El Mayor ataca la ciudad: la revolución vive

Foto: Cortesía del autor
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En la comunicación del Mayor Agramonte al coronel Manuel Agramonte Porro y al comandante Antonio Rodríguez les señalaría: «Marchen todos de común acuerdo en la noche del 19 hacia el barrio de la Vigía en el Camagüey, con sus respectivas fuerzas y amenacen con ellas a las cinco en punto de la mañana la población por ese lado destacando cien hombres, que sin falta a esa hora romperán fuego procurando de todos modos llamar la atención del enemigo por ese punto.

Las instrucciones para el ataque relámpago

El resto de la fuerza entre tanto (todos montados) figurarán prepararse para un ataque y después de un cuarto de hora o veinte minutos de escaramuza si el enemigo no se moviese se replegarán a alguna distancia a retaguardia preparados a recibir el enemigo. Si este saliese o se moviese de sus cuarteles le hostilizarán sucesivamente fraccionando sus fuerzas y sin cesar le perseguirán con numerosas guerrillas y emboscadas ꓿ Al mismo tiempo apoyarán Udes el flanco izquierdo de una pieza de artillería que funcionará al Sur del Camagüey, camino de Guaguabo, rechazando cualquier agresión por la Vigía o por Carrasco poniendo al efecto en este último camino cien hombres a las órdenes de un Capitán».[1]

Como se puede apreciar, el Mayor y sus oficiales habían diseñado meticulosamente el conjunto de acciones combativas de las fuerzas atacantes para poder cumplir el objetivo del audaz asalto, en tanto impedirse que el enemigo recuperase la iniciativa táctica y saliera a repeler el ataque de los insurrectos. Casi finalizadas las acciones, el Mayor, que había penetrado en su ciudad natal por la Plaza de la Caridad, escribiría a su amada Amalia Simoni para comentarle: «En el Puente de Sta. Cruz, junto a la Sabana de los Marañones, nuestra caballería rechazó al enemigo. (…) Un beso al chiquitico y tú cuenta con el eterno amor de tu Ignacio».[2]

Un triunfo más para la Revolución

En su comunicación al general en jefe del Ejército Libertador Manuel de Quesada Loynaz, el Mayor Agramonte le comentaría: «(…) A las 5 menos cuarto comenzó el fuego de las fuerzas que amagaron la ciudad, habiendo sido nutrido y prolongado durante más de media hora, el del flanco derecho de la pieza al Este de la pobo. (…) El susto y la alarma en la ciudad han debido ser grandes-»[3].

En realidad, el Mayor Ignacio Agramonte no se propuso ni dañar ni destruir construcciones civiles, domésticas ni de uso militar ubicadas en el entorno urbano de la ciudad que tanto quiso, por haber nacido en su corazón histórico. El objetivo del ataque sorpresivo había sido cumplido con creces, demostrar al mando militar español en el Camagüey el poderío de la Revolución y la capacidad de las fuerzas insurrectas para llevarla adelante, hacia la conquista de la independencia y la soberanía plenas.

De otra parte, sirvió de adiestramiento táctico y operacional a las fuerzas libertarias Agramontinas, y para probar la lealtad al mando superior de la República en Armas. El Presidente Carlos Manuel de Céspedes fue acertado en conceder el mando absoluto del Camagüey al Mayor, apenas culminada la Asamblea de Guáimaro. Agramonte hizo bien por Cuba en abandonar su escaño cameral integrado por algunos «civilistas» y hasta «caprichosos», para irse a dar todo por Cuba Libre.

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[1] Cento Gómez, Elda: De la primera embestida. Correspondencia de Ignacio Agramonte (noviembre 1868 – enero 1871). (Comunicación a Manuel Agramonte y Antonio Rodríguez, Mamanayagua, 17 de julio de 1869). Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014, pp. 152-153. En el ataque intervino el comandante puertorriqueño Ricardo Estevan y Ayala.

[2] Ob., cit. p. 155.

[3] Ob., cit. p. 154. Aquí está precisamente la clave para entender el objetivo del ataque: provocar, desafiar, alarmar a los militares españoles, hacerles saber del coraje y la capacidad de lucha de los cubanos. Los camagüeyanos solo lamentaron la muerte de dos soldados y un capitán herido. Ningún cubano apresado por el enemigo.

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