Miguel A. Rivas Agüero nos acerca a Joaquín de Agüero y sus compañeros

Foto: Archivo OHCC
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Miguel Rivas Agüero cuidadoso de la historia

La historiografía echó una mirada de escepticismo al principeño Joaquín Jacinto de Agüero y Agüero, que tomara las armas para luchar por la libertad de Cuba, en fecha tan simbólica como el 4 de julio de 1851. Razones justas o no, albergaron los historiadores al encuadrarlo en coyuntura donde en ciertos círculos se habría debatido la aceptación de la opción anexionista a los Estados Unidos.[1] Como quiera, Agüero no representaba más que un hombre en su contexto epocal, a quien no valía traspolar al independentismo encendido por la Ilustración radical, abocada a la Guerra de los Diez Años.

El oficio comprometido del historiador

Aunque descendía Rivas Agüero del líder del levantamiento de San Francisco de Jucaral, no se parcializó de un lado u otro de polémicas y se atuvo a compendiar datos históricos dispersos relativos al héroe. Con todo, la Editorial Lex de La Habana publicaría Joaquín de Agüero y sus compañeros. 1851 – 1951, obra  terminada el 9 de agosto de 1951. Allí se plasmó un tesoro informativo para despejar dudas del maestro y patriota, que sin autorización del gobierno colonial dio libertad a ocho esclavos y viajó a Filadelfia, en los Estados Unidos.

El aporte del texto

El texto sui géneris plasmó la historia misma y la conciencia de aquellos rebeldes; y para reforzar la cubanía y la nacionalidad y glorificar a los iniciadores de las primeras luchas de Cuba.[2] No fue casual. El texto salió siete meses antes del golpe de Estado dado a la República por Fulgencio Batista; a dos del asalto por Fidel Castro al cuartel Moncada; y a cinco del desembarco de los expedicionarios del yate Granma para traer la libertad definitiva a Cuba.[3]

El libro en tierra natal de Joaquín de Agüero

Con una tirada escasa el texto estuvo a venta en La Cultural y Lavernia pero logró que se nombrasen escuelas, calles, plazas[4] y barrios rurales[5]. Aunque cuando salió a la luz ya, en 1906, Manuel Emiliano Agüero y Piloña, primo del mártir, habría gestionado un obelisco piramidal con copa enlutada que profesores y alumnos de los centros escolares “Luz Caballero” y “27 de Noviembre” develaron, un 10 de octubre de 1913.[6]  Y hasta pudiera afirmarse que entre líneas del libro se halla oculta una exhortación de los Mártires del 51: “Si llegase la ocasión: ¡hay que tomar las armas para defender esa historia, la libertad y la integridad de la patria!”.

 

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[1] Rivas Agüero afirmaría que “sorprende el silencio que envuelve a Joaquín de Agüero”.

[2] En la Introducción el presidente del Patronato del Museo Provincial “Ignacio Agramonte” Mario Aquiles Betancourt subrayó ese rol del texto: “Así cumple más a cabalidad, la función de divulgación histórica y de cultura que se ha impuesto (…)”. Lo que hizo que se equiparara a Rivas Agüero con historiadores contemporáneos defensores de la patria amenazada por la suplantación de la nacionalidad ante la dominación yanqui. No obstante, Betancourt exageró al señalar que “Joaquín de Agüero se nos sale del marco nacional” (p. 7).

[3] Por esa fecha en que saliera el libro de Rivas Agüero, el historiador de La Habana Emilio Roig de Leuchsenring en compañía de otras figuras de la intelectualidad cubana, como Fernando Ortiz, Juan Marinello,  Jorge Mañach,  José Luciano Franco, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Julio Le Riverend, Ramiro Guerra, José Antonio Portuondo, Félix Pita Rodríguez, entre otros, desarrollaban una intensa labor divulgativa de la cultura e historia nacional.

[4] La Plaza “Caridad de Méndez” fue renombrada Plaza “Joaquín de Agüero”. Recuérdese que en 1853 fueron plantadas cuatro palmas reales en la Plaza de Armas, actual Parque Agramonte, por cierto, la palma ubicada haciendo frente al Ayuntamiento fue dedicada a Joaquín de Agüero.

[5] El barrio rural Caobillas fue nombrado Barrio Joaquín de Agüero.

[6] La antigua calle de los Tejares en la Vigía fue nombrada “Avenida de los Mártires”, en 1913, por haber transitado por esa vía Agüero y sus compañeros para ir a recibir la muerte a la explanada de Méndez, ante los 16 fusileros de España, el 12 de agosto de 1851. La calle principal de la barriada de la Vigía llevaría su nombre.

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