Ahora que casi despedimos el año es un buen momento para agradecer a quien tendió la mano desde la solidaridad manifiesta en este periodo difícil debido a la Covid-19.
Las medidas adoptadas para el enfrentamiento a la pandemia hicieron un llamado a quedarse en casa; sin embargo, muchos tuvieron que permanecer en sus trabajos mientras dejaban a sus hijos o algún anciano en el hogar. Preocupación fue la vivencia compartida ante una nueva enfermedad que cambió de forma radical la manera de comportarnos en la sociedad.
El lavado constante y el nasobuco se convirtieron en una prioridad inviolable en tanto la vida se limitó al punto de que besos y brazos nos fueron ajenos y cedieron a los saludos reservados que, si bien forman parte de las normas para cuidar la salud, no tienen mucho que ver con la idiosincrasia del cubano.
En ese camino hacia lo desconocido se pueden mencionar infinidad de paradigmas solidarios: los choferes particulares pusieron el transporte al servicio de algún enfermo o traslado de medicamentos y donaciones que diferentes grupos organizaron para entregar en otras provincias.
Están también la página en Facebook donde la comunidad facilitó medicina gratuitamente y las personas que trabajaron en zona roja de los hospitales y construcciones de campañas establecidos para el tratamiento a los convalecientes.
Hay historias en muchos centros laborales. En la Oficina del Historiador de la ciudad de Camagüey, por ejemplo, el colectivo participó de manera activa en las pesquisas y distribución de alimentos a personas vulnerables, en el Consejo Popular San Juan de Dios de la ciudad agramontina.
Además, los choferes de la institución cultural, garantizaron el aseguramiento y transportación seguros de medicamentos y personal de la Oficina.
Y así, la ciudad guarda en cada esquina una historia donde la vida es lo más importante, donde ayudar por encima de cualquier discrepancia y prejuicio, fue una de las mayores enseñanzas de este año que termina.