Gustavo A. Sed Nieves y su Camagüey

Foto: Archivo OHCC
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Este cinco de agosto se recordará nuevamente, en el Camagüey, a nuestro consagrado historiador Gustavo Adolfo Sed Nieves; quien naciera en esa fecha del año 1942 y que desapareciera físicamente, el 2 de febrero del 2002. Mental e intelectualmente joven aún nos dejó  necesitando su sapiencia, porque fue de esos seres imprescindibles que ayudan a tejer el conocimiento histórico.

Sed tuvo privilegios infantiles. Desde niño fue mimado y cuidado con esmero en virtud del amor y cariño que le profesaban abuelas, tías materna y paterna. Claro es, que reciprocaba cariños y afectos a ellas como a primos y demás parientes quienes, por su educación y medida le profesaban respeto. Viejas fotos de sus años infantiles dejan verlo rodeado de otros menores y familiares que parecen sobreprotegerlo.

Como todo niño buscaba Gustavo, —como le llamaban—, divertirse y hacer travesuras, en tanto tras detectársele cierta afección, los padres pusieron mayores limitaciones a sus juegos, también a sus andadas juveniles al matricular para realizar estudios superiores. Empero la dolencia de salud no le impediría atraer buenas amistades, forjar su sensibilidad e inteligencia, formar su sensatez, fortalecer sus conocimientos, darse a querer, agradar con simpatía particular, nutrirse de afectos y consideraciones de muchos, y hasta hacer reír valiéndose de viejos chistes, y ser escuchado ante diversos auditorios, además a saber trasmitir conocimientos con el respaldo de amarillentos papeles repletos de letras en tinta ferrogálica…

Sed tuvo el don de ser hombre de noble y buen carácter. Fue siempre su única novia la historia, su leal compañera la historia, su mujer de cabecera la historia. Llevaba calma en la vida, y debía ser así para tener tiempo, saber buscar y procesar el dato histórico y poder meditar con acento riguroso antes de dar conclusiones. Nunca se le vio ofuscado o iracundo. Más bien ante los tropiezos naturales de la vida ponía el rostro esperanzador. Le recordamos cuando ante una ausencia momentánea del medicamento apropiado para tratar su dolencia no se turbaba, aunque no podría ocultar el ligero temblor de su mano derecha; pero en un arranque de alternativa usaría un similar que le calmara la ligera crisis.

Por demás, fue Gustavo persona jovial y franca, medido y amable en el trato, en pláticas; hombre decente. Sabía dialogar, aunque escuchaba primero. Disciplinado para el cumplido, puntual en citas con la historia. De voz sonora y grata, de buena presencia, vestía con modestia. Su prenda preferida: la guayabera. Tal vez su color predilecto: el carmelita. Para escribir: bolígrafos. Perfumes: colonias. Nunca cubría su cabellera con sombrero ni gorras, prefería mostrarse tal y como era.

Entre otras cualidades y virtudes merece ponderarse su alejamiento del cigarro y el alcohol. Eso sí, rendido por la picada del “bichito” de la historia, del apego a los viejos papeles y libros, que con tanta pasión conservaba entre escaparates y cajas. Gracias a ellos sabía al dedillo de las luchas por la independencia en el Camagüey; de simuladores, presentados y traidores; del sacrificio de las familias en la guerra; de las muertes y de los horrores de la contienda; de mujeres corajudas que sirvieron en el mayor silencio a la revolución; de lo que conservaba Herminia de su padre Ignacio Agramonte y de su madre Amalia Simoni…; de los vicios de la República neocolonial y de los personajes menores que la corrompieron… Gustavo fue de esos tildados “archivos vivientes”.

Nuestro bondadoso y noble historiador de sonrisa discreta y franca, de hablar particular de tono más bien bajo, reunía esas artes con las que endulzaba y adornaba cada una de sus apariciones en actos públicos, y artes que usaría magistralmente para que acompañara decenas de visitantes que atraídos por historias y leyendas vendrían cada año al Camagüey.

Fue de ese modo que la esposa del expresidente de la República del Uruguay el Dr. Julio M. Sanguinety, auxiliada por la sabiduría de Gustavo, lograría identificar la morada de sus orígenes familiares en la antigua calle de los Pobres. También le recordamos en ocasión del agasajo tributado por las máximas autoridades de la provincia a la vedett de Cuba, Rosa Fornés, por allá por los 80 del siglo XX.

Vale destacar que en esa oportunidad y en compañía del primer presidente del Poder Popular provincial, Juan Antonio Bravo, el historiador ofrecería una exposición detallada, que seguía con atención absoluta la cultísima Rosita, relativa a los momentos singulares en la vida del Mayor Ignacio Agramonte; mientras recorrían los espacios de su casa natal, convertida en Museo Memorial.

Rosita quiso saber la edad del abogado ilustre, de su amor idolatrado hacia Amalia Simoni. Luego la comitiva se detendría ante la estatua ecuestre realizada por el escultor Salvatore Buemi dedicada al Mayor en el Parque Agramonte; a seguidas vendría la entrada a la Casa de la Trova Patricio Ballagas; después la casa de la vedett negra Candita Batista, donde la vecindad con bullicio colmaría la calle del Santo Cristo para aplaudir a dos de las grandes de la cancionística cubana, y a pedir autógrafos a Rosita.

Por fin, la Fornés, toda sensible a saber más de la Ciudad de los Tinajones, entraría a la Plaza San Juan de Dios donde mismo fuera tirado por la soldadesca española el cuerpo del esposo de Amalia, el mismo escenario en que el Líder de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz pronunciara el discurso conmemorativo por el centenario de la caída en combate del héroe, el 12 de mayo de 1973.

Satisfecha se le notaba a la Rosa de Cuba, paseándose por el Camagüey. Gustavo, gentil como acostumbraba, se encargaría de hacer volar su imaginación por la historia regional, para dejarla por siempre entre el Hatibonico y el Tínima. Pasmada quedaría ella por tanta historia y cultura. La gente a su paso le saludaba familiarmente, mientras le ofrecía su sonrisa inolvidable.

Por todo lo que le habría enriquecido su sensibilidad cultural y complacido sus preferencias estéticas querría ella retornar otra vez a la tierra del Mayor y de la Avellaneda, y ese deseo lo cumpliría en otras ocasiones, hasta su última presentación en la década del 90 en el Teatro Principal y en el salón protocolo Nicolás Guillén de la Plaza de la Revolución Ignacio Agramonte Loynaz, oportunidad en que desde su asiento agradecería las gentilezas y las atenciones que le tributarían las máximas autoridades en atención a la excelencia de su trayectoria musical. Bien que lo merecía la Rosa de Cuba.

 

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