Hace poco llegó a mis manos un libro por cortesía de su propio autor, Alberto Albariño Atiénzar, dedicado a la vida del revolucionario camagüeyano Alfredo Álvarez Mola.
Al comenzar a hojearlo recordé una historia que me hizo la amiga Iris Martínez, quien fue trabajadora bancaria por casi 30 años y quien compartió con su esposo Bebo, la admiración por Alfredito, como le llamaban a su amigo y compañero de lucha.
Bebo
José Ramón Márquez García (Bebo) fue trabajador bancario toda su vida, desde muy joven se vinculó al movimiento 26 de julio en Camagüey en la célula clandestina de Alfredo Álvarez Mola.
Luego del asesinato de Alfredito, por una delación de un soplón de apellido Basulto, Bebo se dedicó a guardar sus memorias y hacer justicia a la indignante muerte. Por eso con el triunfo Revolucionario logró junto a otros compañeros, entre ellos Mario Herrero Toscano, exhumar sus restos perdidos en la finca San Miguelito y traerlos al cementerio General de Camagüey, donde reposan en un digno panteón.
Recuerdos de Alfredito
Si algo guarda Iris con emoción, además de los documentos de Bebo, es la admiración que todo trabajador bancario siente por sus mártires.
En el caso de Alfredito distingue su valor, lo describe como un hombre de estatura pequeña y delgada, pero de una valentía a prueba de todo.
Se evidencia en una de sus hazañas para cumplir con una misión, en el propio Royal Banks of Canadá donde laboraba, ubicado en la esquina de Cisneros y la Plaza de los Trabajadores. Una tarja adosada al costado del edificio hoy nos recuerda al revolucionario, que abonó con su sangre la libertad de Cuba.
La Misión
Alfredito necesitaba entrar al banco para dar instrucciones a otros compañeros del sindicato que participaron con él en las huelgas y acciones del movimiento, para esa época ya estaba fichado y muy buscado por la policía batistiana, por lo que se enmascaró con una sotana de sacerdote y con el rostro semi- cubierto, logró cumplir su tarea sin ser notado.
El Revolucionario
Pocos conocen de su osadía y de su labor revolucionaria, no solo como enlace entre Camagüey con la Sierra Maestra, sino en la Columna-2 al mando de Camilo Cienfuegos; donde Álvarez Mola propició su avance al occidente, contactando con sus colaboradores y trazando las futuras rutas a seguir durante las noches, para adelantar camino sin ser capturados.
Al dejar encaminada la tropa hacia el occidente, de Ciego de Ávila regresa para refugiarse en la Finca San Miguelito en Najasa, su propósito era unirse a otro grupo, pero fue entonces cuando una delación truncó sus planes y su vida, a escasos día de la victoria de enero.
Luego de múltiples golpes en el cráneo lo ultimaron a tiros, su menudo cuerpo fue desmembrado y enterrado en una lechera de aluminio en áreas de la finca, donde creyeron que nadie le encontraría. Pero un trabajador agrícola hizo la denuncia y finalmente sus verdugos fueron juzgados por el tribunal revolucionario y sus restos recibieron el merecido homenaje de su pueblo.
Las imágenes del periódico El Camagüeyano, del 7 de enero de 1959, revelan que fue un sepelio multitudinario. Los trabajadores bancarios y el pueblo enlutado con brazaletes negros, acompañó la peregrinación hasta su morada definitiva, en el cementerio de Camagüey. Después de inhumarlo, sus compañeros cantaron a coro el himno nacional mientras las lágrimas rodaban por sus rostros.
La Semilla
Su hijo Alfredo y su viuda Eneida Gregory siguieron el camino como trabajadores bancarios, la ausencia del padre fue permanente, pero la luz con que Alfredo Álvarez Mola marcó el camino de la libertad, germinó como semilla en la obra que hoy nos acompaña.
El texto que hoy me motivó a esta crónica se titula Un pequeño Gigante, la amiga Iris, después de la muerte de su amado Bebo guardó con celo algunos documentos de esa época. Muchos apoyaron y enriquecieron la investigación para conformar el libro. Hoy al conversar con ella sobre Alfredito, puedo asegurarles que Álvarez Mola fue un Gigante camagüeyano.