Cada año deja huellas en el alma, nos prepara para transitar un camino desconocido pero posible de vivir. En trescientos sesenta y cinco días reírnos, lloramos, creamos y suspiramos por los sueños.
Etapas convulsas ha vivido la humanidad entre ellas, un 2021 cargado de retos muchos más altos que los que nos tocan como humanos. Una pandemia acompaña nuestros días desde el 2020, pero para este último año se ha instalado con momentos que marcaron la existencia.
Tuvimos que adecuar nuestras formas de vida: trabajar a distancia sin esa cálida retroalimentación de la oficina, la calle y las personas. Las casas se volvieron escuela, los niños los protagonistas, el nasobuco un amigo inseparable.
Parecía que la cultura comenzaba apagar su llama, que las preocupaciones y el temor por la vida crecía en cada conferencia del doctor Durán; pero no, como la curva de contagios ascendimos en positivo para revertir la situación.
La Oficina del Historiador encendió su chispa creativa, tomó las redes como plataforma, trasmitió eventos en vivo, creó un programa de verano con recorridos virtuales y actividades con artistas. Le regaló a su público, a la ciudad y sus habitantes; una forma diferente pero activa de seguir alimentándose de la cultura y su creación.
Pasamos muchas páginas en la que la experiencia y la responsabilidad pintaron en blanco y negro un paisaje, donde los colores los puso la solidaridad humana, el abrazo entre conocidos y no tan conocidos; el cómo estás, te extraño, que mejores pronto…
Llegamos a este 31 de diciembre con tristezas y alegrías, con sueños por cumplir, con el recuerdo de quienes nos siguen cuidando, aunque no estén físicamente, con proyectos que esperan de cada idea para construirse, con un patrimonio y una ciudad que continúa abrigando un pasado, presente y futuro que depende de todos.