Una de las acciones bélicas más sonadas dirigida por el Mayor Ignacio Agramonte Loynaz fue librada contra fuerzas españolas acuarteladas en Puerto Príncipe, en el mes de julio del año 1870.
A decir verdad, El Mayor no se propuso destruir ni incendiar la ciudad natal marcada por la arquitectura tradicional y su trama urbana singularísima, por cierto, a algunas de cuyas edificaciones emblemáticas se ligaba su extendida red familiar; tampoco se proponía violentar al conjunto religioso integrado por una docena de iglesias y menos donde había sido bautizado y luego contrajo matrimonio con su idolatrada Amalia; menos hoyar el Campo Santo que guardaba los huesos de sus ancestros.
Su pensamiento táctico le llevaría a poner en conocimiento del mando colonialista que la lucha en el Camagüey era pujante y vigorosa. Y eso precisamente le depararía mérito a la revolución en el segundo de los tres núcleos revolucionarios levantados contra la colonia, y hacer que se consolidase más el primero de los levantamientos que había estallado en Cuba con la guía del bayamés Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, quien, con su matrimonio con la camagüeyana Ana de Quesada Loynaz, había fortalecido la unidad política entre las dos regiones históricas.
El Mayor subrayaría a su esposa Amalia Simoni, el 9 de junio de 1870, que se hallaba formando un escuadrón de caballería que dejaría atrás al español. Poco después, el día 17, en comunicación al coronel Pedro Recio Agramonte le indicaba trasladar 30 hombres como reforzamiento del escuadrón que había sido dispuesto para la operación que libraría en el siguiente mes.
Sin pérdida de tiempo, desde la finca Mamanayagua, pasaría un informe al coronel Rafael Bobadilla ordenándole que sus 100 hombres pasarán a su subordinación y que el ataque a la ciudad debía iniciar por el barrio de la ermita de La Caridad, a las 5 de la madrugada, “procurando llamar hacia ese punto toda la atención de parte del enemigo y evitar en lo posible causar daño a los vecinos pacíficos”.[1] De modo que el objetivo estratégico era llevar la dirección principal del ataque por la Plaza de la Caridad para hacerle saber al mando colonialista refugiado en el convento de la Merced, que la guerra en la región bajo su mando entraba de lleno en revolución y que nada la detendría hasta alcanzar su objetivo supremo, lo que se apegaba al pensamiento cespedista.
La planificación
En tanto, según lo planeado en su cuartel, por el oeste de la urbe el coronel Manuel Agramonte efectuaría un simulacro de asalto al Cuartel de Caballería en la Vigía. En la misiva antes aludida Agramonte había dejado indicado a Bobadilla que, si el enemigo intentase salir de sus cuarteles para presentar batalla, sería el momento en que la infantería desmontada debía infligirle gran número de bajas y finalmente entrar en acción los escuadrones de caballería para aniquilarlos.
Por su parte, otro escuadrón defendería el flanco de la pieza de artillaría emplazada en terrenos del antiguo Tejar Carrasco y el arroyo El Pollo, próximo al Camino Real de La Habana, por donde se movía la inteligencia mambisa con apoyo que le ofrecería Rafael Barreto. El Mayor, a media noche, se desplazaría con su escolta hasta la tienda La Yaba, en el cruce de los caminos de Santa Cruz del Sur y Yaguabo, aquí recibiría información del ataque por “hombres prácticos y de toda confianza”.
Así, al amanecer del 20 de julio, ordenaría el asalto simultáneo de los cinco barrios de la ciudad. Llegado ese instante la caballería guiada por el brigadier Julio Sanguily Garrite hostigaría con fuego de fusilería la guarnición de La Caridad.
La hora indicada
A esa hora los vecinos debieron quedar sobrecogidos por el ruido ensordecedor de los fusiles al disparar y ninguno a atreverse a salir de sus casas. Vale recordar que en una misiva enviada el 17 de julio a su pariente Manuel Agramonte Porro y otra al comandante Antonio Rodríguez, El Mayor les precisaba efectuar un amago de ataque con 100 hombres a caballo al barrio de la Vigía, escaramuza que tenía el objetivo de atraer al enemigo hacia ese punto y no hacia La Caridad, maniobra para incitarle a salir del cuartel en su busca, instante preciso que sería aprovechado para emboscar a los dragones y aniquilarlos.
Puntilloso como era él, en sus líneas escritas a sus oficiales se advertía que había que guardarse “el más riguroso secreto respecto de este movimiento”, entre otras razones, dada la escasez de municiones, que no debía saber el enemigo, y que solo él las repartiría antes de la media noche del 19.
Se sabe que no muy distante de la ciudad, por el río Tínima, en terrenos próximos al Tejar de Carrasco, en la quinta El Pollo, el brigadier francés Eloy Beauvillers efectuaría 17 disparos del cañón Parrow calibre 24 en dirección al puesto fortificado habilitado en el convento e iglesia de la Merced donde se había refugiado el gobernador político-militar Juan de Mena, quien era acompañado por el Cuerpo de Policía, los Voluntarios, la Administración Militar, el Auditor de Guerra y otras dependencias militares y de gobierno.
