Teatro Avellaneda: el coliseo de los “mil proyectos”

Foto: José A. Cortiñas Friman
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Por: Wilfredo Rodríguez Ramos

El edificio original, de una sola planta, fue consumido por un incendio voraz, en 1925, que pareció malograr el ansiado homenaje que la ciudad le debía a Tula. Pero entre 1926 y 1929, transferidas las propiedades al empresario cinematográfico Alberto Mola Marín, el arquitecto Francisco Herrero Morató, graduado en la Universidad de La Habana apenas 9 años atrás, propuso la reconstrucción del mismo con un proyecto magnífico de edificio ecléctico de 2 niveles con cantina en el lobby, platea baja con palcos laterales elevados y platea alta, ambas “en herradura”.

La inauguración del teatro Avellaneda, que fue recogida en las crónicas periodísticas de la época como un suceso extraordinario, abrió un nuevo coliseo para la ciudad por el que desfilaron personalidades del mundo artístico camagüeyano, cubano e internacional.

Muchas fueron las modalidades de espectáculos allí presentadas, incluidas funciones de circo y torneos deportivos. El Avellaneda se perfiló como un teatro de variedades que pronto asumió también la función de cinematógrafo, por la que fue conocido hasta la década de 1970.

El volumen arquitectónico que representa el edificio en esa concurrida esquina urbana es hito en el Centro Histórico de Camagüey, por la monumentalidad de su magnífica torre de tramoya y por lo depurado y elegante del estilo ecléctico de sus fachadas, que exhiben 18 arcos de medio punto en la planta baja e igual número de vanos adintelados en el segundo nivel más seis vanos ciegos idénticos que integran la torre de tramoya con el ritmo y el diseño de la fachada de la calle Avellaneda.

Un pretil de balaustrada lumínica remata los dos alzados principales y en la cúspide del chaflán un frontón con nicho ciego -que alguna vez estuvo destinado a contener una imagen de Gertrudis Gómez de Avellaneda- corona la ecléctica esquina y jerarquiza el edificio, opacado de manera natural por la majestuosidad y macicez de su vecina, la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad.

La fatiga de los años y la ausencia de reparaciones continuadas llevaron al teatro a cerrar sus puertas en la década de 1970, y así se mantuvo hasta bien entrada la década posterior; cuando el arquitecto Salas, un experimentado diseñador de cines de la capital cubana, asumió su remodelación capital con un proyecto ambicioso que reconstruía la platea alta (eliminando la configuración original en herradura), acentuaba la función de cinematógrafo (aunque quedó garantizada la función teatral al respetarse el escenario, el foso y la tramoya) y que se expandía hacia los terrenos libres de la esquina con la calle República -donde fueron construidas las dependencias tecnológicas y se pretendía establecer un pequeño centro cultural adjunto al edificio.

De aquel proyecto renovador se concretó muy poco. El centro cultural nunca llegó a ejecutarse, y en los interiores la obra civil fue el punto final, quedando pendientes la infraestructura técnica en su totalidad y todos los acabados. El teatro se dio por terminado para los visitantes foráneos que asistieron a la celebración del Acto Nacional por el 26 de Julio en 1989 y no volvió a abrir sus puertas, cuyos arcos de medio punto fueron sellados con ladrillos.

Comenzó para el edificio un periodo oscuro en el que la desidia y el abandono fueron los únicos protagonistas en su destrozado escenario, hasta que en 1994 el dramaturgo Pedro Castro y el arquitecto que aquí escribe hicieron una propuesta para su recuperación que fue celebrada y a la misma vez denigrada por lo inusual de la solución: una platea baja con mesas, un falso techo de plafones enormes y apariencia fantástica, y la posibilidad de convertir el recinto en un café teatro a la usanza de los años veinte europeos.

Lo positivo de aquel atrevimiento fue que, en 2006, el mismo arquitecto, Wilfredo Rodríguez Ramos, fue llamado para concretar una nueva propuesta y abrir el teatro a toda costa para el próximo Festival Nacional en octubre de aquel año. Esta vez, las tapias de los arcos del vestíbulo sí fueron derribadas y, con un mínimo de recursos, el teatro volvió a funcionar en la fecha acordada, sin mobiliario fijo, sin climatización y sin poder concretar lo más importante: las redes de infraestructura técnica. Las funciones exhibidas en aquel momento, en medio de tantas dificultades, tuvieron -sin embargo- un efecto de luz: el Avellaneda nunca más cerró sus puertas.

Hicieron falta dos nuevos proyectos, en los que se estudiaron las soluciones más factibles y un plazo de 10 largos años para que, con el mismo equipo de proyecto y un nuevo escenario económico en la ciudad y el país, el sueño de terminar el teatro se hiciera realidad.

La solución final vinculó el vestíbulo principal al nuevo parque del “Gallo”, que se estaba proyectando y construyendo a la misma vez que el teatro y a través del cual, hoy, se produce el acceso del público. La vieja cabina de controles de la planta baja se convirtió en un foyer que tamiza el ruido vehicular de la calle Avellaneda y el bloque técnico del parque fue puesto en marcha, así como todos los conductos técnicos del teatro para audio, electricidad e intercomunicación.

Nuevo tabloncillo, nueva carpintería exterior, tratamiento acústico y climatización, telones y alfombrados, lunetario de lujo y muchas ganas de echar a andar el viejo monumento. Tales fueron las acciones más radicales y visibles que los públicos camagüeyano y foráneo han sabido apreciar.

En 2022, un nuevo proyecto se está gestando -ya no es competencia de este arquitecto- para mejorar la oferta multifuncional del Avellaneda con un componente lúdico y gastronómico. Habrá que pensar con detenimiento los nuevos pasos. Llevó años sacar al coliseo del olvido y otro fallo sería imperdonable.

Este arquitecto se queda con sus ideas (que no todas fueron llevadas a efecto) y evoca, desde sus muchos proyectos, a los verdaderos socios mayoritarios del teatro: los camagüeyanos, aquellos que, en 2016, como me consta, lloraron de alegría y nostalgia delante de sus arcos el día en que fueron derribadas las tapias infames.

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