Parece que, en esta ciudad mediterránea, sus moradores guardan en sus genes la añoranza por el mar. Quizás tenga que ver con el nacimiento de la villa por Punta de Guincho, de allá vienen nuestras historias de mar.
La que hoy nos ocupa llega de su protagonista: Jorge de Armas Nápoles, un ingeniero navegante, que fue secuestrado con su embarcación en aguas de Cayo Guillermo y llevado a Miami, después de 11 meses de vicisitudes y perseverancia, logró regresar a su puerto seguro.
Jorge
Este marinero se graduó en la Academia Naval de Cuba, en el año 1991. Desde el cuarto año de la carrera viajó a diversos países, una vez graduado lo ubicaron en la Marina Cuba Náutica, en la playa de Santa Lucia, porque es oriundo de Nuevitas.
Corría el año 1997, los 2 veleros que cubrían la ruta turística en la playa tenían poco trabajo y los enviaron a Varadero. Jorge era el patrón de uno de ellos, durante la travesía recibe orientaciones de esperar en Cayo Guillermo, por un mal tiempo que duró casi 10 días.
Cuando retoman la ruta, el marinero que lo asistía se encargaba de cocinar, cuenta Jorge que después de comer le comenzó un sueño inusual, confiado le pidió a su compañero que guiara el timón por unas 2 horas y lo llamara luego para seguir viaje.
Despertó 10 horas después sobresaltado y subió a cubierta, ya era de día. Le preguntó al marinero el motivo por el que no lo despertó y al ver la cercanía a las costas de la Florida, ya no tuvo dudas. Su colega lo había secuestrado y estaba airoso de su triunfo.
Comenzó su bregar
La goleta encalló en la playa de Miami Beach, se tiraron a nado hasta la orilla, mojado, con frío, hambriento y desorientado, comenzó su pesadilla, la que duraría 11 largos meses.
La primera noche durmieron en una obra en construcción, a lo lejos sentían tiros y amenazas de las bandas de delincuentes que merodeaban el sitio.
Al amanecer, intentó buscar a las autoridades y explicar su caso, pero siempre entendían que era otro cubano más que llegaba emigrando y lo llevaron al centro de detención, allí su captor encontró familiares y ayuda; a Jorge después de un mes en prisión lo llevaron a una iglesia donde reciben a los emigrantes y le ofrecen ayuda.
Tres intentos de regreso
Ante el panorama, de la noche al amanecer convertido en inmigrante, el marinero recordó que siempre es necesario regresar a puerto seguro a como dé lugar. Para ello buscó empleo en los más diversos frentes para reunir dinero y comprar una embarcación que lo trajera de regreso a casa.
En esos duros meses, su familia no sabía lo sucedido, eran años difíciles del periodo especial, donde las comunicaciones se tronaban muy escasas, no había teléfonos celulares y los fijos no eran en todas las familias. Por las evidencias pensaban que como tantos en esos años, había decidido irse a mejorar su economía.
Así logró armar la primera embarcación, que por lo barata su calidad era lamentable y lo dejó a la deriva cerca de la playa, luego comenzó de cero nuevamente, a trabajar para reunir otro dinero y volver a comprar una lancha.
Ya en esta segunda se le unió un cubano que también quería regresar a Cuba, pero para sacar de forma ilegal a su familia con rumbo norte.
Tres meses más de trabajo y compraron la segunda barca, mejor que la primera, pero con algunos detalles que se agudizaron en la travesía y nuevamente zozobraron, ahora cerca del Golfo de México; gracias a sus conocimientos náuticos remaron en busca de la corriente y de nuevo estaban en el punto cero de la costa de la Florida.
A la tercera la vencida
Los intentos fallidos no amedrentaron al marino, en su afán de volver al puerto seguro. Nuevos empleos le facilitarían la suma necesaria de dólares para comprar la tercera goleta, junto a su socio anterior y uno más, que se unió a la expedición.
Finalmente y pasados 11 meses de su secuestro, Jorge de Armas buscó el rumbo sur de su brújula y giró el timón de regreso a casa. Varias veces estuvo en peligro e impartió clases de navegación a sus grumetes, pues ellos las necesitaban para regresar a la Florida, como planeaban.
De vuelta
El regreso fue tortuoso, los familiares de los aprendices estaban aguardando en el manglar, los que se quedaban lo regresaron a Camajuaní y de allí con un vendedor de ajo y cebolla, logró llegar hasta Camagüey.
Una vez aquí, se presentó ante la Seguridad del Estado y después de investigaciones y un juicio por entrada ilegal a la isla, logró su propósito, quedarse en tierra firme.
Cerca de dos años tardó en reponerse de los sucesos y regresó a la mar, esa que es todo para él, de la que disfruta el olor, su sabor salado y el contacto de sus manos guiando al timón el rumbo de su viaje.
El horizonte
Ha sido una tarde en alta mar, al revivir esos recuerdos junto al timonel, pude apreciar la aventura y les aseguro que me dio miedo.
Después de tantos escoyos, a la vuelta de 25 años Jorge permanece imperturbable, le pregunto por qué se empeñó tanto en regresar y no escuchó los cantos de sirenas que por el norte le llegaron.
Se queda uno segundos en silencio y la vista va al horizonte, luego asegura, soy marinero y los marinos siempre regresamos, no necesito mucho para vivir, esta es mi tierra por eso tenía que volver.