Tener la suerte de vivir por muchos años alejados de una epidemia, nos ha hecho más frágiles para enfrentar la que hoy nos azota. Nos obliga a la vez a conocer cuán difícil es llegar a su causa y cómo combatirla.
Violentas discusiones dividían al mundo médico sobre si la fiebre amarilla era una enfermedad contagiosa. Lo que si quedaba claro que sus consecuencias eran graves y fatales. De forma endémica o permanente se propagaba a distintas localidades como epidemias más o menos intensas y de pequeños brotes.
Carlos J. Finlay hizo su primera manifestación sobre la teoría del agente transmisor de la fiebre amarilla en la Conferencia Internacional Sanitaria de Washington; Estados Unidos de América, el 18 de febrero de 1881. Estas declaraciones señalan un paso de avance de gran importancia en la ciencia médica, porque es la primera vez que se hace pública la posibilidad de que una enfermedad sea transmitida, de hombre a hombre, por medio de un agente intermediario. Lo que pasaría a la historia como de la medicina como la teoría científica del contagio de las enfermedades.
Fecha trascendental
El 14 de Agosto del propio año Finlay expuso ante la Academia de Ciencias de La Habana su trabajo: “El mosquito hipotéticamente considerado como agente transmisor de la fiebre amarilla”, considerado histórico al precisar al Culex mosquito, ahora conocido como el Aedes Aegypti la herencia transmisora de la enfermedad llegando con esto a la totalidad de su doctrina.
En Washington había presentado los basamentos teóricos y en esta, una magistral aplicación práctica del valor científicamente probado de su concepción sobre el contagio.
Finlay había enunciado una de las más trascendentales teorías acerca del contagio y de la infección en las enfermedades. Formuló con gran precisión el postulado, más valioso para la prevención y profilaxis de las enfermedades epidémicas y contagiosas: la supresión del vector, que a 140 años de su dictado, constituye el más real medio de erradicar las enfermedades.