La primera confrontación de ideas en Las Clavellinas
En el Paso del río Saramaguacán sobre el Camino Viejo a Nuevitas tuvo lugar el levantamiento en armas de los patriotas del Camagüey, el 4 de noviembre de 1868, y desde allí dirigirse a estructurar el mando y las pequeñas unidades en el ingenio El Cercado.
Poco antes, el 1ro. de septiembre, Manuel de Quesada Loynaz desembarcó por la boca del río Máximo con el objetivo de iniciar las primeras acciones, plan al que Napoleón Arango y Agüero antepuso su negativa, en su criterio, para no precipitar los acontecimientos en curso.
Ya por esa fecha, Arango buscaba el liderazgo de la insurrección, a la vez que disentía del criterio de la mayoría de los patriotas que seguían a la Junta Revolucionaria. Pero a fines de octubre, con la llegada al Camagüey procedente de La Habana de Salvador Cisneros, se dio impulso al movimiento.
En el ingenio El Cercado fue aclamado Jerónimo Boza Agramonte, jefe superior, lo que cerró el paso a la pretensión de “general” de Arango, en tanto fueron conformadas siete partidas armadas con sus jefes respectivos (ninguno militares con grados). Ese mismo 4 de noviembre fue atacado Guáimaro. Otros golpes sorpresivos de los insurrectos dejaron desconcertados a los militares españoles. Por su parte, las partidas del sur del territorio sufrieron un descalabro en encuentros con el enemigo. Ignacio Agramonte y Eduardo trabajaron duro para fortalecer la “estructura militar”.
Contrariamente, Napoleón Arango pulsaba con sus coterráneos para llevar la balanza favorable al Conde de Balmaseda Blas Villate, con quien ya tenía tratos y, más allá, con la capitanía general, para captar ilusos que confiaran en las reformas derivadas de la llamada revolución liberal de septiembre en Madrid, y así frustrar la guerra liberadora.
Con ese propósito, Napoleón convocó la reunión en Las Clavellinas, el 18 de noviembre de 1868. Se las verían las dos tendencias en pugna desde los inicios del movimiento insurreccional: reformas o independencia. Lo que no esperaba Napoleón era que ese día le saldrían al paso los patriotas fieles a la dirección de la Junta Revolucionaria, Ignacio Mora de la Pera y Tomás Agramonte Riverón.
No hubo mucho que discutir quedando derrotada la intentona de capitulación y entrega de las armas promovida por el terrateniente burgués y lidercillo del partido de Caonao. El proceder de Napoleón fue denunciado ilegal e ilegítimo, y sin apoyo mayoritario del Camagüey. El acta que pretendía de apoyo a sus planes fue desbaratada y dejada sin efecto.
La segunda de las “batallas de ideas” en Las Minas
Con la distracción táctica de los revolucionarios planificada por Napoleón Arango para el desarrollo de la reunión de Las Clavellinas y ese tiempo empleado en el desplazamiento por el territorio camagüeyano sin ser atacado por los mambises, el conde de Balmaseda le dio oportunidad para reorientar sus planes ideológicos y volver a la carga, esta vez en las inmediaciones del paradero ferroviario de Las Minas. Eduardo Agramonte reafirmó que «para hacernos independientes no tendremos más que quitar una bandera y poner la otra [la cubana]». No habría marcha atrás en la Revolución. Una vez más volverían a pulsar las tendencias: contrarrevolución o revolución.
A esa cita asistió Ignacio Agramonte. De acuerdo con los informes dados a él por Ignacio Mora sobre los resultados de la reunión de Las Clavellinas, es seguro que Agramonte se preparó para salir a defender el honor, la dignidad y la revolución. Fue el 26 de noviembre de 1868. Es válido imaginar lo inquieto que debió parecer en un instante de tanta tensión ideológica, aguardando hacer uso de su derecho ciudadano para fustigar a los débiles y torpes que suponían que los liberales españoles iban a conceder reformas autonómicas a los cubanos.
La respuesta tajante del caudillo del Camagüey, Ignacio Agramonte, en nuestro criterio, alcanzó en estatura política la de Carlos Manuel de Céspedes al adelantar el estallido insurreccional el 10 de octubre, para evitar que valiese cualquiera de las dos opciones fraguadas por España: alejamiento de la independencia o reformas autonómicas liberales. Napoleón fue desacreditado y destituido. En su contra, una proclama redactada por Agramonte en enero de 1869 acabaría por descubrir las verdaderas intenciones del primer simulador y traidor de la Revolución en el Camagüey.
Ya sabemos la cortante frase de Agramonte que selló la partida en Las Minas: «Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por la fuerza de las armas».[1] Fue una “batalla ideológica” la librada en el poblado camagüeyano de Las Minas, en noviembre de 1868. Vale la pena subrayarlo y reflexionar sobre lo ocurrido, que decidió el futuro de la insurrección en el Oriente de Cuba.
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[1] Betancourt Agramonte, Eugenio: Ignacio Agramonte y la revolución cubana. Editorial Dorrbecker, La Habana, 1928, p. 62.