Batalla de las Guásimas, la más importante de las guerras de independencia

Foto: Archivo OHCC
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Por: Emilio R. Fonseca Amador

Del 15 al 19 de marzo de 1874, fuerzas del Ejército Libertador, comandadas por el Mayor General Máximo Gómez, constituidas por 900 infantes de Las Villas y Camagüey, y 300 jinetes camagüeyanos, libraron la más importante batalla de nuestras guerras de independencia.

La columna española de 3 000 efectivos conducida por el brigadier Manuel Armiñán, la formaban los batallones León, Rayo, Cortés, Aragón y Libertad; 700 jinetes de los regimientos de caballería Pizarro y Colón; dos contra-guerrillas y cuatro piezas de artillería.

La batalla se libró en la finca Las Guásimas de Machado, ubicada a unos 36 km al suroeste de Puerto Príncipe (Camagüey). El escenario de la acción lo formaban dos potreros rodeados de frondosa vegetación: el más grande, al norte, en cuyo centro se hallaba una rústica represa; y el más pequeño, al sur, unido al grande por un carril con una extensión de tres a cuatro kilómetros, entre un bosque de guásimas.

En la dirección Jagüey-Cachaza existía un camino que se bifurcaba hacia ambos potreros. La batalla no estaba en los planes de Gómez. Pero el adversario conocía los propósitos del Ejército Libertador y había concentrado sus esfuerzos en Camagüey para detener el avance insurrecto hacia Occidente.

Gómez tuvo la certeza de que el encuentro con la columna de Armiñán era inevitable y, una vez consultado el gobierno que dejó tamaña decisión a su criterio, resolvió tomar la iniciativa y ocupar una posición ventajosa.

Su plan incluía, como idea inicial, atraer al enemigo hacia una emboscada previamente preparada y aniquilarlo con el fuego de la infantería y un golpe sorpresivo de la caballería.

Para lograr este objetivo concentró sus esfuerzos en el potrero grande, de frente a la represa, donde tomaron posiciones las fuerzas principales de infantería de Las Villas y Camagüey, bajo el mando del brigadier Antonio Maceo.

Al resto, bajo las órdenes del Coronel Ricardo Céspedes, les indicó el momento preciso de abrir fuego sobre el enemigo. Detrás de la infantería fue situada la caballería, bien enmascarada por los frondosos árboles y lista para actuar.

El Coronel Gabriel González fue designado por Gómez al frente de 50 jinetes que tendrían la misión de provocar al adversario y atraerlo hacia la emboscada a través del carril que unía a los dos potreros. El ardid funcionó, la vanguardia española se lanzó en su persecución.

Cuando la caballería enemiga se adentraba en el carril tras el pequeño contingente de caballería mambí pensando aniquilarlo, se oyó el grito de “¡Viva Cuba Libre!”, lanzado por los hombres de Gabriel González, y la infantería cubana abrió fuego cerrado contra los jinetes españoles que habían caído de lleno en la emboscada, desde la cual eran prácticamente acribillados.

Inmediatamente Gómez, sirviéndose de la confusión de los colonialistas, ordenó el cese del fuego y la entrada en combate de la caballería, la cual protagonizó la famosa “carga del carril”. El enemigo sufrió grandes pérdidas y los sobrevivientes se vieron obligados a buscar refugio detrás de las líneas del Bon El Rayo.

Después de estas primeras acciones, los cubanos permanecieron emboscados en espera de nuevos ataques; pero los españoles reorganizaron su orden combativo y rechazaron otros ataques de Gómez por ambos flancos con el propósito de inducir nuevamente a los hispanos a penetrar en el carril; pero no lo logró porque Armiñán ordenó fortalecer la defensa alrededor de la represa. Concluía así la primera fase de la batalla.

Gómez decidió mantener el hostigamiento mediante el fuego, bloquear los accesos a la represa y estrechar el cerco en torno a la columna. En esta segunda fase las bajas españolas siguieron aumentando y se creó una situación muy difícil en el campo del adversario, pues había que atender gran cantidad de heridos, muchos de ellos graves.

Armiñán, a través de un práctico de origen criollo que logró en la madrugada del 16 evadir el cerco, pidió refuerzos a Puerto Príncipe. En la noche siguiente, una parte de la caballería española, aprovechando un descuido de la infantería cubana, también logró pasar con el mismo objetivo.

El oficial cubano que debía vigilar el lugar por donde salieron los españoles creyó, que el grueso del enemigo se había retirado y así lo informó a Gómez, quien en la mañana del 17 ordenó al brigadier Maceo realizar un ataque general contra la posición enemiga supuestamente debilitada. Pero, la feroz defensa de los españoles determinó la contraorden de Gómez.

Durante ese día continuó el asedio mambí, sin embargo, ya avanzaba hacia Las Guásimas, en auxilio a los sitiados, una columna de 1700 hombres bajo el mando del brigadier Báscones.

Para dificultar la llegada de los refuerzos, Gómez ordenó al Capitán Carlos Agüero García hostilizarla. Agüero atacó el campamento español durante toda la noche.

Ante la cercanía de este contingente, Gómez dividió sus fuerzas, destinando parte de ella a tratar de impedir su llegada. El jefe mambí ordenó a parte de sus fuerzas preparar una emboscada en el camino de Jimaguayú a Las Guásimas, con una idea similar a la empleada contra Armiñán.

Sin embargo, en esta oportunidad, aunque la vanguardia de Báscones cayó en la celada y sufrió pérdidas, este no aceptó el reto y continuó con sus fuerzas principales hacia Las Guásimas.

Gómez retornó al escenario de la acción principal y organizó el rechazo de un probable ataque para la ruptura y salida del cerco de las fuerzas españolas; pero este ataque no se produjo y en la mañana del 19 de marzo, bajo fuerte hostigamiento de los cubanos, las dos columnas iniciaron la retirada en dirección a Puerto Príncipe.

Ya en esta tercera etapa de la batalla, Gómez tuvo que limitarse al hostigamiento del enemigo en su recorrido, pues la correlación de fuerzas le era mucho más desfavorable y, además, estaba escaso de municiones.

Algunas fuentes señalan las bajas españolas en 1 037, entre muertos y heridos, y la pérdida de 48 caballos, 50 fusiles, 40 sables y machetes, miles de cartuchos y otros medios. Las de los cubanos, según el parte oficial del Mayor General Máximo Gómez, fueron 29 muertos, de ellos ocho oficiales, y 148 heridos, entre estos 33 oficiales, la mayoría leves y contusos. También hubo 40 caballos muertos y 25 heridos.

Durante mucho tiempo, la historiografía militar identificó el costo logístico que significó la Batalla de las Guásimas para los mambises como factor decisivo que paralizó el proyecto invasor, derivando en la tesis de que la misma fue una victoria táctica pero una derrota estratégica; pero tal apreciación es parcial. Verdaderamente el fracaso del plan invasor de 1874 estuvo condicionado por un conjunto de factores que operaron en sentido contrario a su realización desde mucho antes de la famosa batalla.

A grosso modo pudieran resumirse en los siguientes: retraso de su aprobación por el gobierno hasta diciembre de 1873; en su preparación no se observó la compartimentación necesaria y ello ofreció al enemigo indicios de su realización y le permitió atraer tres brigadas para cubrir las principales vías de acceso a la trocha y reforzar su defensa; la marcha hacia Las Villas también se vio afectada por el movimiento sedicioso de Payito León, en Las Tunas.

La operación fue entorpecida, además, por las numerosas acciones combativas que fue imposible rehuir, producto del acoso del enemigo, antes de la batalla de Las Guásimas.

Habría que agregar el lento avance de la columna, compuesta principalmente por infantería, así como la impedimenta del gobierno, que insistía en acompañar al contingente hasta las cercanías de la trocha. Esto causó gran pérdida de tiempo para una operación que debía caracterizarse por la movilidad extrema y la sorpresa. El mando español contó con el tiempo necesario para reagrupar tropas y frustrar la maniobra, pero esa experiencia sería aprovechada por Gómez para un nuevo plan.

La Batalla de las Guásimas constituyó una victoria táctica y no fue una derrota estratégica, porque la invasión se reanudó en 1875. Para entonces fueron otros los factores que la abortaron.

Bibliografía:

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– Souza Rodríguez, Benigno. Máximo Gómez. El Generalísimo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1968.

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