La conocía por referencias, de oídas solamente porque claro, siempre fue una connotada profesora e investigadora de la que todos hablaban.
Luego, en la década de los 90 del pasado siglo, el trabajo nos unió, era yo Subdirectora de Cultura en la provincia, y ella acababa de ser nombrada directora de la Biblioteca provincial Julio Antonio Mella. Asistíamos a reuniones que trataban de disímiles temas, en lugares diferentes, pero hubo una que recuerdo como si fuera hoy.
Fue en el local que ocupa la emisora radial Cadena Agramonte, en la calle Cisneros donde antes se encontraba el Gobierno provincial. Estaba allí cuando llegué, con su melena ondulada y canosa y su saya larga, como se llevaba en ese tiempo, y al verme me dijo: “…aquí estamos amiga, el combo los mismos”, frase que con frecuencia decía y que desde entonces, como todos saben soy amante a los dichos, incorporé a mi arsenal y la aplico en no pocas circunstancias. Se refería a que como éramos tan pocos y tantas las tareas, teníamos que estar siempre.
Nuestra Elda
Hablo de Elda Cento Gómez, Centico o Eldín, como solía llamarla. Esa mujer, que luego de tantas vueltas que da la vida volví a encontrar para trabajar juntas; pero ya en la Oficina del Historiador de la ciudad, en la que se hallaba al frente de las investigaciones históricas, labor que desempeñó hasta su jubilación con excelentes resultados. Ya no al mando de ese Departamento, pero sí asesorando y guiando cuanto asunto se le encomendara.
Para contar…
Anécdotas de todo tipo podría contar, pues tuve la suerte de vivirlas junto a ella, algunas muy agradables, otras no tanto. Las hay jocosas, como es de imaginar cuando se habla de ella, ya que su sentido del humor la caracterizaron, así como también el polemizar en casi todos los momentos; pero serían innumerables las cuartillas, por eso he preferido comentar algunas y otras solo recordarlas.
Días de recuerdo
Su cumpleaños por el mes de septiembre resultaba un día para no sólo felicitarla, sino reírnos y conversar un poco. Sin saber que sería el último la llamé para felicitarla, y fue entonces cuando me enteré de sus dolencias de los últimos meses y hasta jaraneamos; y le recomendé alguna que otra medicina alternativa, que tal vez le pudiera aliviar aquellos malestares.
Algo que luego supe practicó con resultados satisfactorios, pues me dijo: `` Yiya – así me llamaba, por mi carácter y afán de querer que cada cosa se hiciera con calidad, característica de casi todos los pertenecientes a mi generación-, lo tendré en cuenta y no te preocupes que lo voy a hacer´´.
Justamente pasado un mes de esa llamada y a través de otra compañera a la que también felicité por su aniversario, supe se encontraba en la capital hospitalizada, lo que me inquietó y de inmediato confirmé, entonces. Mi SMS no tardó en enviarse tratando de brindar mi solidaridad y afecto, sobre todo llevándole un mensaje de esperanza y energía positiva; el que exactamente tres horas después respondió con su afecto habitual.
Una llamada
No podré olvidar nunca la llamada telefónica que recibí antes de las veinticuatro horas siguientes a ese mensaje, sencillamente me negaba a aceptar la noticia, que por demás y a pesar de venir de una persona muy seria, sabía era cierta; pero aun así lo dudaba y la verifiqué.
El sueño no me acompañó en toda la noche y confieso que al llegar la mañana no sabía cómo llegar a la calle Carmen #7 entre San Ramón y Martí, lugar donde tantas veces coincidimos pero que nunca imaginé llegaría a cumplir tan amarga misión.
Verla me resultó uno de los sentimientos más desgarradores que en estos últimos tiempos he poseído, porque pensaba en tantas cosas que le quedaron por hacer, en tantos sueños que aún podía haber cumplido. Veía a sus hijos unidos, como siempre, me preguntaba una y otra vez cómo la vida nos trae sorpresas insospechadas; pero que hay que vivir a nuestro pesar.
Suelo borrar los mensajes de mi teléfono con frecuencia por aquello de no ocupar espacio en el mismo, pues al decir de los expertos, no es conveniente; pero puedo asegurar que ese, el que ella me envió aquel día, ese, nunca será borrado. Lo conservaré como tantas otras cosas que no contamos y quedarán en mi memoria.
Su impronta
Su ausencia se sintió, cuando en la tradicional conmemoración del natalicio de El Mayor, no hizo uso de la palabra como siempre, en el acto que todos los camagüeyanos le dedicamos. Les digo: ¡qué extraño me resultó y cuánto me hubiera gustado oírla nuevamente!
Para esa camagüeyana ilustre, confesa, agramontina por excelencia, mi respeto y admiración; y la seguridad de que su legado personal y profesional lo guardaré como enseñanza obligada, de referencia.
Un abur para ti, con la seguridad de que estarás descansando en paz y que toda tu sabiduría continuará llegando a los cubanos que amamos la historia, tratando de defenderla como tú nos enseñaste.