Martha Jiménez y el novio de La Habana

Foto: Cortesía de la entrevistada
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Regresé a casa de Martha Jiménez. Lo hice la primera vez cuando recibió la Medalla de Oro Mayte Spínola, que se concede en España, y luego conversé con ella acerca del complejo escultórico que rinde honor a la Orden San Juan de Dios.

No dice nombres al azar. Acentúa, y entre anécdotas y muchísimas experiencias por contar se escapa el nombre de Eusebio Leal. Sucedió en los dos encuentros anteriores.

Regresé a casa de Martha y esta vez mi motivo fue el novio de La Habana. “No hay palabras”, fue lo primero que expresó, y a partir de allí se entrecortó la voz, pero no los recuerdos maravillosos con un hombre que admiraba profundamente su obra.

“Lo conocí en una edición de la Feria Internacional de Artesanía de La Habana mediante una persona que nos presentó, y me invitó a formar parte de una exposición en la Galería del Palacio del Segundo Cabo. Así comenzó el vínculo entre Eusebio y Martha”, cuenta.

Contra viento y marea, o el sueño de dos amigos

“Eusebio quería una muestra de mi trabajo en la capital, y pasó mucho tiempo”. En el contexto de la decimotercera Bienal de La Habana se materializó el anhelo de Leal y de la artista que regaló una escultura de 7.5 metros de altura a la Ciudad Maravilla por sus 500 años de fundada.

A Martha le contaron que pasaba todos los días a las seis de la tarde para observar el proceso de la obra. ¡Estuve cuatro meses!, me dice agradecida y destaca su constancia cuando le apasionaba un proyecto.

“Eusebio era una persona con una capacidad intelectual admirable porque es historia y también es arte”, dice ella de Leal.

Apago la grabadora, pero me colma de historias, repasamos juntas los recuerdos y volvemos a leerlo:

“Con rendida admiración ante su obra, y recordando el antiguo lema que afirma «siempre más, siempre mejor», dejo esta huella entre quienes tengan entre sí este volumen.

La visité por primera vez en su casa de Camagüey, y posteriormente en el luminoso estudio en la Plaza del Carmen. No ceso de agradecerle por su amistad, y sobre todo por haberme permitido conocer a una artista verdadera, quien no incursiona de forma temeraria en lo que no ha visto, trasladado luego, ya moldeado, al rigor del fuego (…)”.

 

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