Los jinetes y el ataque
En tanto, cerca del lugar conocido por el tejar de Carrasco, 100 jinetes dirigidos por el comandante Antonio Rodríguez patrullarían en evitación de sorpresas del enemigo. De modo coordinado con dicha fuerza la del coronel Manuel Agramonte debía iniciar el ataque a la Vigía con apoyo del piquete de caballería al mando del puertorriqueño Ricardo Estevan y Ayala.
Todo dispuesto, el 20 de julio, irrumpió por las calles de la ciudad el Escuadrón de Caballería Camagüeyana. El ataque comenzó a las 4.45 am y se prolongaría por media hora. Uno de los escuadrones atacó por el Camino de los Tejares conocido como calle de la Vigía abriéndose paso por el callejón de la Cucaracha para incorporarse a dicha calle con el piquete dirigido por el teniente Simón Reyes, tiroteando la posta del Cuartel de Caballería, hasta adentrarse por la calle San Ramón y la de la Merced hasta arribar a la plaza del mismo nombre, donde tiroteó a los artilleros y a la guarnición que protegía el convento e iglesia de la Merced.
Otro de los grupos se acercó al caserón que servía de retén de infantería en la Aguada de José Pineda, que abastecía de agua a las locomotoras de vapor del tren Nuevitas–Puerto Príncipe, tiroteando su guarnición.
De modo simultáneo en el puente de Santa Cruz cercano a la Sabana de los Marañones, el comandante mexicano Ramón Cantú con 80 jinetes forzó la retirada de una guerrilla española tras ocasionarle varias bajas.[2] Más al suroeste otro piquete de valientes se encimó a la Plaza del Cristo tiroteando su guarnición a la portada del Cementerio General.
Al otro extremo, por el este, el Mayor entró en acción para desafiar a los Voluntarios de la Unión Liberal y al Cuerpo de Infantería, refugiados en el convento de San Francisco y en el de San Juan de Dios.[3] La soldadesca española fue neutralizada al no poder emprender acción alguna de contraataque, quedando muy mal parada ante el mando castrense colonialista.
Concluido el ataque el Mayor retornó a la finca Guanamaquilla. Desde aquí comentaría a Manuel de Quesada: “Queda cumplimentada su órden no. 613, habiendo disparado nuestra artillería [intercalado: á dos millas, línea recta] 17 granadas en 25 minutos sobre la torre de la Merced y [intercalado: otros] varios puntos de la población derribando parte del techo de una casa [intercalado: y si la vista no engañó al G. de Arta una almena de la azotea de la Merced y algún daño también a la torre]… El susto y la alarma en la ciudad han debido ser grandes”.[4]
En otra misiva al mismo destinatario, el 25 de julio, El Mayor referiría que las descargas del enemigo desde los balcones de la Merced solo le habían matado dos caballos y herido en un hombro a un mestizo.
Un éxito rotundo
El ataque a Puerto Príncipe había cumplido exitosamente su objetivo. El factor sorpresa funcionó a la perfección. Quedaba probada la genialidad militar del Mayor Agramonte, sin dudas, fue una proeza que debió infundir mayor confianza en el Presidente Céspedes en los camagüeyanos, en espera de recoger más laureles de victoria de la revolución en el Camagüey; por su puesto, contando con hombres de probada audacia y coraje como su compañero y amigo leal El Mayor Ignacio Agramonte. Con él la Revolución podría extenderse al occidente cubano.
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[1] Cento Gómez, Elda: De la primera envestida. Correspondencia de Ignacio Agramonte (noviembre 1868 – enero 1871). Comunicación a Rafael Bobadilla, Mamanayagua, 17 de julio de 1869. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014, p. 151.
[2] En terreno que más tarde ocupara el Sanatorio Colonia Española, en la actualidad Hospital Pediátrico de Camagüey “Eduardo Agramonte Piña”. El comandante mexicano Ramón Cantú vino a Cuba en la primera expedición del vapor El Salvador, desembarcando en la ensenada de Nuevas Grandes, el 14 de mayo de 1869. Dicha expedición estuvo a cargo del teniente coronel Rafael de Quesada Loynaz, hermano del general en jefe del Ejército Libertador. Días después Rafael de Quesada y 25 hombres bajo las órdenes de Cantú se internarían en la región camagüeyana, hasta pasar al lado del Mayor Agramonte. Este compañero fraterno de los camagüeyanos estuvo entre los 20 oficiales mexicanos que arribó a la Isla en dicha expedición llegando a ser uno de los más bravos jefes de la caballería mambisa. Por demás, con Cantú vino al Camagüey el mexicano Francisco Mendoza Durán. Otro de los patriotas mexicanos en esa expedición fue Modesto Corvisón quien contraería matrimonio con una de las hermanas del general en jefe Manuel de Quesada. En: Gálvez Aguilera, Milagros: Expediciones navales en la guerra de los Diez Años. 1868 – 1878. Ediciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 2000, pp. 108 – 110.
[3] Betancourt Agramonte, Eugenio: Ignacio Agramonte y la Revolución Cubana, La Habana, Imprenta Dorrbecker, 1928, p. 140.
[4] Ibíd., p. 154.