Naturaleza y periodismo: dos pasiones en la vida de Eduardo Labrada

Foto: José A. Cortiñas Friman
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Caminando temprano por la ciudad, en cualquier calle o callejón del centro histórico, puedes cruzarte con un señor sin edad, de andar ligero y oídos prestos a escuchar cualquier opinión.  Al verlo pasar notarás que repara en los más mínimos detalles: un puntal alto, viejas paredes y hasta en aquel gatito que pasó de prisa quién sabe para dónde.

Ese caballero sensible, que te abre la puerta, te cede el paso en la oficina y acerca una silla para ti, es una enciclopedia viva; amante de la naturaleza, de la historia y, sobre todo, de su profesión. Por eso tengo el honor de acercarlos al periodista camagüeyano: Eduardo Labrada Rodríguez.

Comienzo

Ya lo esperaba desde temprano para un encuentro, al saludarnos ofreció disculpas por llegar después que yo. La realidad es que me adelanté a la hora fijada, pues quería estar puntual a nuestra cita en la sede del semanario Adelante, lugar que es su casa y su vida.

Cuando el periódico El Camagüeyano devino semanario Adelante, hacían falta transformaciones y profesionales con ganas de crear. De esa etapa aún quedan varios periodistas, que entonces eran estudiantes del antiguo Colegio Luis Pichardo, ubicado en el actual inmueble de la Logia la Perseverancia.

Ellos asumieron el reto mientras se formaban como licenciados, dentro de aquel grupo estaba Labrada, quien desde 1962 forma parte de ese colectivo.

Lo que repetiría o lo que no

Con su habitual modestia me cuenta de su primer trabajo, el que no ha vuelto a leer en años, porque no le gustan los temas económicos. Era relacionado con la producción de embutidos (salchichas), cree que los números no dan a las personas lo que buscan para informarse, pues si no ilustras la noticia de manera atractiva, cierran el periódico. Si la gente no se siente reflejada en la prensa no lo leen.

Al preguntarle sobre experiencias que volvería a repetir, con entusiasmo y casi sin pensar enumera: volar dentro del ojo de un ciclón como hizo en 1982, una emoción que puede volver a sentir al pensar en el peligro; la expedición a una cueva en las Antillas es lo segundo, lo tercero y más importante es el día a día con la población; orientarlos, escuchar sus problemas, porque muchos saben que el periodista no puede resolverlos todos, pero confían.

Antes del periodismo

Disfruta mucho estar cara a cara con la población, eso se lo debe a su ocupación anterior como trabajador social por 3 años en Sierra de Cubitas, entonces se llamaba trabajo comunal. Esa relación le resulta vital para su conocida y solicitada sección: Catauro.

Pero hay mucho más por descubrir en el eterno joven. Antes del periodismo Labrada fue profesor de geografía, por eso ama la naturaleza, sus expediciones espeleológicas a la Sierra de Cubita y a la Loma Maraguán, lo hacen sentirse vivo.

Este 3 de septiembre cumplió 85 años y mantiene tanta energía, que acaba de regresar de una gira en tiendas de campañas por la Reserva Natural de Maraguán, esa zona de la naturaleza oculta del Camagüey, donde encontraron una playa sumergida con caracoles fósiles y cuevas cercanas, en las que habitan especies poco comunes.

Piensa que en alguno de esos viajes “encontró y bebió de la fuente de la eterna juventud”, porque así se siente de vital y atraído por la aventura ligada al medio ambiente; “cuando tú sientes con la naturaleza y te haces parte, eres una mejor persona”, asegura.

El profe

En la redacción del periódico, cada joven ya graduado o de práctica, tiene un especial respeto por “el profe”, que a su vez rejuvenece entre ellos. Confiesa que estar rodeado de los muchachos le ha permitido mantenerse activo y útil en el periodismo, en el intercambio con los jóvenes aprende a usar los nuevos medios, ellos lo ayudan, mientras él comparte sus saberes.

Con gracia comenta que lo más moderno en tecnología cuando comenzó en la prensa eran el teletipo y la máquina de escribir.

La Ciudad

Tiene un sueño no cumplido, pues sus crónicas raras y sorprendentes sobre sitios, historias de vida y tradiciones tan antiguas como la otrora Villa, aún esperan por un libro impreso. Su cariño inmenso por la Oficina del Historiador ha permitido una amistad de muchos años y una hermosa alianza para un bien común: mantener a la ciudad viva en el tiempo.

De la mano de Eduardo Labrada he viajado en este intercambio a tantos años y lugares, que ya es hora de regresar a lo que nos une además de las crónicas: el amor por la Ciudad de los Tinajones.

Estamos de acuerdo en que al Camagüey hay que sentirlo, respirarlo, si pasas por las zonas construidas en los siglos XVIII o XIX, te oxigenas, revives esos tiempos y resulta mágico y muy hermoso.

Un honor para mí

Le hubiera gustado ser historiador, pero su profesión y sus crónicas lo han llevado a revivir las tradiciones más insólitas y geniales, las de cada persona que vive y hace por esta ciudad y esas son las que lo inspiran. Cualquier anciano sentado en un quicio guarda una historia encantadora, y hay que ir a buscarla.

Por eso hoy, al poder acercarlos a la apasionante vida de tan singular camagüeyano, deseo que el agua de su “fuente o de su tinajón” me salpique de tantos saberes y en un futuro no muy lejano, caminar sobre sus huellas descubriendo esa ciudad que amamos y que palpita en el pecho de sus moradores.

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