Una lectura sin reflexión de lo acontecido en aquella cita de patriotas en el paradero ferroviario camagüeyano, el 26 de noviembre de 1868, opaca la trascendencia política y militar que tuvo para la región centro-oriental insular.
Un testimoniante remarcó que aquello fue como pasar el río Rubicón, en alusión a la irrupción desafiante del general Julio César y sus legiones a las puertas de Roma, tras victoriosa campaña por buena parte del Viejo Continente.
Se asevera que la vanguardia de la lucha insurreccional cubana la integraron los más «ilustrados», en menoscabo de los menos favorecidos, como si eso fuese un entorpecimiento para el desenvolvimiento de la Revolución ¡Qué mejor! ¡Que la Cultura entrase en la Revolución y la guiase para llevarla a su meta de Cuba Libre! Ignacio Agramonte era abogado y hombre culto[1]; su primo el Lic. en Medicina Eduardo Agramonte y Piña otro tanto y catedrático del Instituto de Segunda Enseñanza, y con oído musical para componer los toques de corneta del Ejército Libertador. Eran más patriotas de conocimientos que aspiraban a construir una Cuba emancipada y próspera comparable a naciones adelantadas de Europa.
Cultura y Revolución
Ambos camagüeyanos sabían de Francia, Inglaterra, y de los Estados Unidos, y de América, y de derechos y de democracia. El primero de los Agramonte nada sabría del arte militar pero cuando llegó la guerra se dejó guiar por los experimentados de esa rama y leería mucho llegando a superar a los más dotados, hasta hacer que el Camagüey tuviese la mejor caballería armada, servidora de la causa que inspirara al bayamés abogado Carlos Manuel de Céspedes para iniciar el desafío a España. Y a decir verdad, desposeídos de cultura ninguno de los dos caudillos regionales hubieran podido encaminar la difícil tarea de hacer la Revolución, y menos echar las bases para fundar un Estado donde imperase el soberano (el pueblo), y las leyes organizasen y fortaleciesen la vida ciudadana y las instituciones democráticas, y las relaciones con el mundo.
Cultura frente a contrarrevolución
La contrarrevolución no invisibilizaba su propósito dañino, renegaba y confundía, oponiéndose maliciosamente a la unidad de pensamientos y así quebrar el consenso a la continuar Revolución. Un cabecilla se valía de la simulación y del camuflaje ideológico para obstruir su curso y la búsqueda de la libertad y prosperidad. En la cita de Las Minas, no acababa por lograrse un entendimiento cabal entre el bando minoritario de esta y la mayoría partidaria de la guerra.
Los ricos propietarios de la zona agrícola Caonao acérrimos al cambio, defendían sus haciendas y la exportación de las producciones de sus 24 fábricas de azúcar con destino al mercado capitalista. En tanto, un simulador iniciado en la revolución junto a su hermano patriota no acertaba a ver el rumbo radical de la insurrección y hasta coqueteaba con el enemigo.
El día que Agramonte lo tuvo frente a frente refutó cada uno de sus argumentos reformistas y por pretender entregar las armas. Tenía 26 años de edad y ya desarticulaba el pensamiento de un contrario: «Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan».
Por cierto, entre las demandas del traidor Napoleón Arango, figuraba esperar el término de la zafra, a la par, aguardar hasta que el gobierno madrileño definiese el estatus y las reformas para la Isla y así paralizarse la guerra liberadora. Y al simulador no importó extraviar la conducta de su hermano, lo que le valdría caer asesinado a manos de los voluntarios.
No cabía otra alternativa ante la arrogante contrarrevolución: «Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas». Convocatoria que reforzaría El Mayor Ignacio Agramonte –un día después del asesinato de Augusto Arango ocurrido el 26 de enero de 1869-: « ¡Que nuestro grito sea ara siempre: Independencia o Muerte!» Y esa Cultura de Revolución es perdurable.
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[1] Baste un ejemplo: hacia 1866 el estudiante de Jurisprudencia frecuentaba el Liceo de La Habana y el Liceo de Guanabacoa. Precisamente, el 26 de septiembre de 1867 fue admitido socio facultativo del Liceo capitalino. Vale destacar que uno de los temas propuestos por él para debatir en certamen literario del próximo mes fue «Influencia de las bellas artes en el adelantamiento de los pueblos”. Cabe preguntarse: ¿fue sugerido el tema para polemizar sobre el deplorable estado de la cultura en la Isla? Saque el lector sus propias consideraciones. Finalmente, el 2 de junio del siguiente año disertó sobre asunto tan delicado en el Liceo habanero. No era esa su única preocupación.