Fue el pueblo principeño quien construyó su propio mito Agramontino. En determinada coyuntura singularísima el imaginario colectivo valiéndose de sus contornos personales lo convirtió en un ser distinguido por encima casi del colectivo humano. Es cierto que no le faltaron atributos personales, o que creció el primogénito favorecido por circunstancias objetivas familiares y sociales, y hasta bélicas como para que hiciese destacar su “genio militar”, sin haberse dedicado a la academia. Diríase que ese sujeto histórico se fue convirtiendo en un singularísimo ser, mirado con cierto énfasis o ponderación.[1]
La curiosa leyenda de su probable acercamiento a los revolucionarios encabezados por Joaquín de Agüero, fusilados por el colonialismo español en Puerto Príncipe en 1851, parece abrir el ciclo de mitos en los imaginarios lugareños en torno al Mayor Ignacio Agramonte.[2]
También cuando un íntimo de la familia aludía que siendo niño sentía gran amor por los estudios y se le veía centrado en la lectura de libros con gran placer[3] (¿es que acaso rehuía la literatura propia de la edad infantil, o que los padres le facilitaran solo aquellos que lo llevarían a ser un ser de renombre?); o el pasaje de su compatriota Antonio Zambrana quien subrayara que él tenía cabal comprensión del problema que Cuba tenía que resolver, es decir, que era previsor del destino libre de la Isla; o el relato martiano tomado de sus coterráneos al describirle el ingreso del abogado nobel en la Audiencia, haciendo que esta quedara pasmada de verle tanta autoridad. O mito construido a partir del ancestro oligárquico de los primeros Agramonte, que poseían escudo nobiliario hispano. O, por demás, por el amor sin parigual sublimado entre el abogado y la Simoni. Los hechos paradigmáticos de su trayectoria civil y militar. Son solo algunos ejemplos del perfil del mito.
El mito en la gesta épica
Llegada la Guerra de los Diez Años en medio de la pretensión por constituir el Estado nacional. Esa fue una coyuntura de plena de creación. El camagüeyano volvería a ser tocado con ribetes ponderativos, tal vez por su juventud con la que desafiaba a España con apenas 26 años de edad, o por su pasión civilista desbordada entre el núcleo patriótico local. Lo cierto es que su firme apostura política y su arrebato por acabar de consolidar “su” ejército lo colocarían a contradecir a la primera figura de la República y a desafiarle a duelo.
En este punto volvió a reforzarse su mito de Hombre viril, que no se las andaba con miramientos. Su frenesí por su esposa distante y por Cuba amada a la que había que arrancarle de los brazos a España a como diera lugar, hicieron en él que se desbordaran todos sus impulsos del alma, empero los más sinceros y puros.[4] Como al rescatar a su amigo Sanguily que llevaban preso los españoles, con apenas 35 de sus valientes frente a 120 enemigos. La moral combativa por el éxito de la acción y el mito del guerrero seguirían in crescendo.
¿Qué fuerza se interpondría ante ese ciclo vital de 31 años, que parecía intocable como semidiós? Solo la muerte pudo interrumpirlo, al menos, momentáneamente, porque aún después de muerto en combate y ser llevado su cuerpo para desaparecerle en el cementerio de su ciudad, volvería a reforzarse el mito en el imaginario camagüeyano; y se sigue alimentando cada día con el concurso de la historia de la nación cubana libre e independiente a la que el sujeto mortal entregara su amor, su sacrificio y su vida.
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[1] Algunos óleos o retratos de la escasa iconografía del Mayor Agramonte nos ofrecen una visión sublimada del héroe «de mirada algo dulce», dejando invisibilizado ese otro perfil de su carácter y de su bravura heredada de sus ancestros guerreros, tanto los del antiguo reino de Navarra como los de algunos militares asentados en la Mayor de las Antillas, pues varios fueron los que ocuparon cargos o responsabilidades militares.
[2] Una de las curiosas versiones relativas a esta leyenda camagüeyana apareció referenciada en la misiva fechada en La Habana, el 30 de mayo de 1873, por un sujeto con la firma A. B. (¿Ángel Bueno, ex combatiente del Mayor?) quien la dio a conocer a su hermano O. B. (¿ídem., Osvaldo Bueno?) residente en los Estados Unidos. En: Ignacio Agramonte. Documentos. Pastrana, Juan J. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, pp. 332-333.
[3] Bajo el título «Lo que sé del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz y su familia», el periódico La Discusión, el domingo 3 de mayo de 1912, publicó el texto íntegro de los recuerdos del galeno camagüeyano Dr. Manuel Miranda Boza. En: Ignacio Agramonte. Documentos. Ob., cit., pp. 398-403.
[4] Véase el segmento de la última de las cartas escritas por su esposa Amalia Simoni al Mayor Agramonte fechada el 30 de abril del año 1873, en la que esta le advierte del peligro de perder la vida: «Zambrana dice que con pesar cree “que no verás el fin de la revolución”. En: Para no separarnos nunca más. Cento Gómez, Elda, Roberto Pérez Rivero, José María Camero Álvarez. Casa Editorial Abril, La Habana, 2009, p. 295. (Mérida, Abril 30 de 1873).