Al verla con sus agujetas y haciendo un tejido a crochet no pude dejar de pensar en mis abuelas. Desde mi infancia las recuerdo tejiendo boticas y gorros para los niños de la familia y de los amigos que estaban por nacer. Para mis muñecas siempre hubo algunas prendas, por si tenían frío. Aquella mañana, al poder disfrutar de ese arte en vivo, ante los ojos curiosos de todos, no pude resistir y llegué a mirar de cerca.
Así encontré a la artesana Mirtha Hernández Barreto. El proyecto que agrupa a creadores de diferentes especialidades de toda la provincia de Camagüey, denominado Carmen Durán, estaba en la Plaza Maceo -como suelen hacer los fines de semana. Mirtha estaba tan ensimismada contando sus puntos que ni siquiera notó mi presencia.
Apuntes de una manualidad
El tejido es, además de delicadeza, una fuente inagotable de ingresos, por lo que representa un apoyo para la economía doméstica.
En tiempos de la colonia, fue una actividad secundaria sostenida por las mujeres en los hogares. En la actualidad, es la ocupación principal de muchas tejedoras que producen diversas piezas para embellecer el hogar, utilizadas como prendas de vestir, o accesorios para el ajuar de los bebés (canastillas); y otras con valor utilitario destinadas al entorno laboral, bolsas para celulares -entre otras muchas variantes.
Son diversos los estilos de tejidos y también los materiales. Fibras e hilos pueden ser la base de esas creaciones. Pero voy a referirme a las que nacen del hilo de algodón, con las técnicas de crochet; que se afianzan a fines del siglo XIX, y al miñardí, frivolité, macramé, dos agujas, entre otras.
Mirtha, la tejedora
La tejedora a quien hoy nos acercamos, Mirtha, ha hallado en el crochet su técnica preferida; y su especialidad, como la de mis abuelas, es la confección de boticas de canastillas.
Para ella, las manualidades constituyen una terapia; la llevan al mundo de la fantasía y deja de pensar en sus problemas. “Es algo así como un sedante”, me comenta en voz baja, porque es tímida y le cuesta un poco conversar.
Mirtha aprendió de su madre y de su abuela, como ha sucedido en muchas familias que comparten la tradición de tejer y bordar. Al retirarse de la labor que desempeñó durante más de tres décadas en la Empresa de Productos Lácteos, se inscribió en un curso para “refrescar” sus habilidades; y fue en el año 2010 cuando volvió a sus telas como una arañita.
Ella es integrante del proyecto comunitario creado por artistas de la Casa de la Cultura Ignacio Agramonte; y gracias a esa iniciativa comparte espacio y saberes con otras tejedoras, mujeres emprendedoras que con las vueltas de sus agujas empujan la economía hogareña y citadina.
Aunque su compañera de especialidad crea chalecos y vestidos -piezas mejor remuneradas- Mirtha prefiere la canastilla y teje también algunas curiosas bolsitas.
Yo aprecio mucho esas maravillas que nacen del hilo, pero nunca aprendí ni la primera lección -ni siquiera a hacer el punto más simple que debe dominar un principiante, la cadeneta- pues tengo muy poca paciencia.
Al pasar por esa plaza llena de bellezas y de tradiciones, debo confesar que por unos instantes olvidé a donde iba, olvidé la prisa cotidiana; y me deleité entre los hilos del recuerdo: esos que siguen guiando las agujas de Mirtha Hernández Barreto para que su legado perdure.