Un santo anónimo patrimonio de nuestro Camagüey

Fotos: Cortesía de la autora
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Entre las tantas leyendas que envuelven a la antigua villa de Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, una historia conocida y un tanto olvidada es la del Padre Valencia, religioso de la Orden de San Francisco, asociado su espíritu a la aparición del Aura blanca en la capilla de San Lázaro, donde puso todas sus energías y buenos deseos.

Gracias a su tesón y resuelto empeño de ayudar a los enfermos y población en general, la vida en esta ciudad dio un vuelco muy palpable, ello se debió a la construcción del Convento de las Monjas Ursulinas, templo del Carmen e instalaciones hospitalarias como el Hospital de Mujeres y, sobre todo, del Hospital de San Lázaro, para la atención a los leprosos, tan precaria en aquel entonces.

Todo esto con las limosnas recogidas por el fraile José de la Cruz Espí, o mejor… el Padre Valencia, como le decían sus feligreses, pues provenía de esa región de España.

Una calle con su nombre perpetúa su recorrido puerta por puerta en esa zona, para recaudar monedas que le permitieran las mejoras del leprosorio de San Lázaro y la construcción del puente de la Jata, que hoy conecta sobre el río Tínima a la plaza de la Habana con la carretera Central.

En busca de esta apasionante historia, fui hasta la actual Capilla de San Lázaro, para mirar de cerca cuánto es recordado este ser especial que no es ni Beato, ni Santo, pero nos dejó la mejor lección de lo que es la caridad y el amor al prójimo.

La Capilla

El “padre Paquito” estaba realizando un bautizo, por lo que esperé a que terminara la eucaristía. Mientras aguardaba en los últimos bancos del templo, pude apreciar una escena que me conmovió: un amigo que asiste a misa en el sitio, luego de la comunión, se paró junto a la tarja del Padre Valencia, a un costado del altar principal, en gesto reverencial puso su mano en el rostro del fraile y con ternura murmuró algo.[1]

Luego vino a saludar y me llevó con Paquito, al hacerle saber mi propósito, emocionado me comentó: le debo mi salud a Valencia, es milagroso, por eso en cada comunión le agradezco y ruego por todos.

Con el padre Paquito

Al fin pude llegar al sacerdote que actualmente oficia en la Capilla de San Lázaro. Un señor muy sencillo, sus ojos expresan infinita bondad y dijo estar feliz de que se dé a conocer la vida de este hombre santo [2], que hasta 1838 vivió y laboró en esa parroquia dejando una huella indeleble.

Según Paquito, la austeridad con que vivió Espí era conmovedora, una cama de tablas y un ladrillo como almohada, que aún hoy conserva la huella de su cabeza, para solo cuatro horas de sueño, nos hablan de sus sacrificios.

También piensa que su espíritu está vivo en muchas personas de bien, mientras haya enfermos y ancianos necesitados de afecto y atención; habrá almas como Valencia para brindar su mano.

Tras sus pasos

Seguimos nuestro viaje en el tiempo por las rutas habituales del querido padre y vamos hasta la pequeña capilla, donde dividida por una mampara de madera, los enfermos de lepra iban a pedir el milagro de su cura, al santo patrón.

Merece señalar que entre los años 1815 y 1819, ante el reclamo de sus superiores franciscanos para que Espí retornase a la ciudad de la Habana, al seno de la orden, el pueblo camagüeyano solicitó al Ayuntamiento que no abandonara la villa hasta tanto no estuviera concluida tan cristiana obra del hospital[3]. Finalmente, nunca abandonó esta tierra, hasta el fin de sus días.

Hoy siguen los devotos de San Lázaro visitando la capilla, ya sin divisiones. Una familia pagaba una promesa y Paquito con la dulzura que desborda, se acercó para dar la bendición.

Hay mucha paz en ese entorno lleno de árboles. La música de los estudiantes del conservatorio José White, desde el 2 de mayo de 1986 acompaña  cada velada mientras comparten el espacio arte y religión, pues la iglesia sigue ubicada a la izquierda y las otras naves del antiguo hospital y hospedería, hoy son las aulas.

Su muerte, ocurrida en 1838 en su querida parroquia, llevó un velorio de dos días. Luego fue enterrado en ese lugar que tanto quiso; así quedó para siempre el Padre Valencia, en el sitial eterno que conquistó con su obra humanista.

Finalmente vamos hasta el lugar de las ofrendas a San Lázaro y encendemos una vela, no solo para el santo, también por el Padre Valencia, quien desde la eternidad regresa hecho leyenda y vive en las almas de aquellos que cuidan de los necesitados.  

Mis Apuntes

Al buscar toda esa historia real vinculada a la leyenda del Aura Blanca que ha calado en varias generaciones de camagüeyanos me resultó muy grato investigar sobre el hombre que dio pie al mito con su actuar, el cual hoy forma parte del patrimonio espiritual de esta tierra.

…………

[1] Ángel Pérez, feligrés de la iglesia San Lázaro

[2]  Palabras del padre Paquito

[3] Tomado de la Wikipedia

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