La tradición historiográfica del Camagüey se remonta a los primeros escribanos que desde el siglo XVI fueron trasladando crónicas y otros asuntos a la Corona, —más o menos verídicos—, de todo cuanto acontecía durante el proceso de conquista y ocupación militar de la Mayor de las Antillas. En la larga duración histórica tal producción de informaciones favoreció esa tradición por la narrativa histórica haciendo surgir nuevos cronistas, que sin academia y sin más ciencia, reforzaron el amor por la camagüeyanidad. En esa lista merece ubicarse el Historiador de Ciudad Jorge Juárez Cano.
El tema camagüeyano en el centro
Como la inmensa mayoría de sus predecesores, al funcionario público y procurador le obsesionó la «historia total» de la rica región natal en la que su apellido parecía tener raíz desde el mismísimo siglo XVI, por provenir de uno de sus primeros hombres del reino convertido en vecino de la villa de Puerto Príncipe, Don Pedro de Xuárez.
Nuestro historiador quedó subyugado con la historia del terruño que tantos papeles guardaban familias del antiguo patriciado principeño y en los archivos del cabildo. Fue precisamente su argumento la gestación de la villa, como en otros cronistas anteriores; la presencia aborigen y sus rebeliones, los traslados sucesivos del «cabildo fantasma» hasta emplazarse sus acompañantes en el espacio arrebatado a los indios entrerríos Hatibonico y Tínima y crecer el pueblo nuevo.
Ni una sola de las informaciones que figuran en su libro Apuntes del Camagüey en su primer tomo, editado en 1929, refiere fuentes historiográficas para poder contrastar y verificar su procedencia de datos. La misma limitación advertida en los textos publicados un siglo atrás por los historiadores Don Pedro Mártir de Anglería, Don Gonzalo Fernández de Oviedo y Don Antonio de Herrera; y los locales principeños Matías Boza Bergara, el Lic. Tomás Pío Betancourt y Juan Torres Lasqueti, no obstante haber contado estos últimos con actas del cabildo principeño y otros documentos de gran valor escritos en los primeros siglos coloniales.
El texto de Juárez Cano volvió a descubrirnos la carga de la herencia histórica de múltiples visiones culturales y de imaginarios de esos primeros cronistas y testimoniantes en los que van figurando leyendas, inquietantes relatos de asaltos piráticos, espacios estructurantes y construcciones patrimoniales convertidos en hitos urbanos, la Guerra de Independencia con su pléyade de hombres y mujeres útiles y dignos…, todo y más como si se tratase del resurgir del Renacimiento. Claro es, Juárez no se quedó ahí, incursionó en la primera de nuestras guerras en 1868, por la «tregua fecunda», y llevó su escritura hasta la terminación de la Guerra de Independencia de 1895.
Lo que no debe desperdiciarse del historiador
Casi en su totalidad la obra de este precursor de nuestra historiografía de primeros lustros del siglo XX no debe desperdiciarse. Está ella inscrita en los orígenes de nuestra tradición cultural y en la producción historiográfica regional. Ha sido superada con creces, y no solo por historiadores locales.
Con todo, ese inicio intelectual ha resultado válido para evaluar con las luces actuales del conocimiento y desde la ciencia historiográfica, —diríase más, desde la interdisciplinariedad—, esos «testimonios apasionados», las reescrituras de la historia, la falta del verdadero oficio de la historia, la «historia romántica», la «añoranza del pasado», la «apologética historia», y la pretendida «historia de la patria criolla» y de una suerte de narración de hechos y no de la búsqueda de su explicación.
En la época en que el historiador dio a conocer sus Apuntes… la intelectualidad cubana tuvo por delante dos opciones: perder el rumbo político del país o defender con fuerza toda la rica herencia histórica y de tradiciones de luchas pasadas y así enfrentar mejor al gobierno entreguista a los norteamericanos. Pese a defectos que le sean endilgados al texto, entre otros que tiene el corpus, en conjunto algo debió aprovecharse por las más esclarecidas mentalidades de ese período para hacer algo práctico por tal de no perder la patria-nación. Ese parece ser uno de los objetivos invisibles del libro, despertar el interés por la historia para defenderla mejor.