Otro orgullo camagüeyano: Jorge Luis Betancourt

Foto: Archivo OHCC
Share on facebook
Share on twitter

Hombre serio, casi hermético, al decir de muchos que lo conocieron y trabajaron con él. Talentoso músico, compositor, arreglista, maestro… todo un portento en las artes del pentagrama, y a quien le debemos no solo sus obras musicales, sino también la creación del Coro Profesional y de la Orquesta Sinfónica de Camagüey. Creo que ya todos lo identificaron. Me refiero al insigne Jorge Luis Betancourt.

Con una vasta carrera artística, su figura es de obligatorio nombramiento cuando de aportes a la cultura camagüeyana se trata. Tanto es así que cuando en el año 2002 se creó la Sala de Conciertos ubicada en la sede de la Oficina del Historiador de nuestra ciudad -en la calle Carmen- se le bautizó con su nombre, y el propio Centro Provincial de la Música también reverencia al artista.

Lo recuerdo con su característica seriedad, muy educado, pues tuve la oportunidad de compartir con él alguna que otra vez, por asuntos relacionados con los artistas que dirigía. Por aquel entonces, yo me desempeñaba como subdirectora del Centro Provincial de Superación para el Arte y la Cultura, y por razones obvias tenía que relacionarme con su agrupación.

También, durante mi etapa de estudiante conocí a su hermana, Petra Estela, profesora de Matemáticas del Instituto Preuniversitario Álvaro Morell Álvarez. Aunque no fui directamente su alumna, una bonita amistad que perduró por muchos años me unió a ella.

Además, conocí a su hija, quien fue copista de la Sinfónica durante mucho tiempo. Ambas fueron invitadas el día que se abrió por primera vez la Sala que lleva su nombre, y aún recuerdo sus rostros de satisfacción y agradecimiento, cuando portaban el ramo de flores que se les obsequió en honor al Maestro.

Desafortunadamente, Jorge Luis nos abandonó muy joven. Con solo cincuenta y dos años partió a la eternidad. Siempre pienso en cuánto le quedó por hacer, pues fue un músico de virtuosismo probado, por lo que será recordado no solo en nuestra ciudad, sino en Cuba entera.

Por estos días, cuando se cumplen 31 años de su fallecimiento, me parece verlo caminando de prisa por la calle Finlay, subiendo las escaleras de su amado local; para pararse en el estrado con su batuta, seguro y bien plantado, como el eterno director de nuestra Orquesta Sinfónica.

Más relacionados