispuso además que las honras fúnebres tuvieran carácter nacional. El cadáver fue velado en el Salón Rojo del antiguo Palacio de los Capitanes Generales y cada media hora durante, tres días, disparaba el cañón de la fortaleza de la Cabaña; cada una hora además tañían las campanas de las iglesias. Los teatros fueron cerrados y las oficinas, los establecimientos y otros lugares públicos lucían colgaduras negras y banderas enlutadas. No se oyó vibrar ni uno de los muchos fonógrafos, de los tantos, que había en La Habana.
A las tres de la tarde del martes 20 de junio, salió el cortejo fúnebre hacia la Necrópolis de Colón. Fue el sepelio más grande que se haya visto en Cuba hasta el momento: veinte carruajes y dos largas filas de personas se requirieron para trasladar las ofrendas florales. Los Generales Bernabé Bouza, Emilio Núñez, Pedro Díaz y Javier de la Vega sacan el ataúd del carruaje y lo depositan en la fosa.
Desaparecía así una de las columnas de la patria, que no fue tronco inútil en la paz, sino todo lo contrario. Se había marchado el principal adversario de la reelección de Tomás Estrada Palma y el único que hubiese podido disipar o encausar un nuevo movimiento insurreccional. Indomable fue su estirpe, tanto que a la propia muerte le costó un descomunal esfuerzo reducirlo y dominarlo.
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