Amalia Simoni se asocia casi siempre a su esposo Ignacio Agramonte, los méritos como madre, patriota y cubana han quedado silenciados entre la modestia que la caracterizó y los prejuicios de una literatura de campaña que ha ponderado las figuras masculinas.

¿Cuántas veces se sorprende usted al desconocer sobre la vida de las patriotas que acompañaron a grandes próceres independentistas cubanos? ¿Cuántos rostros de mujeres en las ciudades, en el campo insurrecto y exilio han sido ignorados u olvidados?

La respuesta es similar entre amigos y colegas, por lo general, ponemos el ejemplo de Amalia Simoni, el desconocimiento de su vida la retiene en un silencio, quebrado por su condición como esposa de Ignacio Agramonte, ellos rubricaron un amor entregado a la patria que sólo la muerte del héroe pudo arrebatar a la inmortalidad.

Sin embargo, la actitud de la mujer patriota que sabe de las labores conspirativas de su pareja, la incorporación a la guerra -aun así no trata de detenerle-  a pesar de las consecuencias para ella y su familia, la mujer que parte hacia la manigua en medio de una gran represión en la ciudad, sufre allí los rigores de la guerra y no lo abandona, queda invisibilizada.

Una eterna patriota

La cubana leal se impone al ser hecha prisionera en el primer cumpleaños de su hijo, El Mambisito. En un acto de patriotismo y desafío responde al general español Ramón Fajardo Izquierdo que le solicita que escriba su esposo pidiéndole desistir de la lucha «General, primero me cortará usted la mano que yo escriba a mi marido que sea traidor». Esta conducta también se desatiende, aunque entre sus ropas llevara una bandera cubana.

En Nueva York y Mérida, lugares de exilio sufre grandes privaciones, nace en en 1871, Herminia, la hija que Agramonte nunca llegó a conocer. Desde allí le escribe a su esposo que se cuide y no se exponga tanto, entre sus razones le expone: «Además, por interés de Cuba debes ser más prudente, exponer menos un brazo y una inteligencia de que necesitan tanto…»

La enseñanza de canto y los conciertos le permiten proveer a sus padres e hijos. Participó en celebraciones patrióticas-religiosas como la dedicada a la memoria de los estudiantes de medicina fusilados en La Habana, en la conmemoración del 10 de octubre de 1888, enviaba dinero a la Junta Revolucionaria; el sentido del deber con la patria y la causa emancipadora fue una constante en su accionar en el exilio.

Rememorando

Existe una anécdota que es poco conocida que resalta la actitud de una correligionaria cubana, el 8 de mayo de 1893, la infanta Eulalia de Borbón llega a la capital habanera, primera visita de un miembro de la realeza a la que se le dedican grandes festejos con cobertura de la prensa. La propia Amalia, por sus principios rechazó las invitaciones recibidas para tales actos.

Sin embargo, quiso la casualidad que su entrada el 12 de mayo a los jardines de la Quinta de los Molinos con su hija coincidiera con la presencia de la infanta, algunos enemigos de la Revolución propagaran el rumor en Cuba y el extranjero que era un acto de pleitesía.

Amalia, con la certeza de saberse buena cubana responde a través del periódico Patria «… he visto con tanta sorpresa como indignación –porque injustamente se ataca mi decoro político. […] Los que aman la memoria del que yo tanto amé, cuyo recuerdo venero son los llamados hacerme justicia».

Durante la República se niega a recibir pensión como viuda de Agramonte «Mi esposo no peleó para dejarme una pensión, sino por la libertad de Cuba». Asiste a la develación de la escultura de Ignacio Agramonte el 24 de febrero de 1912, allí expresó «He tenido en los últimos tiempos dos momentos felices: uno cuando vi izar la bandera cubana por primera vez al constituirse la República y la otra es ahora, con este homenaje a Ignacio»

Es Amalia, símbolo de las patriotas principeñas, de las mujeres memorables que por convicción contribuyeron a las gestas libertadoras, más allá de un paradigma romántico