Las queridas calles camagüeyanas de Nicolás Guillén

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En una de sus vehementes proclamas de amor por su ciudad natal, Nicolás Guillén escribió Mis queridas calles camagüeyanas, una crónica profusa en personas y lugares atesorados en la memoria del autor.

Incluido en una edición de la revista Cuba Internacional dedicada en abril de 1974 totalmente a la provincia de Camagüey, el texto ratifica la vocación de Guillén por la crónica, el género con el cual cimentó su trayectoria en el periodismo, una de las categorías modernas de la literatura.

El relato comienza con una evocación a su nacimiento, en una casa que era accesoria de la entonces marcada con el número dos y medio en la calle Hermanos Agüero, situada a una cuadra y media del centro del área citadina declarada en el 2008 Patrimonio Cultural de  la Humanidad.

La vivienda natal

Hoy este sitio es Monumento Nacional, radica un museo que exhibe diversos exponentes relacionados con quien, por su fuerza lírica de profundo nivel social, está reconocido como el Poeta Nacional de Cuba.

El texto aborda facetas como referencias a diversos espacios públicos, en su mayoría de la enrevesada trama urbana local, de valor patrimonial, y rica en callejones e inmuebles antiguos.

Hermanos Agüero, Honda, Hospital, Cisneros, Martí, San Clemente, Cristo, Horca, Lugareño, República, San Esteban, los callejones de la Risa, Tío Perico y de la Funda del Catre, y disímiles plazas, figuran entre los sitios del amplio recorrido.

Los recuerdos también incluyen a personas como familiares y amigos

Por ejemplo, a Beatriz  –de la cual estuvo enamorado, pero le asaltaba un miedo terrible de dirigirle la palabra–, el impresor Abelardo Chapellí, los profesores Tomás Vélez y Rafael Zayas Bazán,  el sastre Elesbaan Torres, el barbero Pepillo Escobedo, y Manuel Márquez, dueño de una quincalla.

El relato concluye con una referencia a las construcciones antiguas de la ciudad de Camagüey. Al respecto el autor recomienda al visitante, a fin de observarlas mejor, escoger la alta noche, para ver (…) surgir del fondo del pasado, bajo el milagro del conticinio, ennegrecidas piedras ilustres, mansiones regias comidas por la lepra del tiempo, pero en pie todavía. Ellas nos hablan entonces más dramáticamente que nunca, de los señores que las habitaron y ¿–por qué no?– de los esclavos, también abuelos nuestros, que las construyeron”.

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