Antorchas encendidas imaginarias, pero antorchas al fin, llevamos este enero para ese gran hombre al que le debemos tanto y al que siempre le estaremos en deuda: a Martí, al Maestro de tantas batallas, al que nos enseñó a ser mucho más cubanos.
A la altura de casi un año, nos mantenemos viviendo, tal vez, uno de los momentos más complejos de este mal que viene aquejando a la humanidad despiadadamente.
Pero la esperanza y certeza de que de esto saldremos, están encendida, pues así ha ocurrido en tantas ocasiones por las que hemos atravesado a lo largo de la historia. Con esa inmensa seguridad y confianza recordé una frase que un día estudié, dicha por el ilustre escritor español Calderón de la Barca y cito: “Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar”; y claro que sí, esperando estamos los cubanos por esa Soberana milagrosa que dará al traste con esta pandemia y logrará que a la vuelta de un tiempo, no muy lejano, veamos estos sucesos como una horrible pesadilla; la cual pudimos vencer gracias a la entrega, responsabilidad y unidad de todo nuestro pueblo.
Cuando también recordamos el 130 aniversario de la creación del ensayo “Nuestra América”, escrito por el Apóstol, que revolucionó por su nuevo enfoque político, filosófico, histórico y hasta cultural, nos damos cuenta de su vigencia; por sus postulados latinoamericanistas, antifascistas y humanistas.
Entonces es cuando pensamos que para este hombre nada le fue ajeno, y siempre tuvo una luz meridiana para intuir la vida y los sucesos más o menos importantes para la humanidad. Nos percatamos además de cuan comprometidos estamos todos los que vivimos en esta tierra por sentirnos más dignos de ella, por contribuir cada vez más con nuestros esfuerzos, de la manera en que podamos, a servir mejor a la patria que nos necesita ahora más que nunca.
Por eso en estos días he sentido añoranza, sí, por ese desfile que ya se ha convertido en tradición, pero que aunque virtual, porque no vimos el fuego encendido de las habituales antorchas; sí logró el fuego del patriotismo, ese que jamás ha dejado ni dejará morir al artífice del Moncada.