Varias fueron las familias residentes en la ciudad de Puerto Príncipe que interrumpieron sus monótonas faenas en la urbe principeña para pasar a las haciendas de cría y engorde de ganado vacuno y caballar en la planicie que envolvía al poblado de Guáimaro, casi limítrofe por el este del Camagüey con Las Tunas. Fue en ese poblado en el que sobresaldría por encima de los techados de tejas criollas la torre campanario de la iglesia asomada a la plaza pública, con apeadero del ferrocarril, estación de correos, y donde se haría notable la presencia de colaboradores o agentes comunicantes de la insurrección, en 1868, responsabilizados de los aseguramientos de la Asamblea de Representantes de la Revolución.
Fue uno de esos hombres del pueblo el cura de la iglesia Pbro. Pablo G. Gonfaus Palomares quien colaboraría en silencio con los insurrectos. Nunca sería descubierto por el servicio de inteligencia español por su actuación comprometida con la revolución. Precisamente al ex marqués de santa Lucía y hombre de la vanguardia del levantamiento camagüeyano S. Cisneros Betancourt, haría llegar Gonfaus informaciones relativas a desplazamientos de tropas españolas por las inmediaciones del poblado, de hombres y recursos para la construcción y defensa de un fuerte en la pequeña elevación que llevaría el apellido Gonfaus.
Entre tanto, el cura patriota atendía una red de “personas de toda confianza” que solo él podía conocer. Todo en medio del servicio religioso que ofrecía en su iglesia. No solo esa responsabilidad la acometería eficazmente durante la Guerra de los Diez Años, continuaría haciéndolo en la Guerra de Independencia, en 1895.
Una vida ejemplar
De seguro dolido por dejar atrás su natal terruño de Guáimaro pasó a ejercitar la fe religiosa en la ciudad de Puerto Príncipe, no obstante llevando a cabo su labor misional sin que se lo impidieran los Voluntarios ni la policía urbana, si bien sobre algunos sacerdotes las autoridades coloniales mantenían observancia por colaborar con la revolución. No ocultaba Gonfaus simpatías y sus opiniones sobre la dirigencia militar camagüeyana, de modo particular sobre el Mayor Ignacio Agramonte, Francisco Sánchez, Ignacio Mora y otros líderes. A la par, que ayudaría a aliviar el sufrimiento de los más necesitados y de los familiares que habían perdido a uno de sus miembros en la contienda.
Durante su ejercitación de la fe, Gonfaus ganó las simpatías, el respeto y el cariño de la feligresía principeña, premios que le harían ganar un puesto de responsabilidad en el consistorio o ayuntamiento camagüeyano, y así ocuparse de disímiles asuntos relacionados con el funcionamiento de la institución eclesial y su relación con el gobierno mientras desempeñaría el cargo de Concejal. Por su desempeño de devoción y leal servicio al prójimo, a su muerte le fueron tributados todo tipo de honores por las autoridades y el pueblo del Camagüey.
Precisamente el historiador de la ciudad Jorge Juárez Cano propondría de entre una lista de obeliscos, monumentos y nombramientos de calles y espacios públicos, que el Ayuntamiento aprobase la realización de un busto sobre pedestal para ser colocado en la antigua Plaza del Cristo, en tanto realizarse parterres, senderos, jardinería con arbolado y colocación de bancos. El arquitecto a cargo de las obras sería Erasmo García Perea quien dejaría listo el busto y el parque para su inauguración, el 9 de marzo de 1951.
Siete letras de bronce sobre loza de granito bastarían en el pedestal para que el pueblo no olvidara a quien ofreció su servicio de amor al prójimo y a la patria: GONFAUS.