Mirando al pasado: personajes singulares en El parque Agramonte y sus cercanías

Foto: Mario Morffiz
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El parque Agramonte tiene en mi memoria hincaduras imborrables. Se han atesorado en mi vida, de 72 años, transcurrida en una casa a media cuadra de ese recinto; sector central del área de la ciudad cubana de Camagüey declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad. Son torrenciales los recuerdos originados allí, entre ellos, los de unos personajes singulares que en mi niñez y/o adolescencia, andaban por el parque y sus alrededores.

Miguel

Miguel era el limpiabotas de más edad en el parque. Ellos se situaban en los asientos más próximos a las calles Independencia y Martí, y si no me equivoco, cobraban 10 centavos por su trabajo, el cual incluía, además de betún y tinta rápida, aplicar previamente agua jabonosa para retirar el polvo.

Miguel usaba ropa negra y un sombrero de igual color, de alas grandes, y su lenguaje tenía aristas cantinflescas. La proclamación que recuerdo de él tenía una gran controversia teológica: “los curas se visten de negro porque ellos mataron a Jesucristo”.

Francisco Esparraguera

Francisco Esparraguera era visitante asiduo a la hoy Catedral Metropolitana de Camagüey. Era joven, fornido, apenas resultaba comprensible lo que decía y mostraba públicamente su devoción religiosa. Tras salir de la iglesia hacía continuas genuflexiones y la señal de la cruz.

Manuela

Manuela ocupaba uno de los puestos de la zona central del parque y siempre llevaba un jolongo. Dicen que había sido maestra y la perturbación la obligó a abandonar la pizarra y la tiza. No utilizaba ropa interior y, por ende, con frecuencia protagonizaba un espectáculo inaudito.

Mani

Tenía su carrito, de madera y cristal, para vender pan con lechón asado en la esquina de Independencia y Martí, junto al borde de uno de los límites del parque. Era Mani uno de los emblemas vivientes del lugar. Su tarifa era solo de 10 centavos y ofrecía un bocadito muy sabroso que deliciosamente consumían niños, adolescentes y adultos. Yo era entonces cliente de Mani, trigueño y de baja estatura, y con frecuencia echábamos unas parrafadas.

El Chino

Andaba con una gran jaba tejida de guano colgada al hombro y con una campana anunciaba el producto: maní y gofio. Solía atravesar el parque para salir cerca de la Catedral, rumbo a la calle Cisneros, y las burlas sobre él llovían como un aguacero. Aquel chino tenía mal humor y no soportaba que lo chotearan. Una de sus respuestas consistía en lanzarle la campana al burlador, pero siempre lo noté con mala puntería.

Cordoví

Cordoví limpiaba zapatos en uno de los bancos frente a la calle Independencia. Sus compañeros, para asegurar la clientela, se esmeraban en lograr un brillo extraordinario, pero Cordoví se empecinaba en no hacerlo. Una tarde, cuando volvían a motivarlo al brillo de alcurnia, el se levantó del banquito que colocaba frente al cajón de limpiabotas, y con aire doctoral proclamó: “Nada de tanto brillo, al zapato yo le doy su merecido”.

El Coreano

Nunca supe su nombre, solo que era coreano. Se encolerizaban cuando le decían chino, y entonces los muchachos lo llamaban así para mortificarlo. Cuando se lo decían expresaba más o menos así: “yo no chino, yo coleano…”, y largaba una andanada de improperios.

Pam Pam

Solía sentarse a conversar en uno de los bancos próximos a la calle Martí, y cuando le gritaban Pam Pam, se enfurecía y soltaba una sarta de maldiciones. Pero hubo una estratagema con el nombrecito: dos muchachos se detenían frente al hombre y uno comenzaba a contar, en alta voz, un duelo en una supuesta película de vaqueros, y el relato terminaba con la descarga de revólveres con el sonido de “Pam Pam”. Pero ni bajo la cobertura el individuo dejaba de enfurecerse.

Montalbán

Utilizaba un sombreo gris de paño, con ala grandes, era el guardajurado (custodio) del parque en una etapa antes del triunfo de la Revolución.

Siempre sostenía en una mano un garrote de madera dura llamado comúnmente tolete, tipo de instrumento muy utilizado por la policía del dictador Batista para la represión.

Montalbán, el verdugo del parque, se acomodaba en uno de los asientos contiguos a la Catedral, y su disfrute era regañar diabólicamente a los niños que violaban las normas del lugar.

Muchos menores subían a la base del monumento dedicado a Agramonte, e incluso tocaban los pechos descubiertos de la imagen de la mujer situada en la parte frontal del conjunto escultórico. Entonces Montalbán hacía sonar de forma fuerte y reiterada el tolete contra el piso y vociferaba contra los infractores. Así, de forma cavernaria, corregía las travesuras infantiles.

Félix Caringa

Andaba sucio, con la barba a medio pecho, descalzo y andrajoso; dormía en el portal de una sucursal del hoy Banco Popular de Ahorro, en Cisneros y Hermanos Agüero, a una cuadra del parque. Jamás lo escuché hablar, y como llegaba allí de noche, cuando los muchachos estaban en la casa, por lo general se libraba de las burlas. Nunca lo vi en el parque.

Ají Maduro

Ají Maduro construyó una chocita al fondo de lo que luego fue un parqueo, en Cisneros, y ahora es un espacio entre el hoy hotel La Sevillana y el edificio ocupado actualmente por la clínica dental Mártires de Pino Tres y otro centro de Salud Pública. Dicen que lo bautizaron así porque en un San Juan se disfrazó de mujer y utilizó unos ajíes colorados como aretes.

Era mayor de edad, agresivo, y solía lanzar piedras a quienes le decían el apodo.

Los recueros persistentes

Han pasado muchos años, pero los recuerdos narrados no se fugan de la memoria. Excepto pocos elementos, como el conjunto escultórico en honor al Mayor General Ignacio Agramonte, casi nada en el aspecto físico permanece igual que en aquella época, a causa de la remodelación capital ejecutada hace más de 20 años por la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey.

Algún día ya no habrá ninguno de los que tuvimos aquellas vivencias, y quizás queden, por tradición oral, en las familias de los muertos o en sus amigos.

Eso es posible, pero nada es igual a haber sido testigo de la existencia de aquellos personajes que también contribuyeron a cincelar la historia del parque Agramonte, sucesor de una de las más antiguas plazas de Armas de América.

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