Día de la defensa de la historia nacional

Foto: Archivo OHCC
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Fue en la década de luchas antimachadistas, del 30 del siglo XX, cuando el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, fuera honrado con el título de Historiador de la ciudad de La Habana.

Lo merecía, por haber sido un ferviente defensor de nuestra Historia Patria, y lo demostró no solo con el conocimiento cultivado, sino, al diseñar que desde el Museo, el Archivo y la Biblioteca que gestara se pusieran las raíces, las verdades y los contenidos reflexivos de esa historia al alcance del cubano.

Roig de Leuchsenring fue un intelectual revolucionario que profesó con su palabra, hechos y ayuda a interpretar en muchos la virtud de nuestro proceso de larga y heroica duración histórica; fue él un formador de valores patrióticos y humanistas, defensor de nuestra independencia y soberanía.

Enseñó que no bastaba admirar y saberse de sus hechos y de sus protagonistas, porque era necesario reflexionar y saber amar la historia por ser esta cimiente y cultura de la nación.

De sus orígenes

Nacido en medio de singular coyuntura social, el 23 de agosto de 1889[1], creció en otra, precisamente en plena evacuación de las tropas españolas al tiempo de la llegada funesta de los primeros acorazados del Norte trayendo las primeras tropas de intervención yanqui. Fueron experiencias que no escaparían a su órbita de historiador.

El compromiso del historiador con Cuba

Aquella República que sería socavada por los yanquis haría que el intelectual comprometido se empeñase con fe inquebrantable en defender el corpus de ideas libertarias que habría empujado a las luchas emancipadoras a miles de patriotas a la manigua en 1868 y 1895. Roig de Leuchsenring probó que del discurso histórico vacío había que pasar a la denuncia concreta de los males de la República plattista. Por todo, “lúcido y entusiasta”, —como destacaría de su mentor el Dr. Eusebio Leal Spengler—, salió el historiador a la salvación del Patrimonio Nacional, a preservar sitios y lugares históricos, a divulgar la verdadera historia de la nación cubana, a agitar la bandera tricolor de la libertad…

En ese bregar incesante compartiría ciencia, conciencia y cultura con varios de los ilustrados del pensamiento vanguardista como, uno de los primeros marxistas cubanos José Antonio Portuondo,[2] Alejo Carpentier, Jorge Mañach, Manuel Márques Sterling, Nicolás Guillén, José Manuel Poveda, Mariano Brull, Ramiro Guerra Sánchez, Marcelo Pogolotti, José María Chacón y Calvo, Regino Boti, Alfonso Hernández Catá, Cosme de la Torriente, los muchachos del Grupo Minorista…

La lista es mayor… Y su estrechamiento epocal y de compromiso revolucionario verdadero con el Comandante en Jefe Fidel, el Che Guevara y con Antonio Núñez Jiménez ¡Qué privilegio el del historiador, andar con esos intelectuales, responsables directos o indirectos de la insurgencia juvenil de los 30 y los 50 del siglo XX!   

El historiador en defensa de las causas justas

Abrazó amorosamente el historiador a la patria del líder puertorriqueño Pedro Albizu Campos, y compartió amistad con quienes desde la Patria de Martí admiraron las luchas de Sandino en la sufrida Nicaragua; también supo del fulgor de la Revolución Mexicana de 1910; y admiró la chispa de la Revolución Rusa de 1917; por cierto, como otros intelectuales revolucionarios de su tiempo repudiaría la agresión fascista a la República española, que conocería de la solidaridad de la Mayor de las Antillas.[3]

En ese bregar, Roig de Leuchsenring, con amplio dominio de la historia y de la cubanía; asumiendo que había llegado el momento oportuno para revolucionar el pensamiento insular. Se acercaría a la alborada del Moncada para dar a la publicidad su obra capital Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos, texto cuya primera edición vería la luz por las gestiones de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, en La Habana, en 1950.

En lo adelante, tras su lectura por el pueblo dolido, otra comenzaría a ser la Historia Patria. El historiador todavía tendría vida para ver los cambios que sobrevendrían con la victoria del primero de enero, la Reforma Agraria, la victoria de la Campaña de la Alfabetización y la primera derrota del Imperialismo yanqui en América en las arenas de Playa Girón.

Roig de Leuchsenring fallecería el 8 de agosto de 1964, a esa altura de sus días, de seguro, satisfecho de corroborar su tesis:

“(…) Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos de Norte-América, sino al propio esfuerzo de su pueblo (…)”

Ejemplo tal de revolucionario merece evocarse e imitarse por los del gremio de historiadores cubanos en medio de la actual coyuntura nacional caracterizada por la agudización del injusto y criminal bloqueo económico, comercial y financiero yanqui contra Cuba, violación masiva, flagrante y sistemática de los Derechos Humanos; que pretende quebrar la resistencia y la dignidad del pueblo de Céspedes, Martí y Fidel.   

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[1] El historiador nació en la Habana Vieja, en la calle Acosta nro. 40. Eso fue importante para formar su aprecio por la identidad barrial y cubana en general, pues se rodearía de tesoros patrimoniales como el segmento de las antiguas Murallas, el convento de Santa Clara, los muelles de Caballería y de Luz, la ermita de San Francisco de Paula, y la casa donde nació Vicente Antonio de Castro y Bermúdez fundador de GOCA Gran Logia del Oriente Cubano y de las Antillas que encauzara el pensamiento liberador de los hombres del 68.

[2] Vale señalar que entre 1936 y 1937, Emilio Roig y José Antonio Portuondo realizaron el primer curso radial de Historia de Cuba que se difundiera en La Habana, en tanto Portuondo disertaba en torno a la historia cultural cubana así como sobre otros asuntos de importancia social para ilustrar a los oyentes en el sentimiento de cubanía. A la par de esa acción, Portuondo publicó un texto en el que bosquejaba la trayectoria cultural cubana de la nación. Más tarde, el 28 de mayo de 1941, Roig fue el principal promotor de la campaña Por la escuela cubana en Cuba Libre –fíjese el alcance político—, la que contaría entre otras apoyaturas intelectuales del país, con el legado pedagógico de José de la Luz y Caballero para formar sentimientos patrióticos en niños y jóvenes. No era poca pretensión.

[3] Entre otros intelectuales simpatizantes o comprometidos en apoyo a esas luchas de las naciones hermanas de Cuba se destacarían Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Juan Marinello Vidaurreta, José Zacarías Tallet y Fernando Ortiz.

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