Por: Verónica Fernández
Puerto Príncipe, actual Camagüey, fue una ciudad que en el campo de la música estuvo representada por la mujer en el rol de cantante o pianista. Entre las cantantes destacó Amalia Simoni, quien también demostró sus destrezas como pedagoga del piano cuando en el exilio se vio necesitada de alimentar a su familia.
Otras pianistas destacadas fueron María de las Mercedes Adams, Carmen Agramonte Piña, Dolores Comellas, Inés Vasseur y María Victoria Pichardo Pichardo, a quien quiero dedicar unas breves líneas por cumplirse este 1ro de noviembre el aniversario 169 de su nacimiento.
En verdad, se tienen pocos conocimientos biográficos de esta mujer, aunque se han podido recopilar algunos datos sobre su desempeño como intérprete del piano que permiten calibrar su impronta en la vida musical principeña en el siglo XIX.
Se conoce, por ejemplo, que durante su infancia participó activamente en los coloquios que tuvieron lugar en la vivienda del señor Cubiñas, ubicada en los alrededores de la Iglesia Mayor. Los coloquios eran una especie de fiesta religiosa que tenía lugar entre el 20 de diciembre y el 6 de enero. A ellos acudían los niños a ofrecer flores y juguetes a la imagen ubicada en el retablo. Se recitaban poesías y se cantaban canciones relacionadas con la adoración de los pastores, a los reyes magos y villancicos de navidad.
Si bien en principio, María Victoria tuvo una formación musical autodidacta, debemos remarcar la sólida formación que tuvo posteriormente en el piano. Fue discípula de Cecilia Aritzi e Ignacio Cervantes, dos grandes pianistas, pedagogos y compositores cubanos para este instrumento. De ellos, Cervantes es el más conocido a nivel nacional por sus danzas para piano; un músico de abolengo principeño, aunque nacido en La Habana por su familia paterna.
María Victoria Pichardo solo tocaba el piano en veladas y tertulias para familiares y amigos que se efectuaban en Puerto Príncipe. Aunque no ejecutó música para un gran público, fue considerada como una pianista de primer orden. En 1868 se presentó en diversas reuniones familiares que organizó la Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe, de la cual era socia. También realizó giras por Santiago de Cuba en las que ejecutaba obras como la obertura de la ópera Semíramis de Gioachino Rossini y Danza de las antorchas No. 1 de Giacomo Meyerbeer, acompañada por una orquesta dirigida por Rafael Salcedo.
A los 20 años, el 21 de febrero de 1873, se casó en la Catedral principeña con Jorge Garrich y Alló, natural de La Habana; y fue a vivir a la capital para dedicarse a las tareas del hogar. Sus cualidades como pianista en tertulias familiares de su natal Puerto Príncipe dejaron honda impresión en poetas como José Ramón Betancourt, quien le dedicó estos versos.
En el de Victoria Pichardo[1]
No esas notas, los rumores
De nuestros bosques cubanos
Han de infundir a tus manos
Del genio los resplandores:
Que no en vano, entre las flores
Quien riega el Tínima umbrío,
Hallaste vida, albedrío
Encanto é inspiración:
Refleja, pues, la expresión
De tu suelo, que es el mío.
Refleja aquel dulce trino
Que se escucha en la espesura,
El arroyo que murmura,
Las trovas del campesino.
Del campanario vecino
Remeda el triste lamento
El raudo silbar del viento
Entre cañas y palmeras,
E inspírale a tus cantares
De la patria el sentimiento.
Que el genio, al alzar su vuelo
Ama, como el ave al nido,
La tierra donde ha nacido,
La luz divina del cielo;
Rasga el misterioso velo
Que cubre la inmensidad
Halla el bien y la verdad,
Que al fin refleja en su lira;
El mundo le oye, le admira,
Y esa es la inmortalidad.
Chispa de un genio creciente
Asoma en tus ojos bellos,
Y hay en tu frente destellos
Del sol tropical, ardiente.
Levanta el vuelo potente,
Buscar la gloria es tu ley;
Bajo un laurel o un mamey
Hallarás su pura llama:
Poco importa si te aclama
Su artista mi Camagüey.
[1] José Ramón Betancourt: Prosa de mis versos. Pp.149-150. Tomo II.