En un recorrido por la calle López Recio, la casona antigua con el número 105, llama la atención por su majestuosidad y favorable estado de conservación, sin embargo, no muchos vecinos recuerdan ya su historia, o tal vez ni sus actuales dueños tengan idea de su gran secreto.
Allí, en la cochera del inmueble, en la década del 50 del pasado siglo, funcionó la famosa “Clínica del Perro” historia que escuché repetir a mi abuela Cuca una y otra vez en mi infancia, porque siempre he tenido mucho amor por los animales.
Recuerdo que cuando alguien preguntaba dudosa: a quién salió esta niña veterinaria, mi abuela respondía con sano orgullo: -es genético. Nuestro primo Juan Gómez Zaldívar era así desde niño y logró hacer su propia clínica y graduarse de doctor.
Estas agradables memorias hoy regresaron de golpe cuando la colaboradora Aris García, del grupo Camagüey en los Recuerdos, publicó una foto de un cartel del periódico El Camagüeyano, donde se promocionaba la clínica.
De recorrido
Sin pensarlo dos veces, fui a la mañana siguiente a recorrer la calle en busca del número 105, hasta dar con la casona. Toqué en dos ocasiones sin poder encontrarme con sus dueños, luego pregunté a algunos vecinos cercanos y de la cuadra siguiente, pero ninguno recordaba la clínica veterinaria.
Así comencé mi búsqueda entre recuerdos- no sólo los míos- también de otros mayores de la familia que como mi abuela, conocieron la instalación sanitaria y ofrecieron algunos detalles, los que noté bien adelantados para su tiempo.

La Clínica del Perro
La cochera del inmueble era el consultorio para perros, gatos y otras mascotas de la época, como cotorras, pajaritos y conejos. Pero el doctor Zaldívar, graduado en la Universidad de La Habana, también asesoraba a los hacendados con la ganadería, cebas y reproducción de cerdos y crías de aves de corral.
La parte posterior del consultorio tenía cunas de acero inoxidable, para hospitalizar a los recién operados o hidratar con sueros en caso necesario.
Un técnico ayudante apoyaba las labores y lo más novedoso del servicio era ese sistema de ingreso, que en Camagüey, en la actualidad no abunda, al menos que yo conozca, aunque sí resulta muy necesario, sobre todo en casos de gravedad y tratamientos intravenosos.
Otra llamativa cualidad de la clínica veterinaria de la calle López Recio, era el uso de un cartel lumínico, muy de moda a finales de los 50, donde con bombillos azules y rojos, se anunciaba la Clínica del Perro y una imagen canina sobresalía en la brillante composición.
Mi tía Marisol, amante de los animales igual que yo, recuerda una de sus visitas donde había ingresada una perrita a la que le habían realizado una cesárea la noche anterior y descansaba junto a sus cachorros en una de las cunitas del centro veterinario.
Mi mamá también visitaba los domingos junto a su tía Elvia al primo Juan, ella recuerda con agrado su dedicación a sus pacientes ingresados y al ayudante de extraño apellido que alimentaba con jeringuilla y caldo a los convalecientes. Lo más hermoso era el orgullo con que daban alta a sus pacientes recuperados.
Actualidad
En estos tiempos, algunos veterinarios han abierto sus pequeños consultorios y hacen una hermosa labor por la salud animal, que es tan importante como la humana, pues de ellos, nuestros hermanos menores en la naturaleza, vienen muchos afectos necesarios para las familias.
Al recordar esa clínica, que funcionó varios años en una zona céntrica de la ciudad, se me agolparon mis deseos siempre latentes de socorrer animales abandonados, de apoyarlos como el proyecto de la Casa Finlay y el hogar de acogida de Daymara Herrera.
Por eso quise compartir esta historia de familia, que gracias a los archivos encantadores de Aris, hoy desempolvamos del olvido, para recordar que en todas las épocas existieron y aún existen almas generosas, que guardan amor y respeto por las diversas especies, esa que llenan el mundo de colores y alegría y como los humanos, tienen derecho a la coexistencia.
Entonces viene a mi mente ese precepto del líder hindú Mahatma Gandhi, que nunca olvido, donde asegura que “El progreso de una nación se mide por el trato que da a sus animales”.


