Por: MSc. Ricardo Muñoz Gutiérrez
A través de la historia los cubanos han enfrentado momentos muy difíciles en la lucha por alcanzar su anhelo de independencia absoluta o liberación nacional y una sociedad justa con equilibrio social.
En la Guerra de los Diez Años son innumerables las muestras del legado de sacrificio protagonizados por los combatientes cubanos y sus familias que no vacilaron en irse al campo insurrecto antes que vivir bajo la bandera y autoridad española. En los años de 1870 y 71, cuando las fuerzas españolas recorrían los campos del Camagüey sin apenas resistencia del Ejército Libertador, los cubanos —soldados, funcionarios civiles, esposas, madres, e hijos— escribieron hazañas que hoy nos siguen asombrando.
Manuel Sanguily recordó a una infeliz familia de Matehuelo, al sur de Puerto Príncipe, que “… vivía encerrada en un bohío… comunicándose por un postigo muy chico con el que allí llegara por acaso, pues las pobres mujeres que habitaban aquella morada de miseria, estaban literalmente desnudas”.
Las descripciones del Ejército Libertador no son diferentes. Ramón Roa escribió que en ese entonces los españoles, más poderosos, “…con frecuencia nos despertaba estando desnudos, hambrientos y sin municiones. Entonces solo el que estuviera poseído de un fenomenal optimismo podía creer en que la victoria fuera nuestra…”
El mismo Sanguily, lo ejemplifica con el ejemplo del oficial mambí Francisco Larrua que andaba “…Casi absolutamente desnudo, con solo un fragmento de saco de cañamazo o henequén a modo de pampanilla…”, más conocido por taparrabo, y . compañías enteras de cualquiera de los territorios del Camagüey andaban del mismo modo; “…la miseria era tan común y tan profunda en los jefes y oficiales como en la tropa: el general Agramonte usaba un pantalón que no llegaba sino seis u ocho dedos más debajo de la rodilla, lo que por suerte le era dado ocultar por ser en cambio muy altas las polainas…”
De esta época se cuenta que en una ocasión en que no habían encontrado ni frutas para comer, uno de los ayudantes del Mayor trajo una guayaba para que este se la comiera. El Mayor sacó el cuchillo y la cortó en cuatro pedazos, entregó uno a cada uno de los tres hombres que lo acompañaban y quedó con el último para él comer.
Aunque las dificultades eran muchas, el ideal independentista regía a los buenos cubanos como se aprecia en la carta que Ignacio escribió a su mamá el 3 de mayo de 1870:
… Amalia goza de salud y se conserva gordita: pasa algunos sustos a veces, incomodidades y privaciones; pero está contenta; las más de las veces vive en algún rancho en el bosque… allí le faltan una infinidad de pequeñeces que en las poblaciones por su abundancia no se aprecian: remienda sus vestidos porque no hay facilidad de reponerlos; sin embargo ella piensa que nada de eso importa con tal de que Cuba sea libre y lleva con gusto esa vida…
Y, ¿qué decir de la convicción en la victoria? Agramonte fue un ejemplo; a su exprofesor y amigo José Manuel Mestre, escribió en julio de 1870, época en que muchos mambises se rendían al enemigo:
En cuanto a la guerra, ya lo dije, nuestra situación es difícil, pero tenemos elementos para prolongar la lucha indefinidamente, y la firme, inquebrantable resolución de pelear hasta vencer. No fuera tan valiosa la independencia de un pueblo si su conquista no ofreciera grandes dificultades que vencer. Cuba será independiente a toda costa.
A fines de 1871, a pesar de los esfuerzos de los insurrectos bajo las órdenes nuevamente del Mayor desde enero de ese año, la situación no había cambiado mucho. Fuertes columnas y partidas españolas recorrían la región camagüeyana imponiendo una guerra a muerte contra todo aquel que encontraran y les parecieran enemigos. Se temía por la vida de todos los que estaban en el campo, pacíficos o combatientes.
Ante la gravedad de los hechos, algunos presentados o parientes y amigos de Agramonte, le enviaron avisos solicitándole una entrevista donde se tratarían proposiciones de paz ventajosas a los cubanos y en particular al Mayor. Especificar los verdaderos propósitos de los interesados en la entrevista es tarea harto difícil; pudieron fluctuar desde el muy noble de salvar la vida a Ignacio y a muchos otros cubanos y buenos españoles hasta pacificar al Camagüey y darle un golpe definitivo a la revolución pues, es un hecho comprobado históricamente, que de España nunca salió una proposición de paz ventajosa para la causa cubana.
Aceptó el Mayor la entrevista y el día acordado salió a recibir a los comisionados. Desde el campamento del potrero Santa Ana de Durán, Agramonte partió acompañado de pocos hombres, escoltas y ayudantes. Marchaba en el centro, por el camino de “Güichilio”. Al llegar a la sabana de “La Redonda”, al suroeste de la ciudad, encontraron a los comisionados, Cornelio Agramonte Porro, José de Varona (Pepe el Baracutey) y otros más.
El Mayor llegó cerca de ellos y los saludó frío y ceremoniosamente. Expusieron los comisionados los argumentos para demostrar que la guerra estaba perdida para Cuba y convencerlo de la inutilidad de sus esfuerzos, lo mejor era presentarse con una capitulación honrosa para todos y conveniente para él. Agramonte los escuchó detenidamente, parece que su rostro demostraba desacuerdo porque uno de ellos, mirando las condiciones en que se encontraba Ignacio y sus compañeros le preguntó:
– ¿Qué elementos tienes para continuar la guerra? ¿Con qué vas a seguir esta lucha sangrienta, tú solo, careciendo de armas y municiones?
– ¡!Con la vergüenza……!!
Replicó el caudillo con dignidad, y volviendo grupas, regresó con su escolta al campamento.
Era el grito de ¡Libertad o Muerte!
Fuentes:
Muñoz Gutiérrez, Ricardo: Del Camagüey: historias para no olvidar I y II. Editorial Ácana, Camagüey, 2020. p. 118-121.
———————————–: Del Camagüey: historias para no I Editorial Ácana, Camagüey, 2011. p. 71-74.


