Ana de Quesada, leal a Céspedes y a la Revolución cubana

Foto: Tomada de http://www.ecured.cu
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Culta, hermosa mujer del Camagüey, de ojazos negros como la cabellera tupida y suave, y de rostro recio, como el carácter. Esa fue Ana de Quesada y Loynaz, la hija del matrimonio integrado por Pedro Manuel de Quesada y Quesada y María del Carmen Loynaz y Miranda; unión de la que nacerían varios hijos, entre los que sobresaldría Pedro Manuel de los Dolores Eustaquio de Quesada y Loynaz, por ser nombrado en Guáimaro (abril de 1969) General en Jefe del Ejército Libertador.

Ana Valentina de Quesada Loynaz nació en la ciudad de Puerto Príncipe, el 14 de febrero del año 1842 y dos días después sería llevada a la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, para recibir las aguas bautismales de parte del cura Joaquín de Cisneros.[1] Para llegar hasta dicha Parroquia de singular arquitectura, sus padres, su hermano Manuel, abuelos paternos y maternos, y testigos, habrían dejado atrás la casa familiar situada en la calle de la Reina (hoy República).

A pesar de los estudios elementales que recibiría en los colegios abiertos en la ciudad, la muchacha mostraría dotes y aptitudes para asimilar las materias de instrucción y las artes manuales.

Anita en territorio de Cuba Libre

Pasado el 4 de noviembre de 1868, fecha del alzamiento en armas del Camagüey, Anita, como le llamaban los de casa, pasó al territorio de Cuba Libre junto a su madre y hermanos bajo la guía de Pedro Manuel. En la casa de Guáimaro, poblado donde se respiraba libertad y revolución en los días iniciales de la guerra, conocería de las dotes poéticas y románticas del letrado Carlos Manuel de Céspedes quien, desde Bayamo, venía a las tertulias y veladas culturales que se desarrollaban alegremente en el pueblo feliz de “patricios” del Camagüey; sitio donde se celebraría la Asamblea Constituyente, en abril de 1869, y en la que se juramentaría como Presidente de la República en Armas al bayamés.

Fue precisamente el mismo día en que se habían alzado los patriotas camagüeyanos el año anterior, 4 de noviembre, el seleccionado en el florido San Diego del Chorrillo en Najasa, para que cruzaran amores el “poeta presidente” Carlos Manuel de Céspedes y Ana Valentina. La ceremonia nupcial fue desarrollada con todo el carácter y la solemnidad religiosa del acto oficial, el cual que recayó en el prefecto mambí Facundo Agüero y Rioseco. La unión fue consentida por el mambisado allí presentes y por parientes de los casados.

Poco tiempo estarían los esposos en ese idilio campestre. Sibanicú, Guáimaro, Najasa, Cubita; acogerían a los casados durante la guerra. No obstante las medidas de protección tomadas por el Presidente de la República en Armas para que la familia no fuese capturada por fuerzas españolas, el 30 de diciembre de 1870 en compañía de su madre, su hermana Caridad y Javiera de Varona de Bernal, mientras eran guiadas por el monte por el agente cubano Juan Clemente Zenea para intentar abandonar la Isla por el estero de La Guanaja, serían sorprendidas por una tropa española en el Ingenio Santa Rosa de Cubitas; fueron conducidas entonces de regreso a la Cárcel Nacional de Puerto Príncipe y de esta a la Cárcel de La Habana.

En la emigración

Ya en la Capital, luego de obtener el indulto del Gobierno Superior en 1871, la familia viajaría a Nueva York al amparo de la emigración patriótica que ofrecía apoyo material a la causa de la independencia cubana.

De Céspedes, Ana Valentina tuvo tres hijos que le seguirían a todas partes, y le harían no olvidar a Cuba y a su amado bayamés. Oscar había nacido en el fragor de la insurrección y Gloria de los Dolores y Carlos Manuel, en la emigración, teniendo por compañía otras cubanas dignas.

No obstante el pesar por la muerte en San Lorenzo de su idolatrado, con lágrimas de su corazón y el sacrificio de sus manos, pagó la educación de sus vástagos y ofreció dinero y joyas a la Revolución por tal que triunfara la santa causa, que había llevado a su esposo a caer por Cuba.

 Su regreso

Anhelante de Cuba y deseosa de ver a los suyos tras el cese de la Guerra de Independencia, embarcaría hacia la Mayor de las Antillas para acercarse a la Junta Patriótica de La Habana, a devolver la bandera gloriosa de la estrella solitaria con la que se había levantado en armas Carlos Manuel en 1868. La tela la había resguardado celosamente desde 1872.

Una vez en la capital cubana mantuvo activa presencia en los foros en defensa de la soberanía e independencia de Cuba, acompañando a los dignos patriotas y coterráneos Salvador Cisneros Betancourt, Concha Agramonte Boza, Bernabé Boza Sánchez, Manuel Sanguily Garrite y a otros dignos combatientes de las luchas cubanas.

Después de estar un tiempo en Cuba, empero lastimada por los vivos recuerdos de la guerra en la que había perdido a su esposo, decidiría emprender viaje a París, donde vería fenecer toda esperanza de poder retornar al terruño natal, apagándose su vida azarosa el 22 de diciembre de 1910.

Una de las afortunadas mujeres cubanas

Poco antes de marchar a París había referido a Salvador Cisneros: “Lamento las hondas tristezas de los días oscuros que vivimos, pero confío en el pueblo cubano todo lo que juiciosamente, desconfío de los prohombres del Norte”. En esa nación había conocido a José Martí y escuchado algunos de sus aleccionadores discursos, en los que el Maestro alertara a la emigración patriótica a evitar a tiempo que la Isla cayera en las entrañas del poderoso vecino.

Casualidades de la vida, con solo horas de diferencia del día del natalicio de El Mayor Ignacio Agramonte Loynaz, el hombre más respetado y admirado de su esposo Carlos Manuel, fallecía en París una de las afortunadas mujeres que había visto nacer la República en Guáimaro.

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[1] Archivo Parroquial de la iglesia de la Soledad: Libro de Bautismo de Blancos, Signatura 488, Febrero 16 de 1842.

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