Ni un momento desfallecieron aquellos mártires, hasta caer derribados por las balas del piquete de fusilamiento en la Sabana de Méndez, el 12 de agosto de 1851. De Fernando de Zayas, la tradición cuenta que gritó al enfrentarse a los fusiles españoles:
—”¡Muero por libertarte, patria mía!”
Emilio Roig de Leuchsering subraya:
De Agüero es épica la conducta observada desde que cayó en manos enemigas; se comportó con extraordinaria dignidad, hecho que desmiente la insidiosa versión española recogida por Concha, de que lamentó en capilla no haber sido detenido a principios de mayo, como otros compañeros de conjura. En la causa que se le instruyó ha quedado constancia de que al ser interrogado por el Fiscal la primera vez, explicóque al atacar a Tunas, proyectaba celebrar allí una especie de plebiscito y “extender una exposición emanada espontáneamente del pueblo mismo al gobierno de S. M., pidiéndole las reformas de las leyes que nos rigen…”; mas al ser sometido a la llamada prueba de confesión, rehusó ratificar la declaración anterior y afirmó, a sabiendas de que así, él mismo se ponía en camino del patíbulo:
“Pensaba entonces, y aún hoy mismo, que el país necesita de un gobierno y leyes muy distintas de las que le rigen y que estando en la imposibilidad de conseguirlo por medios legales estas mejoras, le era forzoso apelar a la fuerza, y para ello reunió armando a todos los que penetrados de sus mismas ideas quisieran seguirle…”
Las mujeres durante el momento de tensión
Enterado de que un grupo de damas pretendía presentarse a Lemery pidiéndole clemencia para él y sus compañeros, Joaquín de Agüero rechazó aquel generoso intento manifestando:
“Esa presentación es inútil y humillante, y por nada de este mundo deben humillarse las matronas de Camagüey, que son gloria y orgullo de mi patria… desengáñense, las lágrimas no pueden romper las cadenas, al hierro sólo lo rompe el hierro.”
Y al conocer otra gestión en su favor que tramaban personas influyentes, y que se basaría en manifestaciones de arrepentimiento de él y los otros reos, escribió a su maravillosa mujer, Ana Josefa Agüero:
“Sabré sostener mi puesto; sé que la vida me va en ello; pero no me haré traición a mí mismo… Zayas, Benavides y Betancourt se muestran igualmente grandes e identificados conmigo.”
Continúa Leuchsering
Jovialmente, haciendo chistes con sus compañeros de martirio y de gloría, esperó Joaquín de Agüero la muerte que había desafiado. Y si en algún momento aquel fiero varón se indignó de la deslealtad de que creyó ser objeto y preguntó, como se ha dicho, al ver frustrado el plan de evasión que se había fraguado, por el refuerzo de la guardia del cuartel en que pasaban sus últimas horas: —”Y ese pueblo, ¿qué hace?”. La respuesta debió gozarla en la inmortalidad, cuando en el 68 y en el 95 los camagüeyanos, fascinados por su memoria, cubrieron de hazañas de valor y patriotismo el suelo que él fecundó con su trabajo, con su ejemplo y con su sangre.
El investigador Félix Julio Alfonso López destaca que:
Su suerte ya estaba decidida desde mucho antes, pues el general Concha, célebre por su crueldad, había ordenado que la represión fuera selectiva, pero ejemplarizante. Por tal motivo se condenó a Joaquín y sus tres acompañantes a garrote vil, y a última hora el más joven de ellos, Pierra Agüero, fue indultado; pues era hijo de un oficial español y empleado del gobierno. También fue dictada sentencia de muerte contra Joaquín Agüero Sánchez, pero no llegó a producirse, pues Concha consideró excesiva otra víctima, luego de aplastar la sublevación con éxito. Así se lo comunicó al ministro de la Guerra en Madrid: “[…] pero en atención al giro favorable que han tomado los sucesos políticos de este país, considerando que la vindicta pública ha quedado satisfecha con las anteriores ejecuciones […] he juzgado conveniente, político y propio de las actuales circunstancias indultar de la pena capital al expresado Agüero y Sánchez, conmutándosela con la de diez años de presidio en Ceuta.”
Otros acusados, como el hijo del conde de Villamar, Francisco Hernández Perdomo, quien había tenido participación en la sedición, fue también absuelto de la máxima pena, pues su padre, miembro de la nobleza criolla, logró acreditar el “estado de enajenación mental de su hijo.”El resto de las sentencias dictadas fueron las siguientes: a muerte, conmutada por diez años de presidio a: José Mateo Ponte, Juan Herrera Misa, César Zequeira Agüero, Francisco Agüero Arteaga, José Agustín Agüero Arteaga, Miguel Agüero y Agüero, Francisco Hernández Perdomo y Joaquín Agüero Sánchez. Penados a morir en rebeldía fueron: Francisco Agüero Estrada, Carlos Duque Estrada Varona, Pablo Golibart, Rafael Paneque, Rafael Castellanos, Domingo Barreto, Pedro Porro, Pedro Labrada, Juan Francisco Valdés, Agustín Arango Agüero, Augusto Arango Agüero y José María Castillo.
Varios de los condenados en ausencia fueron amnistiados en 1854, pero muchos prefirieron rechazar el indulto y no regresaron a Cuba. De hecho, algunos de los camagüeyanos que lograron escapar por diferentes vías a la feroz represión de 1851, siguieron conspirando en los Estados Unidos.
La ejecución de Joaquín y sus compañeros fue cambiada de garrote vil, que era una pena infamante, a la de fusilamiento, al fallecer repentinamente el verdugo de la ciudad, de apellido Callejas. Aunque algunos autores opinan que fue envenenado para que no pudiera cumplirse el cruel suplicio. El gobierno, al verse privado de su ejecutor, ofreció una gratificación entre los presos por delitos de sangre a quien lo sustituyera en su macabra faena, permitiendo además que se cubriera el rostro para no revelar su identidad. Se cuenta que ninguno de los criminales de la prisión camagüeyana aceptó aquel desagradable ofrecimiento.
En la mañana del 12 de agosto, con la ciudad en silencio y numerosas familias importantes retiradas en sus fincas en señal de protesta, se produjo la ejecución de Joaquín de Agüero y sus compatriotas, en un lugar no lejos de la ciudad, nombrado la Sabana de Beatriz Méndez. Según la tradición oral, la indignación de los pobladores ante la brutalidad de los hechos fue simbolizada por las jóvenes camagüeyanas, quienes se cortaron los cabellos para hacer explícito su malestar.
Bibliografía
Alfonso López, Félix Julio (2023) El puñal en el pecho. Imaginarios políticos y rebeldía anticolonial en Puerto Príncipe (1848-1853) Editora Historia. Instituto de Historia de Cuba, La Habana, Cuba. pp. 265-283.
Roig de Leuchsering, Emilio(1951)CUADERNOS DE HISTORIA HABANERA No. 51 DIRIGIDOS POR EMILIO ROIG DE LEUCHSENRING HISTORIADOR DELA CIUDAD DI LA HABANA HOMENAJE A LOS MÁRTIRES DE 185, Editorial Municipio de La Habana. Administración del alcalde sr. Nicolás Castellanos Rivero